Diez años han pasado desde aquel 11 de Mayo en que rugió el suelo de Lorca, y durante cinco segundos parecía que las entrañas de la tierra querían arrasar nuestra ciudad.

           Dicen que el ser humano, por instinto de supervivencia, tiene una tendencia o habilidad innata para olvidar o adormecer las vivencias difíciles o dolorosas. Pero la experiencia límite de lo que ocurrió aquella tarde del 11 de Mayo de 2011, y las consecuencias que arrastró en las semanas, meses y años que siguieron, no es posible meterlas en una carpeta destinada al olvido y mandarlas al archivo de la memoria.

 No es posible olvidar el pánico, el terror del momento en que la sala de comisiones del Ayuntamiento, donde nos encontrábamos, era sacudida por lo que parecía una violenta explosión que golpeaba todo y reventaba lunas y cristales, seguida de una espesa polvareda que entraba por las ventanas, producida por la caída de petos, cornisas, muros y el crucero de la cercana iglesia de Santiago. Todo ello dejó un tétrico silencio que tan solo duró unos segundos, pues enseguida se rompió con los gritos y lamentos de la gente en la calle que, incrédula, andaba y corría de un lado para otro, sin rumbo y sin destino.

 Tampoco es posible desterrar al olvido el desconcierto que vino después, la incertidumbre del qué hacer, el cómo afrontar la situación de una ciudad destrozada. Imposible olvidar la zozobra que producía la información que empezaba a llegar y que encogía el alma del más entero … muertos, heridos, destrucción en viviendas y negocios, treinta o cuarenta mil personas en la calle, que iban a pasar la noche al raso, que habían salido con lo puesto, y a los que había que proporcionarles todo, cobijo, agua, comida, medicinas. Gentes que durante “la noche más larga”,  te repetían, de manera casi monocorde, preguntas tales como ¿qué va a pasar?, ¿qué hacemos?, ¿va a haber más terremotos?. Eran lorquinos que, cuando amaneciera el siguiente día, te iban a hacer la temible pregunta: ¿puedo volver a mi casa?. Cuestiones para las que no tenías respuesta, pero a las que había que responder.

En mi mente empezaba a engrosarse una enorme y abrumadora lista de problemas para cuya solución no existía manual ni libro de instrucciones, pero que había que encarar con decisión y valentía, porque todo un pueblo lo esperaba de ti y lo exigía.

Afrontamos el primer momento atendiendo a las personas, y las horas y los días siguientes organizando el campamento para cobijar a los sin casa, poniendo en marcha los equipos técnicos de revisión de los edificios, apuntalando lo que amenazaba con desplomarse, montando el almacenamiento y reparto de las ayudas que mandaban personas, empresas e instituciones, constituyendo y poniendo en marcha la Mesa Solidaria para que gestionase las ayudas económicas …, y muchas otras, fueron las primeras iniciativas tomadas más por intuición que por ciencia, e impulsadas por la apremiante necesidad de salir adelante. Recordé a Albert Einstein cuando decía que “En los momentos de crisis, solo la imaginación es más importante que el conocimiento”.

A continuación tocaba enfrentarse a la descomunal tarea de la reconstrucción de Lorca. Demoler, rehabilitar, proyectar, reconstruir, impulsar la maltrecha actividad económica, e intentar que no cundiera la desesperanza en el pueblo, pues todos éramos necesarios. Y había que buscar y pelear los recursos económicos que tan necesarios como difíciles eran de conseguir en medio de aquella crisis económica que empezó en 2008.

Han sido años duros y complicados, y aunque lo más difícil ha concluido, todavía quedan obras en las calles, y algunas por empezar. Años cargados de trabajo, dificultades y sinsabores. Pero también ha habido retos ilusionantes que estimulaban las ganas de trabajar por la ciudad y me acordé de John F. Kennedy cuando dijo que “En una crisis, sé consciente del peligro, pero reconoce la oportunidad”. Me dije que puesto que la dificultad era grande, las oportunidades tenían que serlo también. De ahí surgió la idea de que, después de lo sufrido, Lorca no podía quedarse con aspirar solo a restañar las heridas y recuperar lo que era antes del terremoto, sino que los lorquinos teníamos legítimo derecho a mejorar la ciudad con las obras, y conseguir esa nueva ciudad que plasmamos en aquel Plan Lorca que tanto defendimos, y a ello nos pusimos decididos a vencer las dificultades.

Pero hubo también, en medio del dolor y la dificultad, vivencias muy positivas, y lo fueron los apoyos y la ayuda de toda España y su Gobierno, y de manera especial el de la Región de Murcia y sus Pueblos, que renunciaron a muchas cosas para auxiliarnos. Pero el consuelo más importante llegó, dotado de una singular belleza, en forma de solidaridad. Solidaridad de la mano de instituciones, empresas, artistas, toreros, deportistas, militares, policías, bomberos, y profesionales de todo tipo, o simples ciudadanos de a pie que se volcaron en ayudarnos. Creo que ese bálsamo de la solidaridad fue lo que mantuvo la singular entereza de las gentes de Lorca y su ejemplar comportamiento aún en las situaciones más difíciles, gentes que nunca se rindieron y siempre plantaron cara a la adversidad. Se hizo realidad en Lorca lo que en cierta ocasión dijo el cantautor jamaicano Bob Marley: “Nunca te das cuenta de lo fuerte que eres hasta que ser fuerte es la única opción que te queda”.  No creo que pueda haber un alcalde que se haya podido sentir más orgulloso de su pueblo que yo en esos momentos.

Decía que es imposible olvidar lo vivido y lo sufrido en aquel episodio de la historia de Lorca, y es cierto, pero además he de decir que no quiero olvidarlo, porque esa experiencia, como le ocurre a todas las gentes de esta ciudad, forma parte de mí para siempre, sin que quiera desprenderme de nada, porque, como decía en otra ocasión,  lo bueno se recuerda con gozo, y de lo negativo se aprende. Y todos los lorquinos aprendimos y demostramos con esta vivencia que, cuando te enfrentas a grandes dificultades, los desafíos no se te presentan para destruirte, son para fortalecerte.