De los gusanos de seda, además de la seda, se obtenía la hijuela, más conocida con el nombre de sedal español o pelo para pescar. Para este menester se utilizaba la crin de caballos blancos, hasta que se descubrió en las postrimerías del siglo XVIII que las glándulas sedosas del gusano ofrecían excelentes cualidades para sustituir la crin del caballo. Utilizándose también para fabricar cuerdas de guitarra y de otros instrumentos musicales, así como en cirugía como hilo para coser suturas. Se obtenía tanto de aquellos gusanos que antes del embojo se veía que no eran aptos para hilar seda por alguna afección, detectada al tener un color marrón oscuro (conocidos como sapos o monas) como también de los que se criaban para este fin.

Se obtenía sacando la glándula sericígena en el momento en que el gusano comienza a hilar. Para su elaboración, se echaban los gusanos en un lebrillo con agua, vinagre y sal para que se ahogaran y maceraran. La operación duraba toda una noche o toda una mañana; posteriormente se extraía la hijuela, que se hacía abriendo el gusano por el vientre y estirándolo con los dedos, hasta formar una hebra larga de unos 40 a 60 centímetros de longitud. Una vez obtenida la misma se lavaba con agua y limón y después, se dejaba secar.

En la década de los años 40 del siglo XX, cosechando una onza de semilla compuesta por 32 gramos, podían conseguirse unas 17 libras de hijuela, algo menos de ocho kilos, con un valor de 650 a 700 pesetas. Con ellas se formaba la hijuela en rama o en bruto que los agricultores vendían a los industriales dedicados a estos menesteres. La transformación industrial producía unas hebras blancas, transparentes en el agua, incorruptibles y de una resistencia, según expertos, superior a la del acero. Estas industrias estaban extendidas por toda la ciudad de Murcia y alrededores. A principios del siglo XX, se encontraba una a la entrada del Malecón, cuyo propietario era Pascual Ponce; en la calle Barahundillo, estaba la de Joaquín García; en la plaza de Romera la de José Garcisolo, trasladándose después a la Casa de los Nueve Pisos; la fábrica de La Hijuela, José Gómez y CÍA, en el barrio del Carmen; siendo la mayor de todas la fábrica del Inglés, situada en la plaza de los Apóstoles, creando años más tarde otra aún mayor en el Camino de Beniaján.

Esta industria de carácter rural y doméstico, típicamente murciana, tuvo su origen en el barrio de San Juan de Murcia. No se sabe quién o de qué manera encontraría el procedimiento y su posterior utilización, pero lo cierto es que el producto causó sensación en los mercados del mundo entero. Se ha comprobado que medio metro de hijuela de un milímetro de espesor mantiene sin romperse setenta kilogramos de peso, resistencia superior a la del acero, que en las mismas condiciones sostiene sólo 65 kilos. Esta resistencia de la hijuela aumenta en un 20% cuando la misma se sumerge en el agua en la que se hace transparente.

La producción anual en los años cincuenta oscilaba entre cuarenta y cuarenta y cinco mil libras, cuyo trabajo de manipulación daba ocupación a unas tres mil familias. Su consumo era mundial, pero a donde más se exportaba era a EE UU, Inglaterra, Francia, Suecia, Dinamarca y Noruega. También adquirió mucha importancia en cirugía, al ser destinada como hilo para coser suturas.

En Murcia, los laboratorios de Lorca Marín, situados en la carretera de Alicante, se ocuparon, hasta hace unos años de su asepsia, envasado y distribución. Los huertanos sacaban de esta cosecha, al igual que con la seda, un buen dinero que les servía para pagar el rento, por San Juan, fecha en que se solía vender. Además, con el producto de la venta podían vestir a los suyos, pagar las deudas atrasadas, en definitiva, sanear la economía familiar.

De la producción e industrialización de la hijuela, nada más nos queda que el recuerdo. Esta industria de origen murciano ha terminado marchándose de nuestro entorno. A los historiadores nos queda mantener viva la memoria histórica, para que las nuevas generaciones la conozcan y no desaparezca en el olvido.