Murcian@s de dinamita

Margarita Lozano, una actriz como un torrente

La actriz Margarita Lozano.  | L..O.

La actriz Margarita Lozano. | L..O. / Por PASCUAL VERA

Pascual Vera

Pascual Vera

Hace unos años, cuando mantuve con Margarita Lozano una extensa conversación con motivo de su doctorado Honoris Causa por la Universidad de Murcia, dije que si aquella entrevista hubiese sido un sello, habría sido el de un centavo magenta de la Guayana británica: único en el planeta. Tal era la proverbial aversión de Margarita Lozano a las entrevistas, de las que huyó desde tiempo inmemorial.

En 1958, contando sólo con 19 años, Margarita Lozano dejaba la ciudad de Lorca para encaminarse hacia Madrid, una ciudad que vería regresar victoriosos a Bahamontes directamente desde París con nuestro primer Tour, y al Real Madrid desde Alemania, trayendo su cuarta copa de Europa. Un año en el que Vicente Parra y Paquita Rico hacían llorar a media España con el filme ¿Dónde vas, Alfonso XII? y Severo Ochoa conseguía el premio Nóbel de Medicina.

Margarita Lozano fue siempre una suerte de Guadiana cinematográfico y teatral, una fuerza interpretativa de la naturaleza capaz de conmover hasta los cimientos a los espectadores a través de los personajes que encarnaba, que desaparecía cada cierto tiempo.

Felizmente descubierta por Miguel Narros para la interpretación en la segunda mitad de los años cincuenta, alternó sus trabajos en teatro –obras clásicas en su mayoría– con actuaciones en el cine a las órdenes de directores como Fernández Ardavín o Luis Lucia. Pero fue Viridiana de Luis Buñuel, ganadora de la palma de oro en Cannes en 1961, con aquella elocuente partida a tres entre Paco Rabal y Silvia Pinal, que la censura de la época –tan pacata como torpe– no supo ver en su auténtico significado, la película que la encumbró.

Tabajó a las órdenes de directores como Dino Risi o Pasolini. Y cómo no, junto a Clint Eastwood en Por un puñado de Dólares, de Sergio Leone.

Los años setenta marcaron para Margarita un retiro de los platós y los escenarios, dedicándose por entero a su familia, con la que marchará a África. Hasta 1982 no regresa la gran dama de la escena. Y lo hace nada menos que a las órdenes de los hermanos Taviani, que la convierten en protagonista de La noche de San Lorenzo y con quienes trabaja en las dos décadas siguientes hasta en cinco películas. Desde entonces, la actriz alterna sus trabajos en Italia y España, frecuentando cada vez más nuestro país y la región que le vio nacer, hasta establecerse definitivamente en Murcia cuando quedó sin su compañero de vida.

Margarita no sólo era una buena conversadora –«No hablo mucho últimamente, pero con vosotros, se me ha despertado la gana de hacerlo», nos comentaba sonriendo–, le gustaba interactuar con sus interlocutores, enseñar viejos papeles, recuerdos…

Margarita, se confesó siempre una enamorada incondicional del teatro, del arte, la música y la cultura en general. Gracias a sus interpretaciones, hizo vivir en el escenario y en la pantalla muchas vidas a muchos personajes, a los que confirió ese hálito que sólo los grandes actores son capaces de insuflar en sus personajes.

Cuando los recuerdos se le amontonaban en las entrañas, Margarita, se defendía saliendo a su paso con alguna anécdota. Y en los momentos finales de nuestra vieja conversación, ofreció al cronista una conocida aria de un tenor ruso que le servía de defensa contra temores nocturnos cuando estos acudían.