Debo decir que siento debilidad por los libros, los temas educativos y el pueblo en donde nací, un sitio en donde me siento mejor que en ninguna parte pese a que cada día me faltan más seres conocidos. Para los libros, dispongo de cuatro trozos de biblioteca que me proporcionan compañía en toda ocasión -son amigos que nunca te abandonan- pero para hablar de los temas educativos, nada mejor que echar mano a Pepe Castaño, un personaje de vida novelesca, con vaivenes que le llevan desde la escuela por la que sentía pasión desde su juventud hasta el confinamiento en una tienda en donde se arreglaban aparatos domésticos. Porque Pepe Castaño, por si no lo sabe, fue un maestro republicano del antiguo Plan Profesional -del que habla maravillas- que no pudo ejercer al terminar la guerra por razones tan sencillas como que estuvo alojado de forma gratuita en la Cárcel Vieja y en alguna otra dependencia administrativa en donde trataban de sacarle los colores del alma, también las ideas rojas que atesoraba este melillense, hijo de militar, hermano de exiliado político, un hombre que ha visto rodar varias generaciones si tenemos en cuenta que luce ahora sus 92 abriles con una frescura que para mí quisiera para cuando alcanzara los setenta, ya no tan lejanos para desgracia de quien yo me sé. Por si le falta un dato, se lo añado: Pepe Castaño, con su mochila a cuestas, con sus trienios y sexenios docentes no cobrados por imposición y sanción gubernativa, anda dispuesto a redimirse ahora y así cada día laboral que amanece en esta Murcia de nuestros desvelos, con puntualidad británica, se encamina al colegio que lleva su nombre, saluda a Juan, el director, y a sus compañeros, y se dispone a su edad a ayudar a los mozos en la preparación de trabajos o en la búsqueda de valores que se van perdiendo. Y con sus añicos a cuestas, incluso entra a clase y da clase de apoyo con una constancia que me hubiera gustado poseer en mis años dorados.

Se ha hecho tan famoso que incluso lo han galardonado con una medalla meritosa al trabajo por aquello de entregarse a una tarea docente sin participar del claustro, sin cobrar nómina, por intentar recuperar aquello que tanto amaba y le quitaron: los años que hubiera querido explicotear en clase a muchas generaciones que no lo pudieron conocer por haber sido rojo peligroso, por llevar en su cabeza, y esto es lo que pretendía destacar, el orgullo de ser maestro de la República, una banda ciertamente peligrosa porque confiaron en la quimera de cambiar la faz de un país en donde se acumulaba la miseria por medio de las letras del alfabeto.

Hace muchos años que conozco a Pepe Castaño. Andaba yo enredado al final de los 80, como siempre, verificando los papeles que había encontrado en cierto archivo, cuando Clara Smilg -¿cuándo escribiré en torno a su generosidad y ternura alfonsí?- me dijo que concertara con Pepe, una enciclopedia andante del magisterio murciano, un auténtico arsenal de datos en torno a personas que habían estudiado en las viejas Normales, un entendido en el arte de la enseñanza, alguien que sabe que se ha acabado una época de vocaciones y que empieza otra de profesiones. Efectivamente Pepe Castaño me confirmó uno a uno todos los datos que yo había encontrado en aquel libro que se llamó La depuración de los maestros en Murcia (1939-1942) y a él le dediqué el libro más tarde, cuando fue, tras muchos trances y algunos ajetreos, publicado por la Universidad de Murcia. Y me hubiera gustado dedicárselo, aunque no lo hice, con aquellas palabras como "Para Pepe Castaño, que sufrió en carnes vivas este cruel proceso". Luego le añadí el nombre de mi cuñada Mercedes en donde debería haber ido aquello "para que no sufra nunca otra como aquella".

Pepe Castaño, como Funes el Memorioso, me fue poniendo aquí y allá esos personajes que salían de las tinieblas, nombres prohibidos, gentes olvidadas, maestros que habían sido castigados, multados, desplazados, sancionados, trasladados, hostigados, separados del servicio, expulsados, gentes que, como él, solo habían cometido la equivocación de entregarse con pasión al viejo y complejo arte de enseñar. Y sabía -entonces el mundo era estrecho y cómodo- quién había participado activamente en la contienda, quién había modificado su trayectoria política, quién había denunciado para salvarse, quién no pudo -como él- ni acercarse al tribunal para solicitar la boleta que le permitiera ejercer el oficio, su bendito oficio de maestro.

Ahora, cuando han pasado muchos años, Pepe Castaño sigue sereno recordando aquellos tiempos; sigue mirando atrás sin ira y lo único que pretende es escribir con tiza en la pizarra de su colegio todo aquello que no pudo escribir cuando era joven, cuando no había Eso, cuando había largo bachiller (que él cursó en Algeciras y Ceuta), cuando había duro examen de Estado. Un café con él cada cierto tiempo basta y sobra para rescatar de las sombras una parte de la historia del Magisterio en Murcia. Toda una institución.