Murcian@s de dinamita

José Luis Castillo Puche, el escritor que convirtió Yecla en Hécula

José Luis Castillo Puche.

José Luis Castillo Puche. / Ana Martín

Pascual Vera

Pascual Vera

Me vi con el escritor José Luis Castillo Puche el 13 de diciembre de 2001, sólo unas horas después de haberse hecho pública la decisión de un jurado de expertos de otorgarle el Premio de las Letras de la Región de Murcia, un galardón recién creado entonces con el que se pretende distinguir la obra de un escritor de la región de especial relevancia. Castillo Puche estaba exultante. No era para menos, en un escritor que ha padecido en las carnes de su obra –una obra intensa y extensa, cuya valía hace mucho tiempo que nadie pone en duda– una censura feroz.

Un intelectual a quien le hizo el vacío cierto sector de sus paisanos mientras sus novelas eran reconocidas en el exterior y su obra se estudiaba en tesis doctorales –hay un buen número de ellas en Estados Unidos– y congresos.

«Yo no he tenido nunca muchos seguidores», me comentó Castillo Puche, para añadir que «lo que sí he tenido son perseguidores». Era frecuente oír al escritor ironizar sobre lo ambiguo del amor que le profesan sus paisanos: «Soy un hombre controvertido. No estoy totalmente de acuerdo conmigo mismo», asegura, pero lo cierto es que cuando paseaba por las calles de Murcia era frecuente verle con un nutrido grupo de admiradores. Se le tributaban homenajes, se le dedicaban calles, se le nombraba hijo adoptivo, se le concedían premios…, al final de su vida tuvo muchas y poderosas razones para sentirse profeta en su tierra. «Ese cariño se consigue trillando. Se ha de pasar muchas veces el rodillo sobre los hombres y los libros para que la gente entienda cosas que antes no entendía».

En Yecla es muy querido, pero cuando era joven le expulsaron, y «eso es algo que no se puede olvidar». Durante 15 años tuvo prohibido volver a su pueblo por una sentencia judicial.

Afortunadamente aquello formaba ya entonces parte de la historia. Yecla, la mítica Hécula de sus novelas, le reconoció como hijo adoptivo y le dedicó una calle: «Yo quería que fuese una calle pequeña, por la que no pudiesen circular coches, y así se hizo: se puso mi nombre a una calle ajardinada, que era muy querida por mí». «El problema, –me comentó con la ironía que siempre le caracterió– es que un día, al abrir el periódico, leí el siguiente titular: ‘Crimen horroroso en la calle de José Luis Castillo Puche’...»

Hemingway, Picasso, Azorín, Baroja… Castillo Puche tuvo ocasión, a lo largo de su vida, de relacionarse con numerosas personalidades del mundo de la cultura:

En 1958 un jovencísimo Castillo Puche aun veinteañero recibía la noticia de su Premio Nacional de Literatura: «Me dieron una enorme alegría, es cierto», confiesa. Muchos años después, en 1982, con una obra ya plenamente consolidada fue distinguido con su segundo Premio Nacional. En esta ocasión se lo concedieron a su novela Conocerás el poso de la nada. Era un nuevo reconocimiento a la valía excepcional de este insigne yeclano.