Exposiciones

Pedro Cano, un hombre de Blanca; el mismo que fue ayer

El acuarelista blanqueño acaba de regresar de Madrid, donde hace unos días clausuró con éxito la exposición Siete, que presentó en 2019 en Murcia.

En dos semanas tomará un vuelo con destino Roma para inaugurar en la sede del Instituto Cervantes su muestra Teatros; en la ciudad participa también en una muestra en homenaje al escritor Italo Calvino.

Pedro Cano, en Madrid, frente a dos de las obras de ‘Siete’.

Pedro Cano, en Madrid, frente a dos de las obras de ‘Siete’. / L. O.

Asier Ganuza

Asier Ganuza

Dice Pedro Cano (Blanca, 1944) que lo más importante de todo es que «al día siguiente, sigas siendo lo misma persona». El veterano pintor reflexiona sobre ello cuando se le pregunta por Pintar el viaje, la obra de teatro que ha llevado su vida a los escenarios y que este mismo fin de semana pudo verse en Cieza. «Son milagros, regalos que te hace la vida. ¿Cómo me iba a imaginar yo que me iba a pasar una cosa así?», se pregunta entre risas, subrayando el trabajo de Sergio Alarcón: «Durante una hora y media ahí hay un hombre que tiene veinte años menos que yo, que mide medio metro menos, pero que consigue que hasta yo reconozca que logra parecerse a mí».

Estas cosas le ilusionan, como el reciente éxito de su exposición Siete en Madrid, que casi le abruma. Comparte, fascinado, una noticia según la cual más de 35.000 visitantes han pasado a lo largo del mes de octubre por la Casa de Vacas, el centro cultural que alojó la muestra y que le reconectó con la gran urbe a la que acudió siendo todavía «un niño de Blanca» para estudiar Bellas Artes. «Tendría como 22 o 23 años cuando me fui de allí para continuar mi formación en Italia, donde he realizado prácticamente toda mi carrera. Por tanto, la realidad es que la gente de la calle era la primera ve que podía ver en directo obra mía», explica sobre su paso por la capital. «Y la gente me preguntaba –añade–: ‘¿Y usted dónde ha estado todo este tiempo?’, y les decía: ‘¿Yo? Pues pintando’».

«En este momento no tengo ningún gran proyecto en mente. Y no lo tengo porque no quiero»

Pero su respuesta está más próxima a la realidad que a la chanza. Por eso, porque lo importante es que «al día siguiente, sigas siendo la misma persona», ya triunfes con tu pintura en Madrid, hagan una obra de teatro sobre tu vida o estés preparando las maletas para marchar próximamente a Roma, donde tiene otra muestra que inaugurar. «Recuerdo de joven que mi madre, cuando volvía de Italia, a veces me decía: ‘Esta mañana no vas a salir. Te vas a quedar en casa, que hablas con un acento muy raro...’», recuerda el blanqueño con añoranza. Y es que, para él, «no hay cosa más triste que el que haya gente que se vaya de nuestros pueblos y que, cuando regresan, vuelven pensando como que eso ya no tiene valor. Yo, gracias a Dios, tengo claro que sigo siendo hombre de Murcia y de Blanca», sentencia.

Y Cano, que efectivamente es un artista muy respetado en Italia –cuna del arte y el Renacimiento– y, para la gran mayoría de los entendidos, el pintor vivo más importante de la Región, no habla por hablar. Son muchos los ejemplos que podríamos poner, como el cariño con el que siempre ha tratado (y se ha referido) a su tierra o el particular enfoque con el que ha dotado a la fundación que lleva su nombre, con la que se ha empeñado en que «la gente de este pueblito tan pequeño, Blanca, crezca con la cultura» (y no solo con la suya, sino también con la de artistas emergentes o que no suelen tener ‘paredes’ en nuestro país, como es el caso de Concetta De Pasquale, Marica Fasoli y Paolo Medici, los protagonistas del último proyecto expositivo de la fundación). Pero es que no hay muchas cosas más sinceras que la inspiración, y es indiscutible que a Pedro le inspira su hogar.

