¿Nos estamos quedando sin horteras?

Han pasado dos años de la muerte de Georgie Dann y Raffaella Carrá, dos grandes figuras del firmamento de los horteras. Ya no hay personalidades que abracen este estilo de vida y arte como ellos, pero tenemos más referentes de lo neo-hortera que nunca, una variante poco divertida y poco interesante del fenómeno.

En muy poco tiempo hemos sufrido la desaparición de dos de las estrellas más rutilantes del firmamento hortera. Quiero hacer constar que de ninguna manera se utiliza el calificativo de forma peyorativa, sino más bien desde el punto de vista de la excentricidad, de lo distinto y hasta de lo auténtico.

Todavía llorábamos la irreparable pérdida de Raffaella Carrá, reina del kitsch donde las haya, cuando nos sorprendió violentamente la trágica desaparición del incuestionable inventor de la canción del verano y rey de reyes de los horteras del mundo: Georgie Dann, líder de las discotecas pachangueras y top hit en todas las listas de éxitos que hicieron las delicias de varias generaciones desde que a finales de los sesenta consiguiera su primer éxito con su inolvidable Casatschok, al que seguirían decenas de canciones festivaleras como El bimbó, El chiringuito, La barbacoa, o El africano. Seguro que ya estáis bailando solo con recordar algunas de aquellas letras.

¿Quién no ha saltado alguna vez al ritmo de alguna de sus canciones? Ese menudito parisino vestido con entallados trajes repletos de lentejuelas y pantalones acampanados era un especialista en tocar el clarinete, el saxofón y ¿cómo no?, el acordeón, instrumento hortera por excelencia, protagonista en fiestas y verbenas de pueblo antes de que se impusieran los conjuntos musicales con vocalista, grupos que, por supuesto, siempre llevaban en su repertorio varios temas del ídolo francés.

Aunque de la misma clase, Raffaella Carrá era otro estilo. La explosiva rubia italiana fue actriz, cantante, bailarina y presentadora de televisión y, siendo honesta, reconozco que todo lo hizo bien. Era atractiva, simpática, talentosa y enérgica, también era hortera, muy hortera: siempre recordaremos sus violentos movimientos de cabeza mientras cantaba el Explota, explota enfundada en aquellos trajes pletóricos de brilli brilli idóneos para presentar una sesión circense o para asistir a una gala presidencial en los Estados Unidos, país hortera donde los haya.

Descansen en paz, ya deben estar muy lejos, disfrutando en el paraíso de los horteras con Elvis Presley, Michael Jackson, Camilo Sesto, Juan Gabriel, Demis Roussos, George Michael, y hasta la excelsa Duquesa de Alba, que nos dejó junto a tantos y tantos otros que no volverán a deleitarnos con sus divertidos atuendos, cuando no con sus excéntricas ocurrencias. 

Aunque no se hayan dado cuenta, lo que está sucediendo es un asunto muy grave: nuestros idolatrados horteras fallecidos no tienen quién les suceda, la nueva generación está más cerca de la estética gore que de la kitsch, la influencia cutre-latina de raperos, reggaetoneros, y cantautores del género túnido han malvado las futuras expectativas de una incipiente batería de horteras con una mínima distinción.

Como decían allá por los ochenta los integrantes del grupo Golpes Bajos, «malos tiempos para la música», aunque en realidad son muy malos para casi todo y, desde luego, para la estirpe de los horteras también, pues hasta para ser hortera hay que tener estilo, una cierta clase y un indudable don.

Hay que reconocer que, dentro de esta lamentable oleada de artistas-horteras-influencers también hay niveles. No es comparable Daddy Yankee con Farruko, ni siquiera podríamos comparar a Ñengo Flow con Julio Voltio, todos parecidos con ese soniquete cutre y desaliñado pero a la vez diferentes, aunque yo no sería capaz de distinguirlos. Su amor por el mal gusto, el oro y los pelucos, los deportivos tuneados y las tías exhuberantes son comunes en todos ellos. En España tenemos uno de los máximos exponentes de la corriente neo-hortera, se llama Omar Montes y las cotas de aceptación que ha conseguido en muy poco tiempo son tan increíbles como su propia imagen, una mezcla entre colegial y pandillero. Este joven triunfador ha seducido hasta al propio Jeff Bezos, artífice de Amazon y uno de los más insignes nuevos ricos de este planeta, dispuesto a volar al espacio junto a su admirado amigo Omar. 

Son tiempos de cambio, y que Dios nos pille confesados. Todavía nos quedan muchas cosas por ver, la inteligencia artificial ha dado pie al inicio de una nueva era, quizás en unos pocos años estemos hablando de un nuevo tipo de hortera, uno creado por un ordenador al que todos sigamos en Instagram y que de vez en cuando tenga la capacidad de sorprendernos, por lo menos de hacernos sonreír.

Al comenzar a escribir estas letras me planteaba la posibilidad de quedarnos sin horteras en nuestro horizonte mediático, pero me he dado cuenta que no es es así, más bien todo lo contrario, tenemos más horteras que nunca. Horteras sin glamour, horteras sin cultura ni educación, horteras sin oficio ni beneficio, horteras millonarios, todo un catálogo de horteras acorde con los tiempos que corren, arrogantes, vanidosos, poco divertidos, en general poco interesantes, criaturas que constantemente juegan a deslumbrarnos con su poder, increíbles mansiones, coches, barcos y hasta aviones privados, todo un exceso de lujo y opulencia aunque no sepan vestirse ni utilizar los cubiertos correctamente. Es una auténtica pena, son los héroes del presente y del futuro si no lo evita un holocausto nuclear o el cataclismo climático tantas veces anunciado. Y, lo peor de todo, son el modelo a seguir por las próximas generaciones.  

Los niños ya no tienen ningún interés en ser bomberos ni astronautas, ahora quieren un teléfono móvil y ser como Cristiano Ronaldo, Messi o el eminente influencer Rubius, las niñas hacen lo propio con María Pombo, Lady Gaga o las Kardashian

Aunque aquellas viejas glorias nos dejaron este año, volveremos a bailar con sus canciones. Ellos son así, tienen esa capacidad de animar cualquier sarao. En realidad, siempre serán eternos, porque además de horteras eran auténticos, cada uno con su estilo propio, cada cual con su peculiaridad, pero originales y únicos. Si se dan cuenta, los de ahora parecen cortados por un mismo patrón. Guardemos los teléfonos, ¡vamos a sacar las lentejuelas! Dejemos que el universo del brilli brilli nos posea, que esas caderas se muevan y las canciones horteras vuelvan a sonar: celebremos la Nochevieja envueltos en su música y que 2024 comience con una sonrisa tan grande como lo son todos nuestros añorados horteras.