Murcian@s de dinamita

Silvia Viñao, la artista eterna

Silvia Viñao. Rafael Hortal

Silvia Viñao. Rafael Hortal / Por PASCUAL VERA

Pascual Vera

Pascual Vera

Si alguien hubiera observado a Silvia Viñao durante alguna Navidad de su periodo escolar, habría pensado enseguida que a aquella niña pizpireta e inquieta, de pelo negro azabache, no le quedaba otra que ser artista. Ya a una muy tierna edad ella se encargaba de montar primorosamente el Belén en su colegio y de cuidar su apariencia hasta el más mínimo detalle, sin dejar nada al azar. Y dibujar –«desde que alcanzo a recordar siempre he dibujado»–. Por eso, cuando cumplió 10 años, ya poseía su propio caballete y su maletín de óleos, a los que aquella pequeña Silvia daba uso constante.

A los 14 años entró en la Escuela de Artes y Oficios, allí aprendió el dibujo más académico, ejercido del natural, matriculándose después en Bellas Artes en la Universidad de Granada, donde continuó dibujando, soltando el trazo y afianzando el cuadro.

En Granada tuvo dos encuentros fundamentales en su vida que nunca le han abandonado: con la naturaleza, esa naturaleza salvaje, primaria y prístina de Granada, y con esa afición –que ya se había convertido en irreprimible– por captarla en papeles y lienzos. Desde entonces ha pasado mucho tiempo, décadas, y Silvia sigue dibujando y pintando. Ella no sabe por qué, pero continúa haciéndolo en una pasión que ha quedado para siempre unida a su vida.

A Silvia le gusta perderse por la naturaleza, observarla y aprehenderla en bocetos que se transforman en rutilantes cuadros, como antes le gustaba perderse por el Sacromonte granadino observando la naturaleza, adentrarse mentalmente en el paisaje oriental que tanto le atrae y que llegó a convertirse en tema de su tesis doctoral, ejerciendo una influencia poderosa en su obra.

Y las texturas, esa sensación táctil, siempre buscando transmitir la expresión a través de los materiales, que parecen cobrar vida propia en sus cuadros. A Silvia Viñao le gusta investigar, adentrarse y conocer la materia, explorar sus posibilidades, sacar el máximo partido en esa relación. La creatividad de Silvia se exacerba y alcanza grados enormes en la categoría Richter de la pasión artística en cada encuentro con una nueva textura o ante el olor de una pintura. También en el encuentro con un ovillo de lana, un nuevo material que descubrió hace un tiempo y al que se ha entregado plenamente. Por eso, afirma, le gusta trabajar el mundo real con sus propias manos, manos de artista que se adentra, indefectiblemente, en ella misma y en la tierra.

Silvia Viñao experimenta, crea (hoy mis manos son rápidas, pero mi cabeza lo es más, asegura), ilustra libros y organiza exposiciones con su obra, integrada telúricamente en un mundo que ella reclama y anhela: más silencio, ecológico y respetuoso con el planeta que habitamos, y por ende con sus gentes.