Murcian@s de dinamita

Isidoro Valcárcel, el artista irreductible

Isidoro Valcárcel.

Isidoro Valcárcel. / Ana Martín

Pascual Vera

Pascual Vera

Aeste cronista le gusta imaginarse la cara que pondrían en el Centro de Arte Reina Sofía cuando, tras pedirle a Isidoro Valcárcel, nacido en el murcianísimo barrio del Carmen, un presupuesto para exponer alguna de sus originales instalaciones, éste pasó una partida tan lacónica y esmirriada que decidieron no aceptarla por considerarla descabellada. La cifra apenas ascendía a 1.000 pesetas de entonces y encontraron la idea un tanto arriesgada.

«Pero, ¿cuánto vale un lápiz y unos trozos de papel?», me comentó un día sobre el particular.

Isidoro Valcárcel sabe que la valoración del arte no se puede basar en lo exclusivamente comercial, y él ha llevado esta idea a sus últimas consecuencias, hasta el punto de que alguien lo ha calificado como el artista que nunca vendió una obra, algo que no es cierto del todo, pero casi.

Por eso, cuando en 2015 se le distinguió con el premio Velázquez de Artes Plásticas (equivalente en el arte al Cervantes de la Letras), el jurado puso de relieve que el murciano había sido premiado «por la coherencia y rigor de su trabajo desarrollado durante cuatro décadas y por su actitud comprometida y ajena a la dinámica del mercado del arte».

Valcárcel es, sin duda, un autor a contracorriente y ferozmente independiente, algo que, lejos de atenuarse, se ha visto agudizado con el discurrir del tiempo.

En una conversación, Isidoro, nuestro Isidoro, me comentó que el arte es la expresión más auténtica del pensamiento. Cargado con este convencimiento como único equipaje, un joven Isidoro que no había cumplido los 20 años salió de Murcia con la intención de satisfacer sus inquietudes artísticas. Corría el año 1956, y desde entonces, Valcárcel ha sido fiel a su idea primigenia: nunca ha creado para vender. Hoy podemos afirmar que Isidoro nunca ha hecho otra cosa que crear lo que se le ha antojado en cada momento, sin someterse a la dictadura del mercado.

Hoy, este creador, que alguien ha definido como el artista del ‘No’ por su capacidad irreductible y por hacer en todo momento lo que se le ha antojado, ha sido siempre fiel a su idea y a su intención de hacer pensar al espectador incluso en la paradoja, como cuando realizó aquel libro en 9 tomos y 54 idiomas que expuso un día y que tituló El libro que no enseñaba nada.

Hoy, este murciano de pro aún recuerda lo que le decía su madre cuando atravesaba el Puente Nuevo desde su calle Ricardo Gil del barrio del Carmen: «Echa por la sombra», Tan sólo la Convalecencia, todavía no convertida en Rectorado de la Universidad de Murcia, le podía proteger de aquel sol inclemente y pre cambio climático.