Esta semana se ha celebrado (en silencio) el centenario de Miguel Mihura. Total, un centenario más que otro, qué más da, ya puestos. Si alguien más celebra su centenario que hable ahora o calle para siempre. La verdad es que se ha celebrado de manera sui generis, como todo lo que celebramos en España, cada uno por nuestro lado. Así que, como últimamente, si la cosa no es del color que más conviene, esto se ha politizado también. Ha habido partes y apartes.

Los Monchos Alpuentes se han dedicado a celebrarlo ellos solitos. Esas fiestorras de los sabinas y alpuentes, una lástima que no me hayan participado. José Luis Garci ha decidido estrenar este verano su adaptación de Ninnette y un señor de Murcia (verdaderamente la mejor época para estrenar cine, muchacho). No sé, que me ponen en un aprieto, me costaría decidirme por esta o la otra fiesta, la verdad. Lo malo de los directores es que tenemos que soportar sus manías y caprichos. El encabezonamiento actual se llama Elsa Pataki, esa nena a la que llaman actriz y que, como se empeñe Garci, al final hasta se lo va a creer más de uno y lo peor, hasta ella.

Si algo caracterizaba a Mihura era su dedicación a las mujeres (tanto en la vida real como en sus obras). La mayoría de sus hombres, según él, acaparaban una imagen de subyugados bajo el influjo de una mujer. La mujer era el personaje activo mientras el hombre el sujeto pasivo (más bien nosotras seríamos el sujeto paciente). "Un hombre pasivo, apocado, como el señor de Murcia que viaja a París para conocer la vida alegre y una mujer activa como la Ninette en cuya casa se aloja y que le impedirá salir a la calle para ver siquiera la Torre Eiffel".

En su discurso de entrada en la RAE, Antonio Mingote recordaba los tiempos de aquellos autores: "Un tipo flaco, con la chistera arrugada, las manos en los bolsillos, sin abrigo y añorando unas chuletas de cordero era, a juzgar por la obstinación de los caricaturistas en repetirlo, un motivo seguro de risa. Y la risa desbordaba cuando el tipo de la chistera arrugada, además de tener hambre, era, como solía suceder, poeta. Se supone que muchos sesudos caballeros utilizaban el chiste del poeta hambriento con el que se habían hartado de reír para aleccionar a sus tiernos hijos con posibles aficiones literarias: 'Mira, imbécil, lo que te espera como sigas por ese camino'. Los humoristas conocen bien el tema más habituados a la necesidad que al bienestar. 'Cogí la pluma de hacer pesetas..., la pluma de falsificar cincuenta pesetas de literatura jocosa'. Esto lo dice Clarín, catedrático, escritor de éxito y crítico celebrado. Aquellos humoristas de la posguerra vivían un mundo que a ellos les parecía extraño y grotesco y al que por muchos esfuerzos que pudieran hacer no lograban integrarse".

Ahí nació La Codorniz, dirigida por Miguel Mihura; de nuevo Mingote: "Telefoneó un día Miguel Mihura a una oficina para no sé qué trámite inevitable. Atendió al teléfono una eficiente secretaria que le espetó, entusiasta: '¡Arriba España!'. Miguel, que esperaba un normal y rutinario 'dígame', quedó desconcertado un momento hasta que se le ocurrió contestar: 'Muchas gracias. ¿Está don Mariano?' Y no es que se opusiera a que España ascendiera todo lo posible, es que no sabía cómo colaborar en aquella súbita eclosión de patriotismo que él encontraba tan desproporcionada y fuera de lugar". Como dice Garci: "Mihura está por encima de la política, del centro, de la izquierda, de la derecha... Pertenecía a un generación irrepetible, la del 27". Umbral recordaba que cuando le preguntó acerca de qué iba a hacer su discurso de ingreso en al Academia contestó: "'Sobre los humoristas'. Hoy llaman humoristas a los caricatos de la tele. Hoy llaman humorista a un cuentachistes. Hoy llaman humorista a cualquiera. Y no es verdad, el humorista soy yo y el humorismo es lo mío. 'Mira, Umbral, yo empecé en el teatro, de familia de actores, dando bonos gratis por una ventanilla sobre la cual ponía: No se conceden bonos'".