Tomàs Fuentes: "Todo el mundo tiene una anécdota pulida como si fuera un monólogo"

Tomàs Fuentes es una de las mitades de La Ruina, uno de los podcast con mayor repercusión de los últimos años. Y como suele ocurrir cuando uno de estos proyectos alcanza importantes cotas de popularidad, se ha echado a la carretera –él y su socio Ignasi Taltavull– para ir presentando, de teatro en teatro, su particular show; un desternillante espectáculo que hoy llega a Murcia, al Teatro Circo, con entradas agotadas.

Y en cuanto al contenido... poco se puede decir, porque dependerá más bien del tipo de anécdotas –usualmente disparatadas– que cuenten tanto su invitado sorpresa como el público asistente, indiscutible protagonista de La Ruina. Porque Fuentes –y Taltavull, claro– disfruta ahora de la experiencia de subirse a un escenario y dejarse llevar por la improvisación, algo que poco o nada tiene que ver con su trabajo como guionista.

 Tomàs, ¿el humor es la mejor terapia contra todo?

Bueno..., reírse de lo malo ayuda bastante a quitarle hierro al asunto, ¿no? Pero que nadie se tome al pie de la letra lo de la ‘terapia’, por favor; siempre es mejor ir al médico...

"Cuando empezamos, nuestro mayor miedo era que la gente tuviese vergüenza, que no se animaran a coger el micro"

¿Cómo será su show?

¡Ya me gustaría a mí saberlo! De verdad, nosotros somos los primeros sorprendidos en cada función. Sabemos que hay un montón de gente que quiere contar su historia, su ‘ruina’, pero ya está. Y, en cualquier caso, es un lujo poder escucharles, ya que, aunque sobre el escenario, disfrutamos igual que el público del patio de butacas con esas anécdotas que nos cuentan.

¿Les sorprende que tanta gente sea capaz de romper esa ‘barrera’, ese miedo escénico o pudor, y se atreva a subirse al escenario para soltarse y contar sus experiencias ante el resto del teatro?

Mucho, la verdad. Cuando empezamos, nuestro mayor miedo era que la gente tuviese vergüenza, que no se animaran a coger el micro y contar sus historia por pudor. Porque, claro, no es lo mismo contarlo delante de treinta personas que de ochocientas. Pero la experiencia nos dice que a la gente le da igual todo, que quienes vienen a vernos tienen ganas de compartir sus experiencias más graciosas con los demás.

Cada fin de semana, la agenda cultural se llena de propuestas que giran en torno al humor, ya sean funciones de teatro cómico, show de stand up o podcasts en directo con el suyo. Le pregunto: ¿la improvisación da un toque especial?

Tanto Ignasi como yo venimos del mundo del guión y lo cierto es que al principio rajábamos bastante de esto; decíamos que nos iban a quitar el trabajo [el público]. Pero hemos aprendido que esta es un poco la manera de que la gente se involucre y participe, y desde luego contribuye a ofrecer un formato más fresco y espontáneo. 

¿Cuál es su anécdota reciente más embarazosa?

Pues que estuve seis horas para montar una mesa, lo que es algo realmente absurdo. Pero es que interpreté mal las instrucciones y me retrasé una barbaridad por culpa de una pieza. También diría otra embarazosa, que fue cuando me reconocieron por la calle y me vinieron a saludar mientras estaba recogiendo una caca de perro.

¿Existe un riesgo de abusar de las anécdotas y quedarse un poco con ese prototipo del cuñado pesado?

Todo el mundo tiene como mínimo una anécdota que contado mil veces, y, de alguna manera, cuando lo haces, vas puliendo la narración, como si fuera un monólogo, porque con la experiencia aprendes dónde meter las pausas, donde hacer más énfasis, qué cosas puedes eliminar... Y es algo que has hecho sin saberlo. Por eso todo el mundo tiene claro lo que contaría si tuviera que subirse al escenario, y eso hace que para nuestros shows se descarten muchas de esas anécdotas de cuñado.

¿Qué temas son los que mejor acogida tienen y cuáles son los que más cansan a la hora de echarse unas risas?

Últimamente ya hemos avisado que haya un freno en las anécdotas escatológicas, porque todo el mundo tiene alguna. Y quizás las de juventud –borrachera y demás– son las más habituales. Pero diría que cada vez las hay más raras, como si la gente fuera seleccionando y rebuscando para sorprendernos con cosas cada vez más originales.

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