DESTRUCCIÓN EN LORCA TRAS UN TERREMOTO

En 1783, la ciudad de Lorca sufrió un gran terremoto que destruyó numerosas casas y causó grandes pérdidas en la ciudad. Eran poco más de las seis de la tarde de aquel domingo 30 de marzo, cuando la tierra comenzó a temblar. Días más tarde, los cargos eclesiásticos lorquinos, entregan al Concejo de la ciudad los daños registrados en iglesias y conventos que fueron cuantiosos. Estos son los más destacados: en el convento de la Merced, un arco de su tejado cayó y fue a parar sobre el órgano de la iglesia destrozando por completo todo el interior de la misma. En el del Carmen se resintió la media naranja y se precipitó al suelo. En el de Nuestro Padre san Francisco cayó una almena y rompió la imagen de santo Domingo, aparte de dejar la torre muy resentida y, por último, señalan las actas capitulares, en el castillo el terremoto derribó una punta de las almenas. A todos estos daños del patrimonio de la iglesia hubo que sumar más de cien pequeñas casas destruidas, cuantiosas pérdidas en edificios nobles y numerosos daños en calles y lugares públicos.

SE PROHÍBEN LOS BAILES DE PUJAS Y DE ÁNIMAS

En 1777, ante lo que el Concejo considera graves irregularidades y alteraciones de orden, se dicta un bando por el cual se da conocimiento a los habitantes de la ciudad y la huerta de la prohibición de bailes de las hermandades de Ánimas y petición de limosnas. El acta concejil comunicándolo a la población se expresa en los siguientes términos: «Considerando esta Ciudad de Murcia los graves daños y alborotos que resultan de los bailes de Ánimas, que se acostumbran a hacer, y de las rifas que en ellos se hacen con pretexto de sacar limosna, ocupándose también muchas gentes en jugar a los naipes gran parte del día y exponiéndose a perder el santo sacrificio de la misa, se acuerda que no se permita con motivo alguno en adelante ningún baile de Ánimas, rifas ni juegos de naipes con este pretexto, así en esta ciudad como en los lugares y Partidos de su huerta y campo».

EL PIENSO Y MANUTENCIÓN DE LOS TOROS BRAVOS LOS PAGÓ EL CONCEJO

En el año 1751, según consta en las Actas Capitulares de la ciudad de Murcia, durante el mes de abril se iba a celebrar una corrida de toros en la «denominada plaza de san Antolín» (a espaldas de la iglesia parroquial en el barrio del mismo nombre), pero resulta que la lluvia impidió el festejo y tuvo que suspenderse, con lo cual, las reses estuvieron hasta el día que se pudiera celebrar la corrida comiendo a costa del Concejo. El acta se expresa en los siguientes términos: «Se hizo una corrida de toros en la plaza de toros de san Antolín, a espaldas de dicha iglesia, pero llovió durante todos aquellos días por lo que se aplazó la corrida con esos toros por cuatro días durante los cuales, los astados, estuvieron encerrados en el toril donde les echaron pozales de salvado y manojos de hierba para que comiesen. Estos gastos fueron sufragados por el Concejo de la ciudad que aceptó de buen grado el gasto originado por los toros. La corrida al final pudo ser celebrada».

