Que ha habido excesos en el sector de la construcción y la promoción inmobiliaria es una realidad innegable. Los ha habido y muchos, pero hay excesos y excesos. Desde mi punto de vista los grandes excesos son los que se han cometido por los auténticos ´Señores del Ladrillo´: Enrique Bañuelos (Astroc), Luis Portillo (Colonial) o Joaquín Rivero (Metrovacesa), entre otros, son los auténticos estandartes del obsceno enriquecimiento inmobiliario vivido en los últimos años.

Hoy, Metrovacesa, por ejemplo, debe ella sola 7.000 millones de euros a la banca, casi el doble de nuestro presupuesto regional para 2011, o Colonial con otros 6.900 millones, ambas ´tomadas´ por la banca para evitar su caída. ¿Quién autorizó ese volumen desproporcionado de endeudamiento? ¿Quién ganó con ese volumen de endeudamiento? Crédito inmovilizado y desempleo, esas fueron las consecuencias;

Metrovacesa por ejemplo despidió a gran parte de su plantilla.

Pero quizás el caso más paradigmático de todos sea el de de Astroc. Su vertiginoso ascenso y su más rápida caída afectando a miles de pequeños inversores habría justificado la constitución de una comisión parlamentaria de investigación. La empresa sale a Bolsa en mayo de 2006 y con prácticamente seis años de vida, se revaloriza un 440%. Evidentemente contarían en esa operación con el apoyo de alguna entidad financiera que gestionó la Oferta Pública de Venta, y con el de alguna tasadora para las valoraciones de sus suelos, y con el de algún despacho de abogados, entre otros intervinientes. Sin su concurso no habría sido legalmente posible.

A los pocos meses se desploma su cotización, se hunde. Astroc sólo tenía suelo en transformación urbanística, doce planes en la Comunidad Valenciana. ¿Sólo tenía suelo y encima en transformación, y sale a Bolsa? Una auténtica bomba de relojería ¿Cuánto dinero perdieron los ciudadanos que, confiando en el sistema, compraron sus títulos? La deuda de las tres promotoras es el equivalente a todo el Plan E.

La trayectoria de estos empresarios y ´sus´ promotoras nada tiene que ver con la realidad empresarial de nuestros asociados, pymes la inmensa mayoría. Los excesos sumados de estas pymes, considerándolos a todos ellos como una unidad, sólo se habrían saldado con una pulmonía aguda a nuestro poderoso sistema financiero, no esclerosis múltiple como parece padecer.

La inmensa mayoría de ellos nunca compraron una finca rústica para su recalificación, se nutrían de solares en casco urbano, pagados a precio de oro, o de cédulas urbanísticas que había que gestionar con gran dificultad burocrática. Además, como todo el mundo sabe, el 80% del trabajo que se crea en España procede de las pymes. Son empresas como las de nuestros asociados, las mismas que han luchado por mantener los puestos de trabajo en condiciones extremas, las que han mantenido durante la crisis la cohesión social en nuestro sector, las que realmente han creado y distribuido riqueza social.

Y, sin embargo, por la proximidad y por una injusta generalización, son los que social y políticamente han tenido que soportar la reprobación pública indiscriminada que se ha hecho en este país contra nuestro sector.

Pero de todos los excesos cometidos, el mayor y más problemático, se mire desde donde se mire, son los 164.000 millones de euros que hay inmovilizados en suelo en España, 4.500 millones aproximadamente en Murcia. No es la sobreproducción de vivienda, es el suelo. Llevamos tres años ocupándonos sólo de lo primero, cuando la amenaza que puede bloquear nuestro sistema crediticio procede del segundo. Ayuntamientos, bancos y empresas promotoras, todos culpables.

En nuestra Región, en un sólo proyecto, hay ´enterrados´ más de 350 millones en suelo rústico; un suelo que, sin valor urbano, tiene préstamos e hipotecas que los bancos tienen que amortizar. A día de hoy son suelos ilíquidos, nos sabemos cuándo se podrán poner en valor, ni lo que valdrán; quince años, veinte, treinta o simplemente nunca, ese será el destino de algunos de ellos. Pero los bancos tienen que amortizar esos préstamos en cualquier caso, y tragarse ese sapo es el que puede bloquear de verdad nuestro riego sanguíneo, y ya no podemos demorarlo más.