Danza | Crítica

Pandataria, un pasado muy presente

Cayetana Guillén Cuervo, en una representación de 'Pandataria'.

Cayetana Guillén Cuervo, en una representación de 'Pandataria'. / / EP

Tania Herrero

Acercarse a una obra donde la protagonista es una conocida actriz y la dirección y coreografía está firmada por alguien que pertenece a la hermana pequeña de las Artes Escénicas, es para hacerlo, como mínimo, con un poco de recelo por el resultado.

A priori, puede parecer un pastiche: Cayetana Guillén Cuervo y Chevi Muraday junto a cuatro bailarines más, pero nada más lejos de la realidad. Pandataria es una obra de danza y de teatro, de danza y texto, de danza y manipulación de objetos, que fusiona todos estos elementos y crea una obra potentísima inscrita en los cánones de la escena contemporánea.

Muraday, que ya tiene experiencia en este tipo de trabajo de fusión con otras actrices, aprovecha esa sabiduría para crear una pieza donde la danza es la base, donde la danza realza el mensaje, lo potencia y le da sentido, donde sin esos cuerpos en movimiento el mensaje de la obra quedaría huérfano, donde los bailarines se atreven con el texto y Cayetana es manejada como una bailarina más.

Es, sin duda, una hibridación, cuyo resultado encoge el alma de los presentes en el patio de butacas, el tema, tan antiguo y latente desgraciadamente en la actualidad, nos hace reflexionar sobre lo que es la libertad, sobre todo en las mujeres, enlazando diferentes historias que se distancian entre sí cerca de dos mil años, para que luego digan que el patriarcado no existe y es una invención actual, o tampoco existen las discriminaciones.

Muraday sabe sacar lo mejor de cada intérprete en todas sus facetas, creando imágenes bellas junto a otras impactantes y desgarradoras, utilizando la escenografía móvil, diseñada también por él, de una forma sorpresiva y eficaz.

Elio Toffana sorprende con sus intervenciones a través del rap, Lisvet Barcia con su expresividad y fluidez, Basem Nahnouh y Chus Wester con la versatilidad del movimiento, y todos con las acrobacias que representan. Es reseñable la energía que muestran durante toda la representación, incluyendo a Chevy Muraday y a Cayetana Guillén Cuervo.

Respecto al espacio sonoro, original de Mariano Marín, acompaña todas las ideas del coreógrafo de forma soberbia. En cuanto al diseño de vestuario por parte de Eudald Magri, realza las ideas que se quieren transmitir de forma magistral, y ambos, junto al diseño de iluminación de Nicolas Fischtel crean la atmósfera perfecta, con un resultado encumbrado por el texto de Laila Ripoll y la dirección de escena de David Picazo.

Un lujo de equipo, en definitiva, que ha sabido aunar todos sus talentos para crear una obra poética, lastimosa, dura, guerrera, uniendo pasado y presente, con un resultado que ametralla todos los sentidos.

Para finalizar, cabe destacar no solo la interpretación a nivel textual de Cayetana sino el trabajo corporal tan bien hecho que presenta a lo largo de toda la obra. No es fácil construir un espectáculo de danza donde la actriz esté totalmente integrada dentro de la coreografía sin que se noten las deficiencias de movimiento y energía, y Guillén Cuervo lo supera con creces, gracias a su trabajo y al trabajo de Muraday. Impresiona aún más cuando conoces la edad de ambos.

Apostar por espectáculos difíciles de clasificar en un solo género, ha sido un acierto dentro de esta nueva programación de invierno en San Javier, que colgó el cartel de ‘sold out’.

Esperemos que esta dinámica se repita, y que el color de las butacas sea un indicativo de que las supersticiones en teatro están para saltárselas.