A veces, la vida te enreda. O te embrolla, o no te deja ver con claridad. O en aras de una supuesta modernidad, que no es más que borreguismo supino, cualquier engañabobos de cualquier cosa o del fútbol mismo te endilga tontunas o el anglicismo de moda para su lustre gillipollesco.

El otro día, contra Grecia, España estuvo ‘embolica’, que decía mi madre cuando no estaba ni para explicaciones. Es decir, que no había forma de dejar de bostezar viendo a los nuestros de aquí para allá dando pelotazos fáciles y pasecitos al pie sin arriesgar ni ideas que echarse a la buchaca.

Pero se puede hacer aún peor. Luis Enrique mostró su catón diciendo, ¡válgame Dios!, que España había hecho contra Grecia el mejor juego defensivo de un equipo suyo. Y de esos polvos, los barros en Georgia. Una selección vulgar vulgarizando a toda una campeona del mundo y tricampeona de Europa.

La pelota parecía de goma en lugar de seda en nuestros pies. Y, además, demasiado fútbol cobarde como emblema. Me la dan, miro hacia adelante, no veo a nadie de los míos moverse al espacio, o no me atrevo a intentar irme de mi marcador ni a filtrar un pase en profundidad, y la devuelvo hacia atrás; que inventen otros. Eso es el fútbol que gusta a los amarrateguis que desde el banquillo quieren controlarlo todo para que pasen días y ollas; ‘aburrimierda’ a discreción.

Y ese es el fútbol que sufrimos desde que nefastos adalides de este deporte, otrora pasional y ahora de supuesto laboratorio digital, lo han trucado por el ‘mantente mientras cobro’. Esto es, todos esos carpeteros de apuntes de fútbol ficción en lugar de peloteros de raza, que han aprendido de quienes imparten cátedras ‘videojuguescas’ en supuestas escuelas oficiales de entrenadores de fútbol; ¡cuánto cantamañanas!

Yo recuerdo a Gento irse de cualquiera por la banda en velocidad con la sola ayuda de un Rial o Di Stéfano que le enviara un balón en profundidad, o echándosela él mismo hacia un lado y salir por el otro para ganarle dos metros en cinco o diez de carrera. Y a Jairzinho, Amancio, Ufarte, Best, Sotil o Romario driblar a dos o tres contrarios con la improvisación por bandera. Y a Pelé, Maradona o Cruyff hacer malabares con o sin balón, con los pies o la cintura, con el interior o el exterior de la bota, para marcar o pasar. Y lo intentaban cuarenta veces para conseguir una docena de obras de arte. Y no creo que nada de eso lo aprendieran en ninguna escuela. O a los Luises grandes españoles, Suárez y Aragonés, y a Butragueño -antes de ser el personaje inferior del ser superior-, a Xavi o Iniesta, bordar el fútbol con la pelota siempre controlada sin tener que mirarla. Ni tampoco creo que a Messi ni Cristiano les hayan enseñado nada diferencial en ningún sitio, como tampoco a los actualísimos Mbappé o Haaland les veo parecido con estilos de rebaño futbolero. En fin, que nunca, ninguno de los mejores, me parecieron salidos de ninguna manada de ovejas intentando balar a idéntico ritmo, volumen y compás.

Por eso, cuando veo ahora a los Vinicius, Ferrán y hasta ya empieza el mismo Pedri a bailar a los sones y pautas del técnico de turno, me apeno. El genio, en cualquier faceta de la vida, precisa tanta imaginación como libertad y valentía para expresarse y emocionar con lo que lleva dentro. Toda intromisión para moderarlo, modelarlo o maquillarlo me parece criminal y me produce desespere, que no es otra cosa que orfandad de futuro.

Y vuelve la burra al trigo en otras modernidades castrantes. En el idioma español que hablamos seiscientos millones de personas, cuando hacen fortuna anglicismos como el omnipresente y vulgarísimo hat-trik, o truco del sombrero inglés, a algunos nos produce tanta irritación como vergüenza ajena. ¿Es que suena mejor o es más clarificador que triplete o tres goles? Eso sí, doblete lo dicen sin problemas. Y me produce desespere porque ya desluce hasta en las portadas de prensa.

Y me pregunto: ¿dónde coño han estudiado periodismo o fútbol esos imitadores de rebaño? ¿En Inglaterra, tal vez? Y llego a la conclusión de que si les han enseñado quienes confunden estrategia con corto plazo, todo es posible.

Porque también manda huevos, que diría aquel, llamar jugada de estrategia a un saque de esquina o falta directa.

Cosas del efecto rebaño, queridos. ¡Qué joer!