Los últimos años del siglo XVII y primeros del siglo XVIII suponen para la ciudad un momento de esplendor económico, social y artístico. Se construyen importantes edificios religiosos y civiles, configurándose la fisonomía barroca de la ciudad. Se inicia la fachada principal de la antigua colegial de San Patricio, las nuevas salas del Concejo y la construcción de la Casa de Guevara. Siempre se pensó que ésta última, el Palacio de Guevara, fue construido por don Juan de Guevara. Sin embargo, nada más lejos de la realidad. Quien inició las obras, que más tarde continuó su hijo, fue don Gómez de Guevara.

A partir de que recibiera el hábito de Santiago, el 16 de octubre de 1689, decide levantar una suntuosa casa que proclamara ostentosamente su nueva posición social. Inicialmente su portada era otra. Se adivina porque puerta principal y de acceso al patio desde el zaguán no coinciden. La anterior puede contemplarse en la Casa de los Guevara, en la calle Juan II. En el escudo de armas aparece el yelmo que en la nueva es sustituido por la corona ducal.

Oratorio particular de la Casa de Guevara que preside una escultura, tallada en madera policromada y estofada, de una Inmaculada de la segundad mitad del siglo XVII. Pilar Wals

La casa de los Guevara se convierte desde entonces en la mansión de un hidalgo, en un palacio, en el que el honor es punto capital y la presencia del blasón santiaguista es una constante, como asegura el historiador Cristóbal Belda Navarro, que recuerda el lema que adopta la familia y que flanquea el blasón de la portada de la casa, ‘Potius Mori Quam Foedari’, o lo que es lo mismo, ‘Antes morir que ser deshonrado’.

El Palacio abrirá sus puertas en unos meses para mostrar su esplendor, pero también se podrá ver, por primera vez, una selección de las 800 piezas que atesora y que fueron cedidas a la ciudad junto con la casa por doña Concepción Sandoval Moreno, baronesa de Petrés y de Mayals.

Cristo Expirante, obra del círculo artístico italiano hacia la segunda mitad del siglo XVII, y óleo sobre lienzo de una Inmaculada Concepción del siglo XVII, del taller de José Antolínez, en el dormitorio principal. Pilar Wals

Entre las piezas destacadas que se podrán contemplar cuando vuelva a abrir sus puertas en unos meses el palacio estará una escultura de una Inmaculada tallada en madera policromada y estofada, de la segunda mitad del siglo XVII, que se conserva en el interior del Oratorio del Salón Amarillo, junto a santos de la devoción de la familia, San Emigdio, Santa Bárbara, San Antonio de Padua y Santa Escolástica, pintados en las puertas del armario.

En la misma sala se encuentra una lámpara de cristal de La Granja, porcelanas, candelabros y relojes. Y un gran espejo barroco. Una pieza que fue realizada entre 1702 y 1704 y que fue restaurada por los maestro, Antonio García Rico y Manuel Mateos, hace poco más de un año. La estancia cobra su nombre del color de las tapicerías, amarillo. Cinco sofás y catorce sillas de estilo veneciano tapizadas de damasco amarillo fijado con botones de terciopelo azul (capitoné).

En la Sala del Estrado se muestra la serie de más de 20 obras encargadas al pintor Pedro Camacho Felizes de Alisén, a finales del siglo XVII. Pilar Wals

En el dormitorio principal, un crucifijo. Una talla en marfil del siglo XVII. El Cristo es Expirante, el preferido del naturismo barroco, y posiblemente sea obra del círculo artístico italiano hacia la segunda mitad del siglo XVII. Junto a él, un cuadro de la Inmaculada Concepción del Taller de José Antolínez del siglo XVII.

La veintena de obras que encargara don Juan de Guevara García de Alcaraz para la decoración de su casa al pintor Pedro Camacho Felizes de Alisén, abandonarán la conocida como ‘Sala de los Camachos’ para mostrarse donde ya han sido reubicados el ‘Salón del Estrado’. Estos cuadros ‘Alegorías de las Virtudes Cardinales y Teologales’, eran elegidos con una finalidad moralizante y eran representados utilizando un lenguaje cargado de simbolismo.

Retrato ecuestre de don Juan de Guevara, pintado por encargo de doña Isabel Pérez de Meca una vez muerto su marido, ya que no aparece reseñado en el Inventario de Bienes de la casa hecho a la muerte de don Juan en 1710. Pilar Wals

La restauración de algunos de ellos sacó a la luz repintes para ocultar un pezón y un muslo. La restauración de ‘El incesto de las Hijas de Lot’, puso fin, por tanto, a tres siglos de censura. Se trata de una serie de repintes, pinceladas, que el autor incorporó una vez acabadas. Una camisa y una falda larga que evitaban el visionado de determinadas partes del cuerpo.

En el Salón Rojo posiblemente se volverá a exhibir en el interior de una vitrina la colección de abanicos, así como una serie de litografías coloreadas con vistas de paisajes y monumentos, de estilo romántico, atribuibles a Genaro Pérez Villaamil o a David Roberts. Y el Salón verde, con sillería isabelina y grandes espejos, podría acoger los retratos de personajes relacionados con la casa. Entre los que sobresalen, el de don José Musso Valiente, quien fuera cinco veces académico y del que se conservan numerosos documentos en la Biblioteca de la casa; el de su hijo, José Musso Fontes, y el de su esposa, doña Manuela, hermana del gran ingeniero don Juan Moreno Rocafull.

En la escalera principal cuelga el retrato ecuestre de don Juan de Guevara que se pintó posteriormente a su muerte, como aseguraba el comandante de Infantería e investigador heráldico, José López Maldonado. En su artículo ‘Heráldica de la Casa Palacio de los Guevara’ de la Revista Clavis, señalaba que en el cuadro el blasón “denota bastardía”, ya que la celada está mirando a la izquierda, un error del artista que nunca hubiera permitido don Juan de Guevara, por lo que se cree que el retrato fue mandado a realizar por Isabel Pérez de Meca, una vez enviudada en 1710.

La musealización del Palacio de Guevara, iniciada estos días, posibilitará la apertura de la Casa museo que mostrará otras estancias como el patio porticado y el jardín con los únicos limoneros en espaldera de la ciudad.