Cuentan que el colosal y señorial palacete de Fuente la Higuera, ubicado en Bullas, fue el regalo de bodas que le hizo Fabio Carreño a su esposa Irene Marín de Cuenca, con quien tuvo siete hijos. Después de terminar su restauración casi en la década de los años 30, el palacete, una de las joyas arquitectónicas del Noroeste, se usaba en contadas ocasiones como residencia de verano de la familia debido a la indiferencia que sentía la esposa por el pequeño jardín del edén bullense.

Cuando estalló la Guerra Civil, la familia salió de la población y la vasta finca, situada a unos seis kilómetros de la población, quedó totalmente desprotegida y sirvió de morada al Frente Popular y a otros grupos políticos durante los años de contienda. Finalmente, y como si una maldición se cerniera sobre la lujosa villa, Fabio se separaría de su esposa y la casa señorial jamás volvió a ser habitada.

El tiempo pasó y el olvido se apoderó del lugar. De hecho, la cuarta descendiente del matrimonio, Rosario Carreño, fue finalmente quien heredó el palacete y las fincas, vendiéndolas a un grupo inversor. Rosario se llevó como recuerdo una majestuosa ´cocineta´ de mármol blanco.

Durante la década de los ochenta, la finca sufrió su mayor expolio con la desaparición de todos los apliques, puertas, ventanas, la escalera principal y las figuras de los torreones, que eran una alegoría a las estaciones del año. Construido como símbolo de amor, libertad e independencia, la villa terminó como la misma relación de Fabio e Irene: maltrecha, ajada y cerrada por derribo, como dice la canción.

Poco se sabe hoy del futuro de esta joya arquitectónica venida a menos. En varias ocasiones se ha hablado de su restauración integral ligada a un ambicioso proyecto urbanístico, pero la crisis del sector ha paralizado temporalmente el proyecto, dándole posiblemente la puntilla a este edificio catalogado de interés cultural.

Varias protestas han reclamado en distintas ocasiones la restauración del palacete y su disfrute por parte de todos los vecinos del municipio.

El edificio ecléctico, rodeado de multitud de leyendas, se construyó sobre una casa solariega originalmente propiedad de Joaquín María Fernández de Córdoba, Conde de Sástago, que en 1614 fue adquirida por Francisco Melgares de Aguilar, antepasado de Fabio Carreño. Cuando fallece el padre de Fabio y éste hereda la finca, decide construir un palacete sobre la fuente de aguas naturales llamada La Rana. Buscó por toda la geografía española distintos estilos arquitectónicos que pudiera fusionar en su villa de Bullas.

Aunque sin confirmar, se cree que los planos iniciales fueron dirigidos por el mismo arquitecto que reformó los jardines de María Luisa en Sevilla, atribuidos al ingeniero francés Jean-Claude Nicolas Forestier. Las obras comenzaron en 1922, pero hasta siete años más tarde no estarían totalmente terminadas.

Con todos los lujos

El palacio se enmarca en el estilo arquitectónico denominado ecléctico, pero centrándose en el neonazarí, un estilo que predominó sobre todo en la Región a finales del siglo XIX y que se encuentra en edificios como el Casino de Murcia.

Constaba de una vivienda principal de dos plantas, que hoy en día estas prácticamente derruidas. Sobre sus escombros se erigen los restos de lo que en su día fue el cuerpo de la escalera principal, decorado con azulejos.

Quienes conocieron la vivienda en funcionamiento aun recuerdan los cristales de Bohemia, porcelanas de Sajonia, maderas nobles y mármoles de Carrara, hasta la comodidad más avanzada de la época, ya que la casa tenía cuartos de aseo con retrete, calefacción central y un sistema de aislamiento térmico en las paredes, revestidas por la forja artesanal en los ventanales de la planta baja, así como en las balconadas de la planta primera y los torreones, culminados con tejas vidriadas de origen sevillano.

Además del edificio principal y de otros anexos como cocheras y la vivienda de los guardas, hay que destacar en el entorno el jardín y el huerto familiar, así como una molineta americana de extracción de agua. Todo el conjunto está rodeado con un alto muro de sillar poligonal y garitas en las esquinas que le confieren un aspecto defensivo, aunque hoy en día, en los restos de lo que un día fue una espectacular casa solariega, queda poco por lo que pelear.