Cine | Ramón Monedero Periodista

"En realidad el virus somos nosotros; los zombis, tan solo nuestras víctimas"

"Los monstruos no han pedido ser como son: comen cerebros como el león mata a la cebra, porque está en su naturaleza", dice

Ramón Monedero, periodista murciano. | FRANCISCO PEÑARANDA

Ramón Monedero, periodista murciano. | FRANCISCO PEÑARANDA / Asier Ganuza

Asier Ganuza

Asier Ganuza

Ramón Monedero ve cosas. Sobre todo, películas, sí; pero, además, cosas que los directores y guionistas dicen sin decir, e incluso sin pretender decir. Ya saben, movidas de cinéfilos, que acaban desarrollando un sexto sentido para el séptimo arte, como Abed, el personaje de Danny Pudi en la serie Community, que solo es capaz de entender el mundo por medio de lo que ve en televisión. Pero hoy la historia no va de hilarantes comedias como la de Dan Harmon, sino de zombis. O ‘muertos vivientes’, o ‘comecerebros’; usen ustedes la terminología que más les convenga, como hizo George A. Romero. La cuestión es que esas hordas de infectados le han servido a este periodista murciano, colaborador de La Opinión, para explicar la deriva del sistema capitalista, y lo ha hecho en un libro que acaba de publicar con Berenice. Se llama Mundo zombi. El cine de los muertos vivientes (2023), y en esta entrevista nos da las claves para entender su tesis.

Todos mirando Inside job para entender la crisis de 2008 y resulta que la clave estaba en La tierra de los muertos vivientes (2005), de George A. Romero...

[Ríe] En realidad Inside job también tuvo algo que ver con este proyecto... Este libro se forja en plena crisis económica; en concreto, mientras veía los informativos. Te hablo de 2009, 2010 y 2011. Entonces, constantemente aparecían en las noticias imágenes de las manifestaciones masivas que estaban teniendo lugar por todo el mundo: en España, el 15M; en Estados Unidos, el movimiento Occupy Wall Street; en Islanda, la Revolución de las Cacerolas; en Chipre, las protestas contra el corralito; en Egipto, Túnez y demás, la Primavera Árabe... La cuestión es que yo veía a todas esas hordas de ciudadanos intentando romper las barreras de seguridad de la policía, con los antidisturbios manteniendo a duras penas la situación, y decía: «Hostias, esto parece una película de zombis».

Pero... ¿los zombis no se supone que son los malos?

Ahí está la clave: no, no lo son. Los monstruos en realidad son víctimas. Quiero decir: el zombi no ha pedido ser zombi, y no tiene la culpa de ser así. El león se come a la cebra porque es su naturaleza, y los zombis, pues... comen cerebros. De hecho, es común en estas películas que los verdaderos villanos sean los propios humanos que, encerrados, se traicionan entre ellos por comida, por sexto o por su cuota de poder; los zombis son meros figurantes. En este sentido, el germen de este libro está en cuando caigo en que la gente que se estaba manifestando también es víctima: víctima de un sistema económico y del capitalismo. Fue entonces cuando dije: «Ostras, a lo mejor vale la pena profundizar sobre este tema.

Y le dedicó su Trabajo de Fin de Máster...

Sí. De un máster que hice semipresencial en la Universidad de Almería. La verdad es que tenía cierto perfil político –hablábamos muchos sobre lo que estaba pasando entonces en el mundo–, así que supongo que eso también influyó. La cosa es que, cuando decido desarrollar este tema, hay una cuestión que responder: ¿Que hago? ¿Parto de cero, explicando la historia del cine de zombis? ¿Doy por hecho que la gente que vaya a leerme sabe de qué va toda esta historia? Quiero decir: si voy a intentar equiparar la situación actual con lo que pasa en estas películas, igual lo primero que tengo que hacer es explicar de dónde vienen los zombis, cómo se han desarrollado y cómo hemos llegado hasta aquí, hasta la imagen que tenemos actualmente. Pero tampoco quería hacer el típico libro de género, ¿sabes? Esto no es una cronología fílmica; de esas ya hay muchas y muy buenas. Mi intención era hacer un somero repaso, deteniéndome en algunos títulos que considero importantes, y llegar hasta nuestros días.

Permítame que incida en eso de quiénes son los verdaderos villanos de esta historia. Recientemente, con el estreno de la serie The last of us, se habló mucho de eso, de que en realidad los malos eran los humanos, no los infectados.

Sí, pero esto es algo que, diría, es común en el grueso de las pelis de zombis. De hecho, en La noche de los muertos vivientes, de 1968, que es un poco la cinta fundacional del género, los malos ya eran los humanos, y esta es una norma que se ha seguido casi que a rajatabla hasta nuestros días. Al final, las estas películas son el mejor ejemplo de eso de ‘El hombre es un lobo para el propio hombre’, pues pone en evidencia que el mayor peligro no está en el monstruo, sino en nosotros mismos, que somos nuestro propio veneno. Acuérdate del confinamiento: cuando nos encerraron, el planeta tomó aire (la contaminación bajó, los canales de Venecia se liberaron...). En realidad, el virus somos nosotros. Y los zombis, nuestras víctimas, igual que los que se manifestaban tras la caída de Lehman Brothers.

«Es el mercado, amigo».

[Ríe] Ojo, no pretendo plantear una visión antisistema: vivimos en el capitalismo y ya está, es lo que hay; tiene sus cosas buenas, pero también carencias evidentes, y creo que es importante señalar los fallos para poder corregirlos.

El problema es que entonces se señalaron pero no parece que se les haya puesto solución.

No. Mira, cuando me dio la neura con este tema me compré un librito muy interesante: Esta vez es distinto. Ocho siglos de necedad financiera, de Carmen M. Reinhart y Kenneth S. Rogoff, en el que básicamente explican, de una forma bastante cercana, que... no aprendemos. Estamos teniendo crisis económicas desde los romanos, y la base es siempre la misma: gastamos más de lo que tenemos; en distintos formatos, sí, pero en el fondo es lo mismo. Y eso es al final lo que todos, como ciudadanos consumistas, tenemos de zombis: ellos tienen un apetito insaciable, da igual la carne que coman que siempre van a querer más; a nosotros eso nos pasa con el dinero, que siempre queremos más.

Ramón, ¿George A. Romero tenía todo esto en mente cuando hizo La noche de los muertos vivientes?

No. Él solo quería llamar la atención; no estaba pensando en lanzar ningún tipo de mensaje. Fue cuando se estrenó que la crítica y el público llamaron la atención sobre cómo esta película funcionaba como un retrato de la sociedad norteamericana de finales de los sesenta. Recuerda: Vietnam, la lucha por los derechos civiles, la población negra, las muertes de Kennedy y Martin Luther King... Todo aquello hizo que la gente saliera a la calle, y la gente empezó a hacer esta asociación desde una perspectiva nihilista, como una visión absolutamente desesperanzada del mundo. Luego es verdad que, para la secuela (Zombi o El amanecer de los muertos vivientes, 1978), Romero ya había aprendido la lección y nos dejó una escena icónica: la de un montón de zombis deambulando sin rumbo por un centro comercial, que es bastante ilustrativa.

Todo esto está muy bien, Ramón, pero es que... las pelis de zombis suelen acabar mal.

[Ríe] A ver, yo me considero una persona optimista, pero lo cierto es que para escribir este libro me puse la chaqueta de pesimista. Al final, el zombi es uno de los monstruos que mejor representa esa total y absoluta pérdida de esperanza en el ser humano, y la verdad es que, cuando miras el mundo en el que vivimos, hay muchas cosas que nos hacen pensar que estas películas tienen razón, que estamos abocados al desastre. Pero yo creo que somos capaces de hacer cosas maravillosas.

Pero, por si acaso no, mejor ver unas cuantas de estas películas, a ver si nos dan las claves ante un posible apocalipsis zombi...

[Ríe] Bueno, es que nunca se sabe; mira lo la droga zombi esa que hay por ahí...

¿Usted sobreviviría a una historia así? Que es lo típico que se pregunta la gente después de ver una cinta de estas...

¿Sabes lo que pasa? Que después de haber visto ya unas cuántas me he dado cuenta de lo que habría que hacer, pero también de que estamos abocados al fracaso... Haría lo posible para mantenerme a salvo, claro, pero ya sabemos cómo se las gastan los humanos: mete a cuatro, cinco o diez en una habitación cerrada y asediada por zombis y a ver qué pasa.

Mal asunto...

Pues eso.