Exposiciones

El ‘pintor de batallas’ de cabecera de Pérez-Reverte

La Fundación Cajamurcia reabre su centro cultural en Cartagena con una exposición de Ferrer-Dalmau, considerado por los expertos como el "mejor artista vivo de cuadros de Historia del panorama internacional"

Ferrer-Dalmau y Pérez-Reverte durante la inauguración de la exposición.

Ferrer-Dalmau y Pérez-Reverte durante la inauguración de la exposición. / Iván Urquízar

Asier Ganuza

Asier Ganuza

Ya se sabe que el elogio de Arturo Pérez-Reverte no es gratuito (ni fácil de conseguir, por mucho que lo puedas ‘pagar’). Y como si de un bien de mercado se tratara, su escasez multiplica su valor. Por eso, cuando un creador recibe su aplauso o apoyo –ya sea este escritor, como él, o se exprese por medio de otras disciplinas–, los ‘terceros’ levantan la cabeza, sabedores de que algo culturalmente interesante se despliega ante ellos. Pues bien, el también periodista y académico asistió este miércoles en su querida Cartagena a la inauguración de una exposición, a la que implicaba la reapertura del espacio que la Fundación Cajamurcia tiene en la ciudad portuaria (que llevaba un tiempo cerrado por «obras de mejora y acondicionamiento»).

La muestra en cuestión, titulada Cuadros para la Historia, es una suerte de homenaje a su amigo Augusto Ferrer-Dalmau (Barcelona, 1964), un reputado pintor de estilo realista y especializado en representar a figuras o estampas de la historia de nuestro país. «A mí me gusta definirlo como lo hizo él [Pérez-Reverte]: nuestro ‘pintor de batallas’», señalaba a esta redacción, horas antes de la apertura, la comisaria del proyecto, María José Solano. Y es que, aunque ella es historiadora del arte y articulista, pocos tienen la habilidad del cartagenero para describir con precisión aquello que todos miran pero no siempre pueden ver. «Augusto pinta para contar historias. Esa pasión es lo que lo hace tan especial y diferente. Él no pinta imágenes estáticas ni estampas históricas; pinta pasiones, desilusiones, derrotas, furia, agonía, compasión, crueldad, y eso es narrar», dejó dicho sobre Ferrer-Dalmau el autor de La tabla de Flandes (1990) y El club Dumas (1993), en una frase que, por supuesto, presenta al pintor ante los asistentes a la exposición.

«Creo que eso es lo mejor de Augusto», apunta la comisaria, que completa: «Es que él, en realidad, es como un novelista; es decir, no es un simple cronista, sino un autor capaz de transmitir las emociones de los protagonistas de su cuadros, de conseguir acercarles -a ellos, a figuras de siglos pasados- al público actual». En definitiva, es «su manera de mirar la Historia» lo que hace de Ferrer-Dalmau un pintor especial y no solo un artista superdotado en términos de ejecución de su obra (que también). Y, por supuesto, Pérez-Reverte no es el único que se ha dado cuenta de algo así: «Yo creo que sí, que es un creador reconocido y valorado», responde Solano cuando se le pregunta por su estatus en el mundo del arte. «Piensa que él consigue atraer la mirada del espectador aunque este no sea un experto en la materia. Es tan experesivo, profundo y minucioso que es muy complicado pasarle por alto», reflexiona la comisaria.

De hecho, la pieza central de la muestra es su última obra, de este mismo año; un lienzo que podrá verse en Cartagena hasta el 21 de marzo y que, después, será entregado a sus nuevos propietarios, los gestores de «una colección privada americana». «Después de eso será muy difícil que pueda volver a verse en público», apunta María José Solano. El cuadro en cuestión, que es el eje sobre el que pivota la muestra, se titula Los doce primeros, que se exhibe en la Fundación Cajamurcia por vez primera y conmemora el quinientos aniversario de la llegada de doce misioneros franciscanos españoles al recién fundado reino de la Nueva España. «La suya es una aventura épica que invito al espectador a que investigue», apunta la experta, que entiende ese como otro de los puntos fuertes de Ferrer-Dalmau: su capacidad para hacer que el público se interese por los episodios que él narra a pinceladas.

Porque para Solano, «ese sí que es un déficit de nuestro país». Se refiere al estudio y divulgación de nuestra historia, y esta exposición viene a poner su pequeño granito de arena en la cruzada que figuras como las de Ferrer-Dalmau y Pérez-Reverte tienen contra el olvido. Pues las obras que desde ayer se pueden ver en el espacio del número 22 de la calle Puerta de Murcia no son, si no, «escenas de la historia de España»: «He elegido las más significativas dentro de su producción, pero no hay un orden cronológico; son, más bien, fogonazos de memoria, ventanas abiertas a la Historia», describe la comisaria, que ha tenido a bien acompañar cada pieza con «cartelas literarias» que ayuden a contextualizar el episodio que representan. En ellas aparecen frases de personajes históricos y de autores actuales como, por supuesto, el mediático académico cartagenero.

Pero porque Pérez-Reverte es el otro gran protagonista de la muestra (visita al margen). Pues no solo se exhiben en esta exposición las escenas anteriormente citadas –algunas originales y otras, reproducciones–, sino, también, y entre otras cosas, una serie de portadas que Ferrer-Dalmau ha ideado para la colección de libros de aventuras de Zenda-Edhasa –de la que el escritor es prologuista– y, por supuesto, las que firmó para algunos de los últimos trabajos del cartagenero: Sidi (2019), Línea de fuego (2020) y El italiano (2021). Además, Cuadros para la Historia contiene algunos retratos –de personajes como Miguel de Cervantes, Don Pelayo y Agustina de Aragón– y una serie de esculturas en bronce basadas en sus diseños.

En definitiva, una muestra muy completa del que «ha sido calificado y reconocido por los expertos como el mejor artista vivo de cuadros de Historia del panorama internacional», apunta la comisaria, que se deshace en elogios hacia Ferrer-Dalmau, quien no solo narra, sino que, además, lo hace con «épica y lírica», pero «sin renunciar al rigor histórico en uniformes, armamento, marco geográfico, etc.». «Y a todo ello –añade María José Solano– se suma un virtuosismo técnico propio de los más habilidosos paisajistas del siglo XIX, que él usa para la ambientación de escenas, en las que introduce elementos sensoriales como el fuego, el agua o el humo con una minuciosidad técnica admirable».

Además, «consciente del valor comunicativo de la crónica periodística –apunta–, Augusto defiende que su visión es la del soldado, y, fiel a este principio, trata de transmutarse en uno de ellos, consiguiendo un resultado casi cinematográfico», indica la comisaria, para quien las composiciones del pintor poseen «un aura romántica, lírica y mística que parece desplegarse fotograma a fotograma». Así, con esa mirada renovada, a medio camino entre lo clásico y lo moderno, el artista consigue «convertir al espectador en partícipe de la contienda o escena narrada, introduciéndole de lleno en el fragor de la batalla, en la embriaguez de la victoria o en la soledad de la desesperanza».