Cual serpiente de verano, emerge en ocasiones, entre los sopores vaporosos del calor estival, alguna noticia política de presunto alcance que acaba sedimentándose, o no, en el remanso nostálgico del otoño. En lo que respecta a este verano que en lo vacacional ya casi toca a su fin, hemos tenido ecos relativos al surgimiento de nuevas fuerzas políticas, tanto en el ámbito regional como en el estatal. En relación al primero de ellos, los promotores de la campaña en defensa del trasvase Tajo-Segura han apuntado la posibilidad de constituir un partido regionalista que, a modo del PRC cántabro o del PAR aragonés (alguien también pone como ejemplo al BNG), se convierta en decisiva para la gobernabilidad de esta región y, en consecuencia, actúe como lobbie murciano ante un PSOE o un PP que, detentando el gobierno central, precisen de esa fuerza de estricta obediencia murciana para sostenerse en Madrid y/o tocar poder en Murcia. En definitiva, se trata de utilizar el actual sistema electoral, injusto y no proporcional, para arrancar concesiones a la Administración central al 'estilo Pujol'. A esta pretensión le veo al menos tres objeciones. En primer lugar, una de carácter eminentemente práctico: en esta región, el espacio regionalista lo tiene en muy buena medida copado el PP, merced al nacionalismo hídrico desplegado por este partido en las últimas décadas, así como al inteligente victimismo del que periódicamente hace gala frente al gobierno central. Ello ha conformado una imagen 'patriótica' y reivindicativa del PP de Valcárcel que prácticamente cierra el camino a cualquier intento de configurar un partido regionalista murciano, que además tendría la dificultad añadida de encontrar a su propio 'Revilla'. En segundo lugar, estos movimientos tienden a afianzar un sistema electoral basado en la preeminencia artificial de dos grandes partidos estatales, que periódicamente se ven sometidos a presiones o chantajes de fuerzas territoriales sobrerrepresentadas en el Parlamento de Madrid por mor de ese sistema. En la medida que esta situación se perpetúe, los recursos no se distribuirán en función de las necesidades reales de los distintos territorios, sino del peso político de tal o cual entidad periférica. Y esto nos introduce en la tercera cuestión: la ideológica. Ciertamente, es importante conseguir para Murcia la variante de Camarillas, pero no menos importante (yo diría que más) es el nivel salarial de los murcianos, sus derechos laborales o la estructura fiscal que, en última instancia, define los niveles de inversión tanto estatales como autonómicos. Y en lo tocante a estas cuestiones, es imprescindible disponer de un soporte político-ideológico que en buena parte de los regionalismos o no existe o, cuando sí existe, está claramente escorado a la derecha. Dicho de otro modo: el componente social es más importante que el territorial por cuanto éste queda determinado y condicionado por aquél. Por consiguiente, el federalismo progresista que el conjunto del país requiere para un reparto más equitativo de los medios disponibles, tanto entre regiones como entre personas, nunca se podrá construir a partir de organizaciones cuya esencia es la defensa cerrada de unos espacios físicos concretos.

Por lo que hace al nivel estatal, existen movimientos para estructurar una fuerza verde cuyos mimbres fundamentales los aportaría el salto a la política del antiguo presidente de Greenpeace, López de Uralde, y en la que participarían algunos colectivos progresistas. En mi opinión, este tipo de partido, a tenor de la experiencia que ofrece el grupo parlamentario verde europeo, adolece de obviar uno de los dos aspectos ineludibles de la sostenibilidad, el social. El modelo económico ha de ser verde, a partir de un nuevo modo de producir y consumir. Pero éste no puede alumbrase sin abordar la contradicción capital/trabajo, que no sólo es determinante respecto de la justicia social, sino de la propia relación de la producción con la Naturaleza. De ahí su centralidad, que no es asumida por estos intentos estrictamente 'verdes'. En fin, estamos ante modas políticas que, como decía al principio, pueden limitarse al desfile veraniego por la pasarela o realmente cuajar en el cuerpo político regional y español. Lo que está claro es que no apuntan en el sentido de las necesidades reales de cambio de nuestra sociedad, por lo que resultan absolutamente prescindibles.