«En el patio penumbroso adquirían misteriosos encantos las enredaderas que visten paredes y columnas, las flores nacidas en macetas, las aguas murmurantes lloradas por gárgolas y surtidores», escribía el lorquino Tomás de Aquino Arderíus Sánchez-Fortún en su libro En tierra seca, publicado en 1911. No es el único que se ha referido a estos elementos arquitectónicos que se esculpían imitando cabezas de animales reales o mitológicos. El historiador lorquino Joaquín Espín Rael también recuerda en uno de sus escritos una gárgola desaparecida, la que había en la Puerta de San Ginés: «En la cara frontal del torreón se conservaba una caprichosa gárgola formada por una cabeza de dragón con escamas y abiertas las fauces que vertía el agua».

Desafortunadamente, a la que hace mención Espín únicamente puede ser contemplada en una vieja fotografía. La remodelación integral de la Puerta de San Ginés se llevó por delante este caño que servía para evacuar el agua de lluvia de su terraza. Pero aún en nuestros días se pueden encontrar estos elementos que expulsan el agua en chorros finos por sus bocas y así evitan que se dañen los muros de piedra de los edificios que coronan.

Dos gárgolas recogen el agua de los tejados de San Cristóbal junto al relieve del titular. Pilar Wals

La ‘ruta de las gárgolas’ lorquinas bien podría comenzar en la Plaza de España. Frente a las Casas Consistoriales están las Salas Capitulares de la antigua Colegiata de San Patricio. Junto a la escultura del patrón de Irlanda se muestran cuatro magníficas gárgolas. Y no por su talla que en cierto modo es un tanto precaria e imprecisa, aunque desde la lejanía no se aprecie la falta de detalles, sino por su tamaño, que es considerable. En la cercanía podrían asemejarse a la cabeza de una leona. Muestran grandes ojos y orificios nasales y pequeñas orejas. De sus fauces sale el caño por el que se evacúa el agua de la lluvia que cae de los tejados. Para evitar que en su caída dañe los muros del monumento las gárgolas se han apoyado en largas ménsulas que las llevan hasta el exterior del tejado.

Las gárgolas de San Patricio son visibles desde la Plaza de España, aunque el lugar idóneo para verlas de cerca es la parte más alta del Carrerón del templo. Son de piedra y fueron esculpidas, junto a la estatua del titular, San Patricio, por Juan de Uzeta entre 1747 y 1749.

De vuelta a la Plaza de España, la Casa Sala Just. En lo más alto de este inmueble, se puede ver una magnífica canaleta que con curiosa decoración a modo de puntilla recoge las aguas del tejado. Pero antes de lanzarlas a la calle se dejan llevar por un recorrido interior a través de unos aros huecos que desembocan en unas cabezas de dragón. Todo el conjunto está hecho en hojalata. De las bocas de los dragones con dientes puntiagudos sale una larga lengua por la que el agua es lanzada para evitar que llegue a las paredes de la fachada.

La escritora e investigadora Rosalía Sala Vallejo, hija de José Sala Just, restauró la vivienda en la década de los 90, contratando a especialistas que recuperaron el conjunto de canaletas y gárgolas y dejándolas con el esplendor de sus primeros días.

Cinco cabezas de dragón en los tejados de la casa donde se sitúa el Arcángel San Miguel. Pilar Wals

Y del tiempo de las de la Colegiata de San Patricio se cree que son las gárgolas de la iglesia de San Cristóbal. Se sitúan en la fachada principal a uno y otro lado del relieve del santo que da nombre al templo y al barrio. La similitud con las de la Plaza de España y su datación llevan a pensar que fueron obra del mismo escultor, Juan de Uzeta. Este se formó en el taller de Jerónimo Caballero. Al tiempo fueron familia, al casarse Uzeta con la hija de Caballero. La saga de escultores continuaría con el hijo y nieto de ambos, Juan Uzeta Caballero, que bien pudo participar de esta última obra.

Cruzando de vuelta el cauce del Guadalentín por el Puente Viejo del Barrio volvemos a la ciudad. El Porche de San Antonio hubiera sido nuestro próximo destino. Allí se situaba una gárgola un tanto peculiar. Un dragón con escamas que vomitaba el agua de la lluvia que caía en la terraza de esta puerta medieval. Sin embargo, alguna de las muchas restauraciones a la que fue sometida acabó con este elemento arquitectónico.

No han desaparecido las de la casa en la esquina entre las calles Corredera y Ginés Pérez de Hita. Estas se muestran muy por encima de la escultura del Arcángel San Miguel. Las gárgolas fueron introducidas en la arquitectura cristiana en las catedrales de estilo gótico. Pero mucho antes ya se podían ver en la islamista y la budista. En el Antiguo Egipto y la Antigua Grecia ya se usaban para las canalizaciones de agua. Con el paso del tiempo comenzaron a esculpirse con mayor esbeltez. Se colocaban en lugares visibles. Simbolizaban guardianes que protegían los edificios de espíritus malignos, demonios obligados a permanecer en el exterior provocando miedo y recordando a los herejes que el templo contaba con protección divina.