Obituario

Trifón Abad: Adiós al médico que corría por los bancales de su Algaida natal

Trifón Abad, padre e hijo, disfrutando de un buen vino. | L.O.

Trifón Abad, padre e hijo, disfrutando de un buen vino. | L.O. / TRIFÓN ABAD (HIJO). murcia

Trifón Abad (Hijo)

Se asombraba con un lienzo, con el silencio de una catedral, con el sonido de una acequia; se emocionaba contándome el argumento del último libro que acababa de terminar; disfrutaba más cortando tajaicas de melón para los demás que comiéndose la suya; y gozaba viendo los primeros brotes del melocotonero que plantamos en la casica del padre Andrés.

Nos enseñó que la amistad es un castillo de muros infinitos, la fortaleza de un reino sin horizontes. Nos enseñó que siempre hay derecho a ser perdonado.

Era justo, generoso, noble y fue leal a sus principios hasta el último día. Nos enseñó que ninguna meta es tan importante o hermosa como disfrutar del camino.

A menudo sus pacientes se convertían en sus amigos, porque ayudaba al que menos tenía sin pedirle nada a cambio. Nunca pedía nada a cambio. Nunca pedía nada. Esa profesión sagrada que lleva unida a su nombre. Siempre había alguien en casa con un hijo para que le viera las rodillas abiertas, la espalda desviada, los pies torcidos... para que le dijera que todo iba a ir bien. Porque solo con sus palabras ya la vida dolía menos.

Tenía la risa del niño que corrió por los bancales de su Algaida. De nuestra Algaida, en Archena.

Cantaba los goles de su Madrid y el corazón se le subía a la garganta. De niño me levantaba en brazos y yo sentía que estaba en el Bernabéu y me creía que era Butragueño y con ese pensamiento me dormía (aún me duermo).

Nos enseñó a luchar hasta la última gota de sudor, pero siempre, ante todo, juego limpio.

Cantaba con los ojos cerrados, como cantaba el Paye en Nochebuena, con tanta verdad y tanta fuerza. Y recitaba los versos de Vicente Medina de memoria como la Maye (Los pajaricos sueltos y La Cansera. Ay, papá, la Cansera...).

Me quedaban tantas cosas por contarle. Tantos libros que llevarle. Tantos abrazos. Tantas palabras. Tan de pronto todo.

Sé que todos los hombres somos iguales, pero creedme si os digo que sus ojos brillaban de un modo diferente. La mirada de mi padre estaba hecha de aire puro.