Cuarenta años han tenido que pasar para conocer claves que se escondían tras la frase que el ovetense Sabino Fernández Campo hizo célebre en la noche del 23-F, la famosa “ni está ni se le espera” cuando el general José Juste, el jefe de la División Acorazada Brunete, le preguntó si Alfonso Armada había llegado al palacio de la Zarzuela para verse con Juan Carlos I. El rey emérito ha desvelado que el “cortafuegos” en la alta cúpula militar fue posible gracias al propio Juste, un servicio que nunca había trascendido y que el general, al que el golpe de 1981 negó la culminación de su carrera militar, nunca exhibió en su hoja de servicios.

El rey emérito señala, según el diario 'El Mundo', al jefe de la Brunete como el militar que realmente evitó la entrada de Armada en Zarzuela, una maniobra que supuestamente debía hacer creer al resto de mandos que sabían del golpe que el propio Juan Carlos I estaba al corriente. No paró ahí la labor de zapa del general Juste. También ordenó a la División Acorazada Brunete que permaneciera acuartelada. Nada de salir por las calles de Madrid, como había ocurrido con los tanques en Valencia. La imagen de un Madrid militarizado chocaba de lleno con los planes de enfriamiento y de descafeinar la tensión del 23-F que manejaba el Gobierno en funciones, el de los subsecretarios, encabezado por Francisco Laína. Si los tanques hubieran circulado por Cibeles...

De cómo se produjo el aviso para que Armada nunca entrase esa tarde noche en el palacio de la Zarzuela ha dado ahora nuevos detalles el rey emérito. Juste le llamó, y no solo le preguntó si estaba con él el general Armada sino que le pidió, por favor, que no lo recibiese en el caso de que se acercara hasta la residencia real. Y Armada llegar, llegó; pero se quedó a las puertas del palacio. Juan Carlos I ordenó a Sabino Fernández Campo que no le dejase pasar porque no quería allí a Armada. Como a un rey no se le discute, el militar ovetense indicó al general que volviese a su cuartel general.

Juste se había percatado de una serie de movimientos esa misma jornada del 23-F a los que no eran ajenos José Ignacio San Martín, jefe de estado de mayor de la Acorazada Brunete, el comandante de la misma unidad, Pardo Zancada, ni el general Torres Rojas, el anterior jefe de la División Acorazada al que había sustituido solo un año antes y que, al parecer, llegaba con el objetivo de recuperar ese mando. Juste oyó de primera mano cómo Pardo Zancada advertía que esa tarde se iba a producir “un hecho sonado”, que activaría el protocolo diseñado para momentos de gravedad, y que después el general Armada estaría en la Zarzuela. Y el conocimiento de esos hechos fue lo que le movió a realizar esa audaz llamada personal al Rey, ahora revelada.

Juste llamó luego a otros militares de máximo rango, entre ellos a su superior Quintana Lacaci. Y vuelve a llamar a Zarzuela, esta vez al ovetense Sabino Fernández Campo, para preguntarle si está allí el general Armada. Entonces, el relato ya vuelve al terreno de los hechos que ya se conocían desde hace cuarenta años: “¿Armada aquí? Armada aquí ni está ni se le espera”, respondió el que luego sería jefe de la Casa del Rey y, más tarde, cuando Juan Carlos I entendió cumplida su misión, Conde de Latores.

El general Juste no tuvo ningún reconocimiento público ni oficial. Antes al contrario, al año siguiente fue relevado del mando de la emblemática división y pasó a la reserva ya que no fue promovido al ascenso como teniente general. Cuentan ahora que el Rey, el capitán general de todos los ejércitos, trató de que contaran para los ascensos con Juste, que hasta ahora era considerado como uno de los mandos militares que aquel día se habían mostrado presa de la indecisión y la duda. Pero el secreto ahora revelado no llegó a los oídos de los despachos donde se cuecen unos ascensos caros, porque suponen el premio final a una carrera y son bastantes más los llamados que los elegidos.

Salvando las distancias y aunque las comparaciones suelen resultar odiosas, al coronel de la Guardia Civil Pablo Cuesta tampoco le premiaron con un último ascenso, el del generalato en el Instituto Armado, cuando atesoraba en su trayectoria, intachable, méritos más que sobrados. Pero el riguroso informe interno sobre la gestión corrupta de Luis Roldán, el primer civil que dirigió la Guardia Civil, le acabó pasando factura.