LA MONJA QUE NO ERA TAL

  • Un suceso acaecido en Granada en el siglo XVIII, en el convento de Madres Capuchinas, tuvo gran repercusión en toda la Diócesis de Cartagena, ya que, entre otras cosas, el hermano de la monja tenía el cargo de Racionero de Baza con grandes vinculaciones en la ciudad de Murcia y además se trataba de una orden religiosa de enorme predicamento en nuestra ciudad en aquellos años. No olvidemos, tampoco, que las Capuchinas en Murcia fueron fundadas por la Madre Sor Ángela María Astorch y que había fallecido en esta ciudad siendo enterrada en el convento murciano un siglo antes y que desde ese momento era considerada como santa. Por tanto, las Madres Capuchinas en Murcia, aquellos años recibían el cariño de la ciudad. Este ´extraño´ suceso no dejó indiferente a nadie provocando, incluso, el escándalo. Las crónicas dan cuenta de ello en los siguientes términos: «En estos días de 1791 vino de Granada una noticia que dio mucho que hablar a las gentes. La monja capuchina del convento de Granada y hermana de Don Felipe Hernández, Señor Racionero de Baza, entró en su convento a los 15 años de edad y ha permanecido monja profesa hasta los 32 o 34. Habrá 5 años que advirtió la extraña novedad de ir la naturaleza desplegando o echando fuera el miembro virginal, que hasta este tiempo no había tenido vigor para hacer lo que regularmente ejecuta cuando estamos en el vientre materno. Luego que hubo advertido esta novedad, que antes no había notado por figurarse aquellos labios que les forma el sexo a las niñas y estar corriente el conducto de la orina, se lo comunicó a su confesor, que la despreció varias veces, hasta que, por muerte de este, consultó la dicha monjahombre otro director quien, despreciándola como el anterior y teniéndola por loca, la privó del Sacramento al insistir que ella era hombre. Y estando ella tocada de la mano de Dios, consultó dicho director este asunto con el señor Arzobispo de Granada y, con acuerdo de ambos, pasó una comadre y otra a su lado al convento y en presencia de la abadesa, fue registrada y resultó ser cierto que era hombre y los genitales los tenía metidos en las cavidades de su cuerpo, por no haber podido echarlos fuera la naturaleza. Tras este reconocimiento, la sacaron del convento y, con suficiente número de facultativos y comadrones, determinó la Audiencia que se practicase formal y verdadero reconocimiento, hecho el cual resultó que era un hombre perfecto, quedando por ello, nula la profesión religiosa. Con lo dicho se da testimonio de la santidad de aquella casa y también de la virtud y fortaleza de dicho don Fernando Fernández, que así se llama, pues ha estado de enfermera y otros oficios de comunidad, despreciado y castigado por decir que era un hombre y que estaba en mala consecuencia de lo que resultaba que era tenido por loco y pudo haber hecho una locura. Aseguran que le fue preciso mortificarse mucho y hacerse mucha penitencia. Ahora ya reside en su pueblo, Sufar, fuera del convento vestido de hombre y libre para contraer matrimonio si así es su deseo».

LOS MERCEDARIOS QUISIERON BORRAR LA DEVOCIÓN A LA VIRGEN DE LA FUENSANTA E IMPONER A LA DE LOS REMEDIOS

Curioso, cuanto menos, el caso que hemos encontrado en las actas de la Diócesis en relación a una época de sequía y las rogativas que se llevaron a cabo en el mes de marzo del año 1800. Este caso es bastante llamativo. El suceso se narra así en dichas actas: «Por la gran falta de agua, en el convento de la Merced y en su iglesia bajaron del camarín al altar mayor la Virgen, aparecida de piedra, con el título de Nuestra Señora de los Remedios, a quien desde el año 1719 no habían bajado, que son 81 años para el mismo fin. Estuvo nueve días de rogativa y determinaron los frailes sacarla en rosario general de rogativa el martes 25 de dicho mes de marzo, pero amaneció lloviendo y lo dejaron para el viernes 28 de dicho mes que sucedió lo mismo. En este día envió su recado el señor Obispo de esta Diócesis con el Señor Vizconde de Huerta, al Padre Comendador de la Orden Mercedaria para indicarle que, pues había llovido ya y el domingo 30 había procesión de gracias a la Virgen de la Fuensanta y a Nuestro Padre Jesús Nazareno, que ya no venía bien la rogativa de los Remedios, que suspendiesen dicho rosario y así se hizo. Por ser los frailes muy precipitados y habladores se quedaron con el gasto de mucha cera hecho, pues convidaron a toda Murcia a que fuese a alumbrar, y que querían ya que dicha imagen fuese mejor y más milagrosa que la de la Fuensanta al objeto de obtener el favor de los devotos fieles murcianos para que reconocieran los favores a la de los Remedios antes que a la Fuensanta, ya que algunos frailes mercedarios pretendían que su Virgen gozara del favor del pueblo en esta Diócesis».

NUEVAS DESAVENENCIAS ENTRE LA DIÓCESIS Y EL CONCEJO DE MURCIA

Siguieron los problemas a lo largo de casi todo el siglo XVIII entre el Concejo de la ciudad y el Obispado de Cartagena. A la mínima saltaban chispazos y los enfrentamientos estaban a la orden del día. Así ocurrió el día del Corpus del año 1776, cuando el Concejo se negó a entoldar las calles para que pasara la procesión con el Santísimo. Las actas capitulares dicen lo siguiente: «Día del Señor, jueves de Corpus, fue el primer año que se cortó la carrera del Corpus Christy a causa de no haber toldos en toda la carrera. El Concejo no quiso ponerlos y adujo que no tenían obligación de hacerlo. La procesión cambió de recorrido para no pasar por el sitio de costumbre donde deberían esperar las autoridades concejiles. Discurrió por la calle del Contraste y en la pared del convento de monjas de Madre de Dios hicieron un altar que era el mismo que hacían en la bocacalle de la Plaza Nueva pero que al no pasar la procesión por allí se trasladó de sitio».