El gallinero está revuelto. Pero en el más sentido literal de la palabra. Una de las pavas rojas le quitó el nido a la gallina guineana cruzada con murciana. Y, ahora, anda ‘pavoneándose’ por todo el gallinero. “Empolló el huevo de la guineana y a la pava le ha nacido un pollo adoptado”, contaba Pedro Sosa Martínez, concejal de Izquierda Unida-Verdes. Lo hacía mientras recogía tranquilamente tomates de su huerta. Las matas están entutoradas con cañas de río, como antaño, y el aroma que se desprende cuando los va cortando recuerda a aquellos veranos en que arrancabas un tomate y te lo comías a bocados sin lavarlo, porque sabías que se había criado sin azufrar.

Están comenzando a colorearse. Y en unos días la producción estará en pleno apogeo. “Aprovecharemos para hacer conserva para el invierno. No hay mayor gusto que llegar una noche a tu casa y no saber qué cenar y sacar un ‘botecico’ de conserva y echarlo en un plato con una lata de atún, una ‘cebollica’ y unas olivas. Y ya tienes cena, problema resuelto”, contaba.

Aunque la tarde está cayendo el gallo no para de cantar. “Es ‘Monchito’ que es un peleante”. En el huerto de Pedro Sosa, en la zona conocida como Huerta del Nublo, en la diputación de Río Barranco Hondo, también está Felipe. “A este lo voy a dejar, porque tengo tres pavas y quiero que me críen”. Es un gran pavo rojo que anda de un lado para otro y que no para de ‘gluglutear’. “Esto es como un ecosistema. Andan libres de un lado para otro y se comen los higos que caen al suelo, pero también las verduras y frutas que se desechan. Las gallinas tienen más de 4.000 metros cuadrados solo para ellas. Vamos, que no son felices, sino felicísimas”, explicaba mientras seguía dándole una ‘vuelta’ a los tomates.

La temperatura es muy agradable. Habitualmente, cuatro grados por debajo de la que se registra en la ciudad. “Aquí siempre hace mucho más fresco. Hay entre cuatro y cinco grados de diferencia. Estamos en un cañón y siempre corre el aire”. Ese es el motivo, argumentaba, por el que la producción en esta zona siempre es mucho más tardía. “Las verduras, las frutas, llegan cuando ha terminado en el sur del municipio. Y hay plantas que no se dan del todo bien, que cuesta mucho trabajo sacarlas adelante como las habas. Siempre se hielan en esta zona”.

En el huerto cultiva calabacines, pepinos, pimientos, berenjenas, cebollas y tomates. Está emplazado junto a ciruelos, higueras, perales, albaricoqueros, granados, naranjos y olivos. En el huerto de invierno suele poner ajos, cebollas, lechugas y algunas habas. “Se me resisten. Son muy difíciles, pero lo intento cada año”, insistía.

La culpable de que esta huerta llegara a sus vidas fue su hija. “Le gustaban mucho los caballos y me pidió uno. Tal fue su insistencia que aceptamos y compramos este ‘trocico’ de tierra para hacerle una cuadra. En el terreno que sobró pusimos el huerto y sembramos árboles frutales y más tarde llegaron las gallinas y los pavos”. La huerta y el gallinero tiene producción suficiente para el mantenimiento de la casa, reconocía, y hasta algún amigo ha tenido oportunidad de disfrutar de sus pepinos, calabacines y huevos.

El trajín aquí es continuo. “Las vacaciones las paso en el huerto desbrozando, porque este año con tanta lluvia han crecido matas por todos lados”. Y dentro de ese ecosistema presente en el lugar, de todo el desbroce, el que da buena cuenta es su caballo. “Le encanta la hierba fresca recién cortada”. De esta zona, relataba, es el ex alcalde de Lorca, José Antonio Gallego, y el presidente del Casino Artístico Literario, Rafael Ruiz. “Y aquí al lado vive la diputada nacional del PSOE, Marisol Sánchez Jódar”.

La playa la pisaba este verano una única vez, aunque señalaba que no la echa de menos. Las vistas desde este lugar son privilegiadas. El Cejo de los Enamorados va cambiando su tonalidad a lo largo del día por efecto del sol. El Castillo también es visible, aunque solo desde la parte alta de la parcela. Y la sierra de las minas, la Peñarrubia, la del Almirez, el Gigante y hasta Sierra Espuña, están en el entorno más inmediato de este lugar. No hay piscina, aunque la familia está barajando la posibilidad de llevar a cabo alguna construcción en la que poderse dar un baño. El calor es sofocado y es remediado con “un buen ‘maguerazo’ de agua fresca”, mientras los pavos no paran de un lado para otro.

De los veraneos de niño tiene muy buenos recuerdos. Entonces, su familia tenía la finca la Quinta del Burro. “Nos la expropiaron para hacer la autovía A-7. Éramos carniceros. Vendíamos en la Plaza de Abastos. Teníamos 500 ovejas que había que pastorear por las 375 fanegas de tierra, junto a la carretera de Caravaca”. Cuando al pastor le daban las vacaciones Pedro se encargaba del ganado. “A mi aquello no me gustaba y me quejaba. No entendía que mientras mis amigos estaban de vacaciones, de fiesta, yo tenía que estar pendiente del ganado para arriba y para abajo”.

En la finca había una gran balsa que mandó hacer su abuelo de diez por diez metros. “En los veranos subíamos con la bicicleta a bañarnos todos los críos”. Y recordaba los viajes a la playa en el mini de su madre. “Yo creo que fue una de las primeras conductoras de Lorca. Era de color verde y cuando íbamos a la playa, a Mazarrón, nos metíamos uno encima de otro. Entonces no había cupo y llegábamos a ir en el coche hasta ocho”.

Las neveras, silletas, sombrilla… las intentaban meter en el maletero, aunque la mayoría de las veces las llevaban en el autobús de línea. “Salíamos a las ocho de la mañana y a las nueve y media o así estábamos en la playa. La vuelta era bien tarde, porque había que aprovechar el día”. Echa de menos los veranos de entonces de tarde de vecinos a la fresca. “Había un ambiente muy bonito que me gustaría recuperar. Los vecinos salían a la puerta con sus sillas y alguno sacaba la cena y la ofrecía. Y otro ponía el pan y una ensalada… Y todos terminábamos cenando juntos en medio de la calle”.

Y tras la cena llegaba la sobremesa, con largas charlas y partidas de brisca “que a veces duraban hasta la madrugada. Y cuando apretaba el calor, echabas un colchón al suelo del patio y dormías la mar de fresco. No hacían falta los 27 grados de Pedro Sánchez. Entonces, no había ni aire acondicionado, ni tan siquiera ventilador”. Con la añoranza de aquellos días se despedía no sin antes prometer que habrá reparto de huevos y que queda pendiente un tomate con ‘salao’ a pie de bancal antes de que entren los fríos.