San Clemente, a las afueras de la ciudad, comenzó a construirse el 10 de septiembre de 1897 y se inauguró en 1900. Fue diseñado por el arquitecto de gran proyección en Murcia, José Antonio Rodríguez. Sustituyó al de San José.

Entre los panteones más nobles están los de las familias Abellán y Cachá Arcoya. Se cree que los orígenes de muchos de ellos está en el primero que muestra diseños vernáculos que recuerdan la arquitectura barroca lorquina. El de Cachá Arcoya es de estilo neogótico. Tras el terremoto fue sometido a una profunda rehabilitación que le permitía recuperar su encanto de antaño. No ocurre lo mismo con el del Vizconde de la Huerta, en la calle de San Clemente, que está a la espera de restauración tras el seísmo.

Tras una verja se puede contemplar los de la familia Casalduero, con fachada gótica y labor de tracería. Es quizás uno de los más labrados del camposanto. Su fachada gótica está inspirada en los arquitectos flamencos del siglo XV. El de María del Suceso Delgado, de 1912, muestra una gran belleza y guarda en su interior un retablo. Elementos bizantinos se pueden encontrar en la capilla principal. Esta no se levantó hasta nueve años después de hacerlo el cementerio.

Y junto a estas ‘joyas’ algunas curiosidades como la lápida que esculpiera el artista Emiliano Rojo para la tumba de su padre, Bartolomé Rojo, y que luego también ocuparon su madre Purificación Sánchez y él mismo. En ella, aparece una desconsolada figura masculina de rodillas y la lámpara que simboliza la llama de la vida que se extingue. Antes hizo otra lápida, la de una niña que un ángel quiso llevarse de la mano al cielo en la que aparecía esculpida la pequeña. Un cambio de lápida en la tumba llevó a que la familia deseara protegerla guardándola en el interior. Algo parecido ocurría con la de la madre del pintor lorquino Manuel Muñoz Barberán, que él mismo pintó.