Murcian@s de dinamita

Javier Puebla, nacido para escribir

Javier Puebla.

Javier Puebla. / Ana Martín

Pascual Vera

Pascual Vera

Javier Puebla es un hombre curtido en todos los géneros y ámbitos relacionados con la literatura. El periodista Ángel Montiel difundió un apelativo suyo: ‘El señor de la noche’, pero nada más lejos que el mundo de la farándula y la fiesta para este enamorado de las letras, de labor sistemática y concienzuda, capaz de abordar una y otra vez sus escritos con meticulosa tenacidad hasta dejarlos pulidos, listos para el veredicto del lector. Es ésta, probablemente, la fase que más le sigue emocionando del proceso de escritura: la cita con el anónimo receptor.

Desde muy niño, Javier Puebla tuvo la certeza de que su vida transcurriría en torno a la literatura. Probablemente desde que, con sólo cinco años, llegaba el primero al colegio para poder escribir, con trazo aun inseguro, las aventuras de un personaje salido de su imaginación que, junto con sus amigos –un canguro boxeador y un conejo parlante–, protegía a sus padres de unos seres malvados.

Hoy, tras multitud de lecturas acumuladas, después de dejar jirones de su piel en miles de páginas, a Javier Puebla sigue arrebatándole con la misma intensidad, con idéntica emoción, plasmar vidas y sentimientos en la hoja en blanco.

El ser reconocido como finalista del premio Nadal 2004, el galardón literario de mayor tradición en España, le sirvió para ser por fin conocido en todo el ámbito español. Pero durante medio siglo, Puebla ha dejado la impronta de su amor por las letras y de su imaginación en diarios y revistas, a través de numerosos artículos, ensayos, microrrelatos y novelas.

Escritor, director de cine, fotógrafo, guionista, periodista, profesor de microrrelatos –ha ofrecido varios cursos, y garantiza éxito en la tarea de escribir cuentos a todos cuantos sigan las pautas que él imparte–, inventor… Javier Puebla es un cerebro en estado de permanente ebullición. Recuerdo que, cuando le vi, me ofreció una de sus últimas propuestas: una jaula-tarjetero realizada de modo artesanal que permitía contemplar un centenar de sus microrrelatos preferidos y disfrutar con su presencia. La pasión por escribir es una vocación que ha mantenido contra viento y marea, prefiriéndola por encima de excelentes trabajos como agregado comercial o diplomático. Él suele recurrir a una metáfora para explicar eso: «Pensemos –dice– en una manguera curvada con forma de sonrisa. Si la ponemos en un molde donde encaje perfectamente, la manguera estará perfecta, relajada. Pero si la ponemos en una superficie plana, la manguera no está del todo cómoda, aunque se trate de césped, con vaquitas alrededor y con un paisaje bucólico. Escribiendo me encuentro cómodo, como en casa. Disfruto. Tengo la sensación de que hago bien. En otros trabajos tengo que esforzarme muchísimo, y el precio que pago en ansiedad es muy alto».

El origen de Sonríe Delgado, la novela que le valió ser finalista del premio Nadal en 2004, fue pura inspiración. La obra se germinó en Murcia, en la pizzería don Camilo. Pidió algo de comer y tardaron 2 horas en traerlo, pero no se dio cuenta porque se había puesto a escribir de manera febril, así nacieron las 20 primeras páginas de la novela. Nunca pudo cambiarlas. Él asegura que fue un trabajo de las musas.