Música

Patáx: una bacanal de ritmos

Los ocho músicos de la nutrida formación de fusión ofrecieron, en la última noche de la 42ª edición del Cartagena Jazz Festival, un cóctel de música afrocubana, funk, flamenco, jazz... Un atrevimiento con todo lo que se les ponga por delante

El ritmo es la esencia de Patáx (onomatopeya del golpe de caja y platillo en la batería que le pone fin a un compás), numerosa banda de fusión liderada por el percusionista madrileño Jorge Pérez, que mezcla la música afrocubana con funk, flamenco, jazz y lo que se ponga. La descarga duró más de dos horas; una amalgama de estilos y ritmos como la recogida en el doble disco A night to remember, que dura tres horas (aquí, afortunadamente, no llegó a tanto), con alardes que buscaban la espectacularidad sin demasiado fruto, en conexión con la raíz africana para llevar la fusión a un nuevo lugar. Pero parece que el camino tiene muchos vericuetos, y su fuerza termina diluyéndose en un viaje a ninguna parte.

No es común ver a un percusionista como líder y compositor de una banda de jazz fusión desde una perspectiva rabiosamente contemporánea. Una meta ambiciosa que requiere talento, decisión, tenacidad… y un grupo de músicos extraordinarios, capaces de llegar a donde la mayoría no sabe, no puede, o no se atreve.

Lo que hacen Patáx realmente es inspirarse en los Fab Four para proceder a irse por los cerros de Úbeda

La formación contó con ocho músicos en escena: un set de percusión nutrido, un bajo de pulsión impresionante –entre Pastorius y Benavent, que funciona como un motor de precisión–, un pianista a lo Petrucciani que se las sabe todas, guitarra eléctrica, trombón, la impresionante cantante Aurora García de Aurora & The Betrayers –un ciclón de alma soul y rock a partes iguales, algo desaprovechada para su variedad de registros, que puede hacer vibrar con delicadas líneas de soul y temblar con aires rockeros–, y un bailaor que se estrenaba con sus taconeos en Patáx –tuvo un papel discreto, y a ratos se incorporaba al cajón, en una bacanal de ritmos–.

Jorge Pérez y su troupe multinacional presentaron su propuesta Patáx plays The Beatles, una revisión de temas muy conocidos de los de Liverpool, pero también colaron de su tributo al rey del pop Patax plays Michael: A Tribute, donde los arreglos de piezas como Billie Jean se desarrollan por bulerías alejándose de las versiones originales, y, al igual que con los Beatles, en manos de Patáx pasan de manera sorpresiva de un guaguancó a un flamenco, para luego incluir un solo de guitarra rockero; incluso dejaron espacio para algún tema propio, como Creepy Monsters.

Aurora, voz de Patáx

Aurora, voz de Patáx / Loyola Pérez de Villegas

El proyecto parece inspirarse en la música de Weather Report, Chick Corea Electric Band o Herbie Hancock, y la energía de su directo, potenciada por el baile, sorprendió ya desde el principio, cuando se presentaron en el escenario entre un volumen brutal, estruendoso, nada adaptado al local, que apagaba los matices, con un bailaor –haría otras apariciones fugaces– taconeando sobre una tarima. Se internaron sin previo aviso en el legado Beatle con Eleanor Rigby, una arrolladora versión en clave de jazz latino caótica e impactante, casi más progresiva que jazz, con unas sorprendentes estrofas de Un labradorito, tema tradicional leonés que popularizó el grupo folk Coetus, y el percusionista dirigiendo a los músicos con su baqueta.

Alguien muy purista podría salir espantado, porque lo que hacen Patáx realmente es inspirarse en los Fab Four para irse por los cerros de Úbeda; así ocurrió en Yellow Submarine, que discurrió entre verbena y jam session. «La canción más moña, que nosotros hemos desmoñao», dijo Jorge Pérez confesando una de sus muchas locuras, o Blackbird con deje rumbero, en la que el percusionista salió para interactuar con el público en juegos de pregunta y respuesta (de lo que abusó largamente durante el concierto).

Lo que comienza siendo sorpresa termina diluyendo la banda, a pesar de momentos espectaculares

El espectáculo, sin embargo, resultó cansino después de un rato de tsunami rítmico, pues lo que comienza siendo sorpresa llega a convertirse en predecible y algo ramplón, como ocurrió con Hey Jude, y termina diluyendo la personalidad de la banda, la fusión por la fusión, aunque hubo momentos espectaculares, como el duelo de timbal y congas, un carnaval de ritmos, de cambios de ritmo, como principal fundamento de largos e inanes desarrollos: demasiado aderezo, se perdía el sabor independiente de cada uno de los elementos.

«A ver si la reconocen. Si Lennon levantara la cabeza…», bromeó el percusionista respondiendo a su vez a quienes les acusan de ser una banda de covers. «Nuestros arreglos son como temas propios», y así presentaron una versión de I Saw Her Standing There, a la que modificaron además el título por el de Wasted By A Boy. Los sentimientos pueden estar en carne viva, pero como si ves llover. Y lo que ves, lo que oyes, te suena a cierto onanismo. Y no te crees nada. Propusieron un juego: el hábil pianista sería capaz de hacer una intro de cualquier canción que le solicitaran, como en una feria. Le pidieron Imagine, y allá que fueron con Bad del rey del pop, que fundieron con Ghostbuster, y en una sucesión de continuos cambios de ritmo incorporaron hasta reggae con I Shot The Sheriff. Se fueron con un Thriller por funk a lo James Brown, levantando al personal de sus asientos. 

Patáx sobre el escenario del Nuevo Teatro Circo

Patáx sobre el escenario del Nuevo Teatro Circo / Loyola Pérez de Villegas

Aunque parte del público quedó seducido por su irreverencia sofocante, se comprobó también algún que otro bostezo por esos desarrollos largos y repetitivos. La sensación fue de tedio, y dices: «Todo esto ¿para qué?».

Asistir a un concierto de Patáx debiera ser como adentrarse en un ‘black market’ al estilo de Weather Report, repleto de sinestesias, olores, sabores y colores: a todo ritmo. Pero todo tiene un anverso y un reverso. Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, escribió Dickens. Mucho ruido y pocas nueces.