Medio Ambiente

El Cejo de los Enamorados de Lorca se llena de setas

Los hongos han proliferado tras las últimas lluvias en la zona más húmeda y boscosa a mitad de camino

Los hay grandes y blancos, con un gigantesco ‘paragüas’, y pequeños de color amarillento y escondidas entre la maleza

Dos senderistas por la ruta del Cejo de los Enamorados plagada estos días por gigantescas setas.

Dos senderistas por la ruta del Cejo de los Enamorados plagada estos días por gigantescas setas. / Pilar Wals

Los senderistas que pasean estos días por la ruta del Cejo de los Enamorados se encontraban con una grata sorpresa. Los alrededores del sendero están plagados de setas. Las últimas lluvias incrementaban la humedad de la zona más boscosa, a mitad de camino, y estos hongos hacían aparición. Son visibles por su color blanco y gran tamaño, pero también hay otros más pequeños de un intenso amarillo, aunque éstos últimos hay que buscarlos con atención, por estar escondidos entre la maleza.

Los expertos alertan de que hay 600.000 especies de setas, pero solo 600 se conocen como comestibles, por lo que antes de recogerlas o degustarlas hay que saber a ciencia cierta si pueden ser venenosas. La ruta de senderismo, a la que ahora se puede llegar también cómodamente desde el barrio de San Pedro por los nuevos senderos habilitados, se ha convertido tras las últimas lluvias en más transitada de lo habitual.

El tamaño de alguno de los ejemplares es sorprendente.

El tamaño de alguno de los ejemplares es sorprendente. / Pilar Wals

El espacio recuperaba su humedad y con ella el verdor en su bosque de pinos que había sufrido muchas pérdidas con la intensa sequía de los últimos meses, pero también como consecuencia de rayos caídos por las tormentas, como se puede comprobar en el tramo final del sendero que transcurre por la Sierra de la Peñarrubia y atraviesa ramblas y barrancos salvados por pequeños puentes.

Las hay grandes y de color blanco, pero también otras más pequeñas de color amarillas y escondidas entre la maleza.

Las hay grandes y de color blanco, pero también otras más pequeñas de color amarillas y escondidas entre la maleza. / Pilar Wals

La primera parte, dejando atrás la ‘Balsa de la reina mora’, era hasta hace algún tiempo la que contaba con menor ejemplares de árboles, aunque en los últimos años se han incorporado un gran número que son atendidos por un grupo de voluntarios. De hecho, a uno y otro lado se han creado bebederos para los animales, pero también para propiciar el llenado de garrafas que permiten el riego de los nuevos ejemplares, una labor que está transformando la ruta para que de principio a fin transite por un bosque de pinos y especies autóctonas.

Dos leyendas protagonistas del sendero

Cuenta una leyenda que un caballero musulmán y una dama cristiana sacrificaron sus vidas ante la imposibilidad de vivir juntos su amor. Los dos decidieron lanzarse al vacío desde lo más alto de un risco. Y donde perdieron la vida brotó una fuente, la fuente del Cejo de los Enamorados. Hay quien dice que, en las noches de luna llena, se pueden oír en ese lugar los cascos y el relinchar de los caballos de los que les perseguían y un grito que desde lo más alto se deja sentir hasta perderse en la noche. Y otra historia relata cómo una sultana se bañaba de noche en una balsa. El sultán, movido por los celos, va a espiarla con un mago y descubre su infidelidad. El mago los encanta y desde entonces la balsa se mantuvo seca. Quien quisiese desencantarles, debía subir hasta ese sitio en la noche de San Juan y hacer la señal de la cruz tres veces antes de que se perdiese la última campanada, que anunciase las doce. Siglos después, Margarita, una anciana gitana, pidiendo o leyendo la buena ventura por las calles y las plazas, subió, como cada 24 de junio, al Castillo a intentar desencantar a los amantes. Esperó a la última campanada y desencantó a la pareja. Desde entonces, la balsa sigue manteniéndose seca. P. WALS

Espartos, manzanillas y alcaparras plagan el recorrido que estos días también comparten espacio con las setas. Y en el espesor del pinar se dejan sentir el ruiseñor y el cuco. Y perdices que hacen su aparición al caer la tarde cruzando el sendero y escondiéndose a toda prisa para pasar desapercibidas a los visitantes. Las mejoras en el sendero también han llegado a la señalización que son visibles y parecen más lejos de los que constantemente las ‘asaltaban’, al contar con una mayor altura.

Buitres, conejos y tortugas moras y hasta arruís y jabalíes plagan este cercano rincón al que acuden habitualmente los lorquinos para disfrutar del bosque y hacer deporte. Sus 4,5 kilómetros, con una dificultad baja y un tiempo estimado de una hora y media, atrae a cientos de paseantes, senderistas, deportistas y familias, cada día, aunque es durante el fin de semana cuando vive su particular resurgir.