David Beriain tenía pinta de guerrillero de película. Desentonaba en los pasillos del edificio central, en el campus de la Universidad de Navarra, el primer día de clase. Era imposible no fijarse en él. Entre zagales que parecían señores con castellanos relucientes, peinados con flequillo, incluso alguna corbata, su aspecto desaliñado auténtico, camiseta, zamarra, grises y verdes y botas, todo sostenido con una mirada punzante y tierna a la vez, y un aire a actor de Hollywood, una especie de Will Hunting a la navarra, David para mí reivindicaba aquella facultad como un lugar donde cabíamos todos. David fue aquel día una buena noticia para mí. Lo recuerdo perfectamente. Llegué algo influenciado por clichés sobre religiosidad y sobre las universidades privadas, remarcados con aquella visión de prados cuidados y señores de 18 años con jerseys de pico. David borró todo aquello de dos plumazos. No solo fue su aspecto. Fueron sus intervenciones ya el primer día de clase poniendo en duda a los profesores y mostrando aquello que siguió mostrando hasta el último suspiro: libertad. David era libre. Y buscaba la verdad, con ahínco y con todas las herramientas disponibles, entre las que también estaba el respeto, con todos y para todos. Qué lección. «En Periodismo está todo inventado, solo hay que hacerlo bien», cita suya leída estos días, que refleja perfectamente su forma de afrontar la profesión, su vida, algo que muy pocos periodistas pueden decir. 

Pasados los años, cuando vi a David en reportajes haciendo entrevistas a mafiosos y criminales por medio mundo, no me sorprendió lo más mínimo. Era evidente que David iba a ir a contar las historias que nadie puede contar. Exprimió al máximo aquellos años, en el sentido más periodístico que existe. Estudiar una carrera no es aprobar todas las asignaturas, como hicimos la mayoría. Estudiar una carrera es lo que hizo David Beriain aquellos años. Pulir su radical vocación para convertirse en el mejor periodista de su generación y orgullo de quienes tuvimos el privilegio de compartir clases con él.

Durante los años que coincidimos fue un ejemplo. Debatía, pero lo que más hacía era aprender. Preguntar. Volver a preguntar. Y después dudar otra vez y volver a preguntar y debatir. Para muchos profesores fue un grano en el culo. Para otros fue el alumno perfecto con el que avanzar. Y avanzábamos todos. Siempre con respeto. Su relación con el padre Terrasa, cuando estudiamos la canción Ojalá de Silvio Rodríguez, nos dejó a los alumnos de la generación del 95 de la Facultad de Comunicación algunas de las mejores clases de nuestras vidas. La pasión de ambos por aquella canción me marcó. Siempre que la escucho veo a David cantándola. Y hoy imagino ese disparo de nieve que ha acabado con su vida en Burkina Faso, pero no con David Beriain, porque su legado es tan importante para el Periodismo que la paradoja de Ojalá no se cumplirá con David. Siempre podremos tocarle en sus reportajes. En su Periodismo. Gracias, David Beriain. Vale.