Atrás dejo Cartagena, mientras me dirijo a recorrer su costa, llena de vida y naturaleza, de playas y calas, de baterías militares que parecen sacadas de un cuento de dibujos animados y acantilados que te invitan a asomarte al mundo marino. Aún permanecen en mi retina las mil historias que te ofrece la capital turística de la Región.

Su Teatro Romano, su Foro, sus edificios modernistas, sus pequeños detalles tallados en forja o sus museos han buscado apartamento en mi cerebro, con intención de alojarse durante mucho tiempo. Solo la luz azul de su cielo viene físicamente conmigo, una luz que te recoge y te enseña una costa con mil caras.

«Contamos con reservas marinas, patrimonio, festivales de cine, jazz, tenemos rutas senderistas, con castillos y fortalezas que acarician la costa». «Y aún así, todavía estamos por descubrir», me dice orgullosa Noelia Arroyo, que dentro de unos pocos meses recogerá el bastón de mando de la corporación.

Antes de planificar el día, me acerco a Cala Cortina. Apenas hay gente. Una persona lee un libro mientras el sol va despidiéndose hasta el día siguiente. Volver a este trozo de mar es como volver a hacer las paces con la naturaleza. Una pena que esta ciudad siga siendo una gran desconocida en la Región.

Una lástima que sus baterías militares, como son las de Castillitos y Las Cenizas, por citar solo dos ejemplos, sigan ahí, esperando que alguien alguna vez las convierta en referencia del turismo del futuro. Si alguno de ustedes no las ha visitado, no sigan leyendo, y vayan a su encuentro.

El Teatro Romano, una de las joyas de Cartagena

Pocas ciudades del mundo pueden presumir de tener una costa llena de contrastes como ofrece Cartagena, pero, sobre todo, un lugar que puede ser disfrutado 365 días al año: un lujo al alcance de muy pocos lugares.

Quiero ver amanecer en la Batería de Castillitos, así que temprano tomo dirección La Azohía. Cuando llego al cruce de Campillo de Abajo, recuerdo el día que descubrí este rincón del Mediterráneo, hace años, muchos años. Lo único que tuve claro en aquel momento es que volvería. Me quedaría aquí todo el día, pero un arroz me espera en Galifa, a nueve kilómetros de la ciudad. Bajo sus faldas, El Portús. Antes de dar buena cuenta de la paella, me dirijo a sentarme junto a la Ermita que preside la costa. El sol me abraza de manera tenue, mientras el agua brilla de forma especial. No sé si existen los ángeles, pero si existen, en primavera andarán por aquí.

Los arroces, un placer para los sentidos.

Apenas llevo mediodía recorriendo la costa de Cartagena, y ya he encontrado media docena de sitios para perderme, para dejarme llevar por el sonido del mar y el viento. Pero desperdicio una buena siesta a cambio de una caminata en la Batería de Las Cenizas. Ha merecido la pena perderse la sobremesa. Las vistas desde lo alto te vuelven a convencer que de la naturaleza necesitas muy poco para enamorarte.

Llego a Cabo de Palos al atardecer. Apenas hay gente, lo que sin duda se agradece, ya que en aquella antigua normalidad, el ir y venir de personas robaba protagonismo a este trozo de gloria.

Mientras cae el sol, voy acercándome a su famoso faro, y sus pequeños acantilados me llevan de la mano. Cuando llego, La Manga se abre ante mi mirada. Ojalá los seres humanos no sigamos destruyendo el planeta, y el Mediterráneo no termine engullendo a la niña de sus ojos.

Somos cuna de civilizaciones, el destino del que todos regresan hablando bien

Noelia Arroyo - Vicealcaldesa de Cartagena

Ha llegado el momento de despedirme con un ‘hasta pronto’ de Cartagena. Mi blog contiene un sinfín de apuntes, de detalles, de lugares y rincones, de recuerdos y puestas de sol, de amaneceres e ilusiones. Me despido de la que quizás sea una de las ciudades más bonitas del Mediterráneo, y no solo del Levante español.

Playas de Calblanque

Pero antes de terminar, me gustaría resaltar la gran aportación de los profesionales que desde ‘Cartagena Puerto de Culturas’ están haciendo para el turismo de calidad. Sin ellos y ellas, sería mucho más difícil encontrar el alma de este lugar.

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