Murcian@s de dinamita
Margarita Muñoz Zielinski, pasión por la danza
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Margarita Muñoz Zielinski. / L.O.
Cruzarse con Marga por Murcia, significa detenerse un par de horas para debatir sobre la vida. Marga es una joven animosa y entusiasta, independientemente de los años que tenga. Cuando su DNI llegue a los 80, catalogándola como octogenaria, nosotros sabremos que no ha dejado de ser una veinteañera llena de ilusiones, trabajos y proyectos. Le gusta contar sus cosas a los amigos y escucharlos, intercambiar momentos de convivencia y ponerlos al día de iniciativas en las que, a apoco que te descuides, te involucra.
Titulada en danza con notas de vértigo, por sus manos –o frente a sus pies– han desfilado centenares de murcianos pirrados por esta disciplina por la que siempre ha estado entusiasmada, y cuyo entusiasmo ha sabido inocular en centenares de alumnos a lo largo de muchas décadas.
Este cronista ha tenido ocasión de departir con muchos exalumnos suyos, y todos expresan una opinión unánime: es imposible no aprender e interesarse por la danza estando con ella.
Al poco de llegar a Murcia, convertida en una zangolotina, ya comenzó a asistir a una Academia de danza en la que Marga iba descubriendo un mundo que la entusiasmaba.
Sin embargo, fue en la Ópera de París, asistiendo con su madre y su hermana María Teresa, dónde quedó transida ante la belleza de este arte. Fue durante la representación de Romeo y Julieta, en un palco de bolsa, dentro del mismísimo escenario y donde casi se sintió participar en la obra. Ya no habría vuelta atrás. La danza –decidió– sería su vida. Y lo fue.
Nunca la dejó y –estoy seguro– de que morirá dentro de muchísimos años con las zapatillas puestas y sus sentimientos inalterados sobre este arte.
Profesora en su academia o en el Conservatorio, realizadora de coreografías, crítica de danza, creadora e impulsora de revistas especializadas.
Cuando era aún más joven, y recorría Europa, intentaba traer a Murcia las buenas ideas que vislumbraba en las grandes capitales. Algo que había hecho otra Marga, su madre, en los sesenta, copiando –mejorados– en la Facultad de Filosofía y letras de la Universidad de Murcia los modernos laboratorios de idiomas de la Universidad de la Sorbona de París.
Debe ser algo del espíritu emprendedor de los de las margas. O de las Zielinski. El caso es que la Marga que nos ocupa ha vivido siempre la pasión por la danza y ha logrado captar para su causa una porción nada desdeñable de devotos, porque, como ella me ha comentado en alguna ocasión «cuando te entusiasma una cosa, quieres que le guste a los demás».
Y ahora que lo pienso, en esta labor de apostolado seglar por esta disciplina, ha llegado hasta a mí, cuando, medio siglo después de aquella visita a la Ópera de París, fuimos juntos a ver una obra que me entusiasmó en el mismo marco sin par. Y aún unos años después me pidió que presentara un libro suyo junto a la también profesora Georgina Cayuela. Recuerdo que mi primera frase –que, indefectiblemente será la última en este escrito– fue: «Marga Muñoz Zielinski siente la danza y sabe hacerla sentir a los demás».
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