Opinión

Cultura en rebajas, por Eva Hernández

Detalle de una obra del artista italiano Carlo di Meo.

Detalle de una obra del artista italiano Carlo di Meo. / L. O.

Hace ya algunos años está sucediendo en el sector de la cultura un fenómeno que cada vez va a peor y resulta más que preocupante… Señoras y señores, ¡estamos en rebajas! De hecho vivimos en unas rebajas perpetuas. Mientras que el precio de la vida ha subido en general, cada año todo vale un poquito más que el anterior, alimentación, alquiler de la vivienda, turismo, gasolina, electricidad, todo, es más caro, incluso el precio de la comida de mis gatos ha subido en exceso, todo, todo, menos la cultura.

Frases como «No hay presupuesto», «No hay dinero», «Uff, eso es demasiado» y preguntas como «¿No lo puedes recortar?», «¿…y si quitamos la mitad de las obras?» o «¿Por menos dinero no lo podríamos hacer?» se han convertido en el día a día de todos los que nos dedicamos a este mundillo del arte. Si hablamos del tema venta de obras la cosa se vuelve hasta ofensiva, las ofertas despiadadas caen con una normalidad que ya ni siquiera provocan vergüenza. Sinceramente creo que estas cosas solo pasan en el mundo del arte, pero sobre todo en nuestro país, hay una falta de respeto y una infravaloración de nuestro trabajo tal que cualquier consejero, concejal, director, técnico o hijo de vecino pone en cuestión el valor de lo que hacemos cuando la mayoría de ellos son absolutos desconocedores del tema.

Después de estudiar una licenciatura y dedicar más de veinte años a este sector creo que tengo datos más que suficientes para poder decir lo que digo sin equivocarme.

Asumimos de manera lógica que consumir cualquier tipo de servicio de calidad tiene un coste, y entonces ¿por qué no se entiende que la cultura de calidad también tiene un precio? Montar una exposición, me refiero a montarla bien, es algo tremendamente difícil, conceptos como narración, equilibrio, coherencia, tantas y tantas cuestiones que a simple vista pueden parecer sin importancia son fundamentales para un óptimo resultado final. Solo una persona que esté formada y tenga la suficiente experiencia es capaz de poder llevar a cabo con éxito tales menesteres, todo ello orquestado por el filtro de un criterio profesional, algo que no suele suceder en algunas instituciones públicas. Se te cae el alma a los pies cuando una y otra vez compruebas que personas no preparadas son las encargadas de tales cuestiones; el resultado: montajes nefastos, pretensiones de modernidad que no tienen ni pies ni cabeza porque hasta para ser moderno hay que saber, exposiciones cero interesantes que no son capaces de captar la atención y el interés del público..., en definitiva, una falta total de profesionalidad. Y como resultado el fracaso absoluto en cuanto a la afluencia de público, de ahí el problema de tantos museos y salas vacías.

Como comprenderán más de dos décadas dan para mucho, muchas caras nuevas, mucha gente que va y viene, demasiadas conversaciones tratando de justificar que la cultura tiene un precio, que no se trata de gasto sino de inversión, que la cultura bien gestionada es riqueza…, y claro, llega un punto en el que ésta que escribe, por desgracia, ha visto ya de todo. Hace no mucho, me encontraba en una de las salas de nuestra ciudad, y casualmente escuché una conversación telefónica que me dejó como se suele decir ‘a cuadros’. Tras insistir varias veces una persona al teléfono, en este caso un coleccionista, conseguía hablar con la responsable del centro en cuestión, el señor tenía una colección de relieves de Oteiza y había pensado que sería interesante exponerlos allí. Cuando escuchó aquel nombre, «Oteiza», la susodicha señorita encargada de la sala puso cara de cebolla, era la primera vez en su vida que oía aquel nombre, lo repitió varias veces como esperando a que su interlocutor le diera una explicación de quién era el personaje en cuestión, algún nuevo artista emergente pensó. Tras unos incómodos segundos de silencio por ambas partes, un ordenanza que se encontraba junto a ella, al que sí le interesaban estas cosillas del arte, le dijo en voz baja, casi susurrando: «Es un escultor español muy famoso que hace formas geométricas de hierro… Murió hace ya unos años…». Su respuesta fue inmediata: «Ahhhhh, síííííí, Oteiza. Pues tiene que enviar la información por email». Y ahí terminó la conversación. En realidad tampoco le interesaba mucho lo que aquel individuo pretendía contarle, si le hubieras preguntado por Tàpies seguro que habría pensado que se trataba de un joven grafitero. Creo que es realmente vergonzoso, ¿se imaginan la cara del hombre al colgar el teléfono?, la responsable de una sala de exposiciones no tiene ni la más mínima base-cultura-conocimiento-interés, llámenlo como quiera, sobre la materia en cuestión; lo peor de esto es que tendrá que tomar ciertas decisiones, como por ejemplo qué se expone o no en el citado centro, y esto por desgracia lo tendremos que sufrir todos. Su filtro será determinante para el desenlace de la cultura de una ciudad, seguramente será también quien asesore al cargo político competente de la conveniencia o no de hacer ésta o tal exposición. En resumen, un auténtico desastre que nos está obligando a soportar cómo una cultura de primera pasó a ser de segunda, se convirtió en una de tercera y hasta de cuarta categoría, y nuestras salas totalmente desprestigiadas. La consecuencia de esto va más allá del propio sufrimiento personal y ataque al gusto estético del ciudadano que paga con sus impuestos esa ‘sub-cultura’, comercios y comerciantes, hoteles y todo tipo de empresas relacionadas con el turismo sufren también las consecuencias porque ese ansiado turismo cultural aporta una gran riqueza a las ciudades que tienen la suerte de poder recibirlo año tras año; pongamos la tan envidiada Málaga como ejemplo de una gestión cultural inteligente.

Aunque esta rocambolesca anécdota pasó en Murcia, me consta que podría haber sido en cualquier otro sitio, y es que amigos, amigas, compromisos, arrimados varios y técnicos que pasan de aquí para allá como en un extraño partido de fútbol es lo que te encuentras la mayor parte de las veces cuando vas a presentar un proyecto a cualquier institución. En realidad todo este proceso sería algo parecido a comenzar una gran batalla, explicar, justificar, poner en valor, hacer que te entiendan, que vean la importancia de lo que ofreces, que valoren la calidad y comprendan la riqueza que la cultura bien gestionada ofrece a una ciudad, justificar el por qué de cada céntimo, hablar de transportes, seguros… etc., etc., etc. es realmente agotador. A cada nivel que superas es como una gran victoria, que no la victoria final, pues como ya dije inevitablemente tendrás que pasar por el momento ¡rebajas! Cuando por fin consigues ganar esta guerra y que tu proyecto expositivo vea la luz, lo único que te queda por escuchar es «el problema es que has trabajado demasiado y por eso ha venido tanta gente a ver la exposición»; esto no es coña, me lo han dicho de verdad.

En resumen, que estoy pensando hacerme influencer, es posible que si una de estas divas instagramers llegara al citado despacho con un proyecto cultural bajo el brazo todo sería más fácil de lo que en realidad es.