El Efecto Matilda

Amrita Sher-Gil

Recientemente, un misterioso comprador ha pagado 7,45 millones de dólares por 'The story teller', obra de una mujer que es considerada 'Tesoro Nacional' en su país después de abandonar Europa para regresar a casa para dejarse influir por su cultura más allá de movimientos artísticos

Autorretrato desnuda (1934).

Autorretrato desnuda (1934). / Amrita Sher-Gil

Que un pintor consiga llegar a colgarse la etiqueta del mejor y más caro artista de su país es una hazaña sin duda increíble, pero si además el protagonista en cuestión es una mujer el hecho se vuelve algo extraordinario. Y esto es ni más ni menos lo que sucedió el pasado 16 de septiembre con Amrita Sher-Gil, cuando un misterioso comprador pagó en una subasta la cifra de 7,45 millones de dólares por su pintura The story teller, convirtiéndola en la artista india más valorada hasta el momento.

En su corta vida demostró tener un talante avanzado y una personalidad única, la suya es una historia marcada por un constante deseo de derribar barreras, tanto es así que ahora, 110 años después de su fallecimiento, continúa haciéndolo.

No es raro que la llamen ‘la Frida Khalo india’ porque los paralelismos entre sus vidas son tantos que parece fueron escritas por la misma mano, almas afines buscando su lugar en un continuo acto de exploración personal. Ambas fueron firmes defensoras de su raíces, de la tradición de su pueblo, sus obras ensalzan la figura de la mujer desde una visión melancólica, pero nunca de debilidad, las dos se autorretrataron desnudas –hecho bastante insólito y provocador–, y vivieron su sexualidad de una manera tan libre como poco habitual para ese momento.

Esa dualidad de su origen europeo-asiático –su madre húngara, judía y cantante de ópera, y el padre indio, sij y estudioso del sánscrito- marcó de algún modo su forma de ver la vida, pues en muchos momentos sintió que esas diferencias tanto de cultura como de ideología entraban en permanente conflicto, quizá de ahí su continua necesidad de experimentar.

Su primer acercamiento a la pintura fue en una escuela de monjas en Florencia, donde no duró mucho por su empeño en pintar desnudos y gritar a los cuatro vientos sus firmes convicciones ateas.

Con el apoyo de su familia, primero su tío que siempre la animó a desarrollar sus aptitudes, y luego sus padres, en 1929 se trasladaron a París para que Amrita pudiera seguir una formación académica, en un primer momento en la Academia de la Grande Chaumière y luego en la prestigiosa Escuela de Bellas Artes donde fue la alumna más joven en ser admitida. Así, con 16 años, se contagió de la cultura bohemia y del estilo de los postimpresionistas: Modigliani, Renoir, Cézanne y Guaguin trazan leves recuerdos en sus primeras obras, aunque si hubo una artista en estar más presente que el resto esa fue Suzanne Valadon, al igual que ella el desnudo no fue obstáculo para mostrar a la esencia de la mujer.

En 1932 su obra Chicas jóvenes marcó el inicio de su trayectoria al recibir la Medalla de Oro y ser elegida como asociada del Gran Salón de París; fue la más joven y la única asiática en conseguirlo. A pesar de que ya comenzaba a tener un cierto reconocimiento algo comenzó a provocarle cierta inquietud, el sentimiento de anhelo de regresar a la India fue para ella como un presagio, sentía que su destino como pintora estaba allí y aquella sensación se convirtió en una necesidad.

"Solo puedo pintar en India. Europa pertenece a Picasso, Matisse, Braque, pero India me pertenece solo a mí", escribió en una carta a una amiga.

Con su regreso aquellos primeros temas de retratos académicos representados al modo impresionista poco a poco dejaron paso a una pintura mucho más simplificada donde conectó con la esencia de sus raíces no sólo a través de las formas sino también de los colores. Escenas de aldeanos, pobres y personas enfermas en actitudes de su día a día, temas que no eran de interés para sus contemporáneos pero que bajo los pinceles de Amrita Sher-Gil alcanzaron la más noble consideración. Al mismo tiempo ese interés por la figura femenina se acentuó aún más, ofreciendo ese lado de privacidad o reclusión, sus rostros melancólicos son todo un manifiesto de la tristeza y situación de aquellas mujeres; ciertos críticos insisten en justificar ese interés por el desnudo femenino como resultado de su inclinación sexual hacia ellas.

Tres años más tarde de su vuelta inició un viaje al sur del país para seguir explorando la identidad de su cultura, para seguir conociendo a sus gentes y su paisaje, interesándose especialmente por las pinturas murales de las cuevas de Ajanta. Es en ese momento que se gesta su innovador estilo, una fusión de lo aprendido de la pintura europea, y del descubrimiento de aquella cultura, tradición y modernidad en perfecta armonía, una nueva manera de entender la pintura que la posicionó como pionera del arte moderno de su país. Aquella sensación que años atrás la atormentaba se transformó en una verdadera revelación, por fin había descubierto lo que consideró su "misión artística": expresar la vida del pueblo indio a través del lienzo. 

En una de sus estancias en Hungría se casó con su primo-hermano el Dr. Viktor Egan en 1937, un matrimonio más de conveniencia que por amor, ya que en ese momento ella estaba embarazada y juntos se instalaron cerca de su familia paterna en Saraya, donde empezó a experimentar con el estilo de las miniaturas mogoles del siglo XVII.

No sólo su vida estuvo marcada por las líneas de la ambigüedad sino también su muerte. Mucho se ha especulado pero en realidad nadie sabe con certeza qué pasó. La familia cree que el culpable fue su marido al practicarle un aborto, otros dicen que la mató por celos, y hay quien piensa que simplemente enfermó, pero lo cierto es que falleció de manera casi repentina un 3 de diciembre con tan sólo 28 años, justo en el momento en que estaba preparando su primera gran exposición individual en Lahore, ésa que debería haberla proclamado como uno de los referentes del arte moderno en India.

Este nuevo récord de ventas la ha vuelto a ratificar como una figura clave del arte indio, título que el propio gobierno ya revalidó al declarar a Amrita Sher-Gil como ‘Tesoro Nacional’, lo que implica la prohibición de que su obra salga del país.