Viajes a ninguna parte

Princesas frente a moteros salvajes

A lo largo de la historia del cine, todo tipo de personajes han recorrido la telaraña de asfalto del mapa americano a lomos de una motocicleta, desde chicos malos hasta cíborgs

La gran evasión (John Sturges, 1963).

La gran evasión (John Sturges, 1963).

Descubrí que el cine era pura magia en el salón de casa viendo La gran evasión a una edad muy temprana. Debió suceder una de esas tardes interminables de invierno en la que mis padres nos tenían bajo arresto domiciliario. No fue la primera película adulta en caer en mis manos, pero sí la primera que seguí sin bajar la guardia ni un segundo pese a sus casi tres horas, anuncios aparte. Toda la historia aquella de la construcción del túnel para escapar del campo de concentración, ese derroche de inteligencia y de ingeniería de alta precisión a un solo peldaño del infierno, me atrapó desde que comenzó a sonar su música militar a golpe de silbidos.

Vacaciones en Roma (William Wyler, 1953)

Vacaciones en Roma (William Wyler, 1953)

Dentro de aquel elenco de pobres diablos, destacaba el personaje rebelde de Steve McQueen, condenado de por vida a lanzar su pelota de beisbol sobre el muro de cemento armado de la ‘nevera’. Una vez fuera de los límites de prisión, el destino le otorgaba a McQueen la manera más espectacular de burlar al enemigo. Haciéndose pasar por soldado nazi, conducía una de esas elegantes Triumph, las motocicletas en las que la Wehrmacht peinaba Europa de punta a punta. Observarlo sobrevolando las alambradas para entrar en Suiza era (y puede que lo siga siendo) la escena más vibrante que se había puesto frente a mis ojos. Esa tarde comenzó mi locura por las películas a tiempo completo y nació en mí una admiración no declarada por esas máquinas de dos ruedas.

El siguiente modelo en el que posé la mirada fue la Harley Davidson de Terminator 2. Para un chico de principios de los 90, ver en pantalla grande a aquellas criaturas del futuro haciéndose la guerra por las calles de Los Ángeles era una señal inequívoca de que estábamos ante las puertas de la edad adulta. James Cameron no pudo crear un arranque más impactante. Si recuerdan, había una especie de tormenta eléctrica entre dos camiones. De ese cruce de rayos surgía Arnold Schwarzenegger como Dios lo trajo al mundo y entraba en un bar repleto de tipos duros colmados de cerveza en busca de algo de ropa y de un medio de transporte a su medida. En la siguiente escena, mientras sonaban las guitarras de Bad to the Bone, nuestro héroe cibernético se lanzaba a la noche californiana con chupa de cuero y gafas de sol cabalgando en su recientemente adquirida Harley Davidson.

El sonido atronador de la moto de Schwarzenegger me acompañó durante los años que pasé en Estados Unidos. Vivíamos a los pies de una carretera interestatal y los fines de semana se llenaba de moteros hambrientos de asfalto. Dentro de esa larga colección de Harleys, de vez en cuando, parado en el semáforo de casa, se podía contemplar una de esas piezas de museo de manillar alargado y asiento con respaldo como si se tratase del sofá de una sala de estar. Yo pensaba inmediatamente en Peter Fