Murcian@s de dinamita

María Dolores Tomás, la administración sin secretos

María Dolores Tomás.

María Dolores Tomás. / Pascual Vera

Pascual Vera

Pascual Vera

Fue en 1979 cuando una jovencísima María Dolores Tomás comenzó su relación con la Universidad de Murcia como trabajadora. Aprobó una oposición –probablemente la primera que se celebraba en el centro– junto con otros 29 compañeros, todos ellos auxiliares. Hasta entonces había trabajado en un estudio de arquitectura propiedad de su tío.

No le fue complicado aprobar a aquella joven trabajadora, acostumbrada a estudiar y educada entre libros, y que alcanzaba las 475 pulsaciones por minuto en aquellas incómodas máquinas de escribir mecánicas. Fue su padre, agente comercial, quien había insistido en que aprendiera en una academia, hoy mítica entre los murcianos aspirantes a funcionarios durante varias generaciones. Durante años realizó sus informes en aquellas recordadas Olivetti que obligaban a repetir innumerables documentos al más mínimo error.

María Dolores compatibilizaba entonces sus estudios de Derecho vespertinos con su trabajo como funcionaria por las mañanas. Su ‘cursus honorum’ universitario pasó por todas las escalas: jefa de negociado, de sección, de servicio y, finalmente, jefa de Área. Recuerda que pasó por las secretarías de Medicina, Magisterio, Económicas…

María Dolores recuerda con cariño, aquella universidad de tamaño casi familiar, absolutamente abarcable, en la que todos se conocían y en la que a menudo eran intercambiables, pues más que especialistas, «todo el mundo sabía un poco de todo».

Fue secretaria de tantos órganos colegiados que su sola enumeración sería casi imposible: jurado de selección de becarios, Comisión de Veterinaria y Medicina Rural, Comisión Gestora del SAE, Comisión de Investigación, Comisión de Doctorado, Fundación Esteban Romero, Fundación Robles Chillida, Fundación BBVA, la Caixa… María Dolores enumera casi de corrido todas estas ocupaciones y cargos, y uno se da cuenta de que difícilmente estas comisiones y fundaciones podrían haber tenido una secretaria más volcada en ellas: «Ha sido algo muy bonito», afirma con rotundidad esta funcionaria incansable que ha participado en más de medio centenar de tribunales, que le han valido para ampliar su acervo y su espíritu de lectora voraz: «Durante los exámenes era normal que me llevara a casa algún tomo de alguna enciclopedia». «Soy romántica del papel, no lo soy en general, pero entre libros me siento feliz».

María Dolores no sólo es una lectora incansable de todo tipo de libros, sino que además disfruta lo indecible leyendo y aprendiendo cada nueva ley que ha salido: «me encanta leer los comentarios a las leyes». Y se nota. María Dolores habla con barras cuando tiene que citar alguna ley, sin titubear, haciendo gala de una prodigiosa memoria que hace que, invariablemente, pensemos que es la persona idónea si hemos de remitirnos a legislación universitaria. A pesar de ello, quizás por una especie de coquetería intelectual, repite a menudo que le falla la memoria, hundiendo en la miseria a su interlocutor, cuando se percata de que, si con ese dominio del que hace gala le falla la memoria, nosotros no somos nada. Aunque después nos da la clave: «es algo que me gusta mucho, así que no tiene mérito que no me cueste esfuerzo saberlas».