«Fíjate, sí hay una cosa que tengo empezada –responde cuando se le pregunta en qué anda metido–: cuando hice la mudanza me traje una tela de más de dos metros y me propuse hace ahí un paisaje del pueblo. A ratos trabajo en eso, pero sin mayor pretensión y con ninguna prisa», insiste. Porque si algo queda claro de la charla que el artista mantiene con este periódico es que el fin último de su pintura no es, ni mucho menos, su exposición y el consecuente halago de crítica y público. «En este momento no tengo ningún gran proyecto en mente; no hay nada así muy definido, que digamos. Y no lo tengo porque no quiero. Creo que es importante trabajar por el gusto de trabajar, de pintar, sin siquiera pararte a pensar en si eso va a valer para algo o no; por el placer de hacerlo, simplemente. Como pintan los niños, solo para su propio disfrute. En esas estoy yo», asegura Cano.

Algunas de las obras de Siete, de Pedro Cano

Algunas de las obras de Siete, de Pedro Cano / L. O.

Además, el reputado acuarelista confiesa que siente cierto gozo en hacer cosas que igual nadie llega nunca a ver: «Es una sensación de intimidad muy bonita que, ahora mismo, después de todos estos viajes e inauguraciones, me atrae mucho», confiesa al otro lado del teléfono, paseando por Blanca, camino de su casa. «Me encanta subir al huerto, por ejemplo. Tenemos un granado, jazmines... Siempre hay cosas que apetecen. Yo las bajo y las pinto (las flores, la frutas...)», explica el artista, para el que tocar los pinceles es «como respirar»: «Puedo concebir mi vida sin muchas otras cosas, pero no sin poder pintar; todas las cosas importantes que me han pasado las vinculo con la pintura». Al fin y al cabo, lleva haciéndolo de manera consciente desde que tenía solo 11 años, cuando murió su padre.

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Pero a Cano le inspira «todo», no solo su pueblo o las plantas de su huerto. «Me atrae lo más sencillo y lo más duro; lo más alegre y lo más trágico. Todo lo que nos rodea puede ser pintura», asegura. Y Siete es el ejemplo, un proyecto que tiene su origen en agosto de 1991, cuando diez mil refugiados albaneses llegaron al puerto italiano de Bari a bordo del buque Vlora. «Empezó con aquello, sí. Y habla de lugares, de conflicto, de las historias de fronteras... Pero claro, ahora con todo lo que está pasando, parece que son cuadros que he pintado ayer, cuando tienen cuatro años», apunta Cano sobre la muestra, que Carlos del Amor presentó en el Telediario de TVE intercalando imágenes de Gaza y que, como novedad, incluyó una obra nueva formada por un montón de pequeñas hojas de papel que, juntas, hacen una vista de Kiev, en un recordatorio del artista de otras de las grandes guerras que copan la actualidad de nuestros días. «Me gusta pintar los limones y las rosas de mi patio, pero tampoco puedo cerrar los ojos», aclara.

En cuanto al resto de exposiciones que en este momento ocupan su atención, el pasado día 13 se inauguró en las Escuderías del Quirinal de Roma una muestra con motivo del primer centenario del nacimiento de Italo Calvino, autor que ha influido sobremanera a Cano y al que dedicó en los años noventa una importante serie de acuarelas inspiradas en su obra Las ciudades invisibles. «Nos pidieron una obra, pero tuve el valor de llamar para decirles que me parecía muy poco, que me dejaran al menos mandar tres. Y al día siguiente les dije que mejor las dieciséis», recuerda el blanqueño, con una carcajada. «Además –añade–, presentar tu obra allí es como hacerlo aquí en el Museo del Prado o en el Palacio Real. Mira que he expuesto en muchos sitios diferentes de la ciudad, pero nunca en uno tan importante; me da hasta repelús», confiesa. Sus piezas permanecerán allí hasta el 4 de febrero.

Y, por otro lado –de ahí el viaje que tiene previsto próximamente a la ‘Ciudad Eterna’–, el día 17 inaugura en la sede del Instituto Cervantes en la capital italiana la exposición Teatros, presentada también previamente en la Región (en agosto de 2021, en Cartagena) y que, desde hace unos meses, deambulaba por el país transalpino. «Va a venir el director (Luis García Montero), vamos a hacer un catálogo nuevo... La verdad es que estoy muy contento», reitera Cano, un hombre agradecido, apasionado y que seguro, mañana –por muchos viajes que haga y reconocimientos que reciba–, seguirá siendo la misma persona que es hoy: un hombre de Murcia y de Blanca.