El Vaticano podría reabrir la causa para santificar al beato de Lorca Pedro Soler

El proceso coincide con el 163 aniversario de su martirio en Damasco junto a siete religiosos más

El rabalero, por el que este lunes se oficiará una misa en San Cristóbal, integró la primera expedición misionera a Tierra Santa 

Altar de los mártires, entre ellos, el lorquino Pedro Soler, en la iglesia conventual de Bab Tuma, al suroeste de Siria, en el área metropolitana de Damasco.

Altar de los mártires, entre ellos, el lorquino Pedro Soler, en la iglesia conventual de Bab Tuma, al suroeste de Siria, en el área metropolitana de Damasco. / L. O.

La pasada medianoche se cumplía el 163 aniversario de la muerte del beato Pedro Soler que tenía lugar en Damasco a donde el lorquino del barrio de San Cristóbal acudía formando parte de la primera expedición misionera a Tierra Santa. La conocida como ‘La misión mártir’ llevaba a la muerte a los ocho religiosos que emprendían el camino.

Todos fallecieron en trágicas circunstancias, siendo el último en afrontar el martirio, en la noche del 9 al 10 de julio de 1860, el beato lorquino, mientras intentaba salvar la vida de dos niños, José y Antonio, a los que protegió con su cuerpo hasta la muerte.

En la iglesia donde fue bautizado, la de San Cristóbal se celebrará este lunes una misa en su memoria y se dará a besar su reliquia que se guarda junto a un cuadro en el que se rememora su martirio. Mucho antes, en la capilla del Monasterio de Santa Ana y Santa María Magdalena de clarisas, el beato lorquino, de la Orden Franciscana, era recordado y también se mostraba su reliquia para que los fieles pudieran rendirle homenaje.

En este lugar se guarda no solo una reliquia del mártir lorquino, sino también el alba que vistió la primera vez que cantó misa en el viejo convento de la calle Álamo. El santo del barrio de San Cristóbal nació en la calle Abellaneda el 28 de abril de 1827. Allí vivió con su padre, Ramón Soler García, arriero de profesión, y su madre, Simona Méndez Elvira. Tras la muerte de su padre, su madre se volvió a casar con Antonio Hidalgo, trasladándose la familia a la calle Ramblilla de Tejares.

Fue tejiendo su vocación religiosa bajo la dirección de la Orden Franciscana, teniendo como director a Fray Juan Sandoval. En Cuenca comenzó a fraguarse su destino para reemplazar a los misioneros fallecidos en Tierra Santa. Es ordenado sacerdote el 28 de febrero de 1858, mientras concentraba toda su actividad en el estudio de la lengua árabe. En otoño de ese año comienzan los preparativos para la partida. Salen de Priego camino a Valencia desde donde parten el 25 de enero hacia Palestina. Cuatro de los misioneros serían mártires en la noche del 9 al 10 de julio de 1860, Soler, Alberca, Ascanio y Jacobo Fernández.

La situación en Damasco no era fácil para los cristianos. La persecución de los turcos contra los misioneros y la quema de conventos llevan al lorquino a intentar poner a salvo a un niño de doce años junto con otros dos cristianos refugiados. Fue sorprendido y le ofrecieron abandonar su fe a cambio de permanecer con vida. “No amigo mío, jamás cometeré tal impiedad. Soy cristiano y prefiero mil veces morir”. Se puso de rodillas. Hizo la señal de la cruz y se ofreció a Dios. Inclinó su cuello y lo ofreció al verdugo Kaugiar que le asestó una gran cuchillada con la cimitarra, cayendo al suelo boca abajo sin vida.

Portada del libro 'Vida del Beato Pedro Soler' escrito por Pedro Riquelme Oliva.

Portada del libro 'Vida del Beato Pedro Soler' escrito por Pedro Riquelme Oliva. / Pilar Wals

El 17 de diciembre de 1886 se iniciaba el proceso de beatificación y el 10 de octubre de 1926 era rubricado. Ahora, el Vaticano podría reabrir la causa de los conocidos como ‘Ocho mártires de Damasco’ con intención de hacerlos santos. La Santa Sede se habría puesto en contacto con la ciudad para recabar argumentos para la reapertura del proceso que hace años alentó el párroco Pedro Pelegrín y que continuaron el franciscano Pedro Riquelme Oliva y una comisión de lorquinos creada para lograr su canonización. Este último, publicaba en 1998 un volumen ‘Vida del Beato Pedro Soler. Franciscano y mártir lorquino (1826-1860)’ que reunía toda la información y documentos de su vida y obra.

A la causa podrían sumarse ahora algunos hechos acontecidos en los últimos años y que tienen como mentor al beato lorquino. Entre ellos, la cura de una enferma de cáncer a la que podrían requerir su declaración. El padre Soler mostraba en sus últimos días en nuestro país su “vibrante contento” al conseguir el permiso para marchar a Tierra Santa. Lo hacía con unos versos que se recuperaban en el libro sobre su vida y obra: “Buscarte quiero a solas, gloria mía, porque tarde y poco de hallo en compañía. Dame amor, gloria mía, o daré voces, porque dándome amor, en él te goces. Cruz es querer quererte ¿ay!, bien que espero, y no poder quererte cuanto quiero. Déjate amar, bondad crucificada, déjate amar, pues no te cuesta nada”.

El alcalde, Fulgencio Gil Jódar, reconocía en declaraciones a La Opinión que le habían informado de los pasos que se podrían haber iniciado para llevar a los altares al lorquino. “Es una sorpresa que después de tantos años se pueda abrir la causa para impulsar su santificación. Es importante porque se trata de un lorquino de vida ejemplar. Un lorquino del barrio de San Cristóbal. Un rabalero que podría ser el primer lorquino en convertirse en santo, lo que es motivo de ilusión y de júbilo para todos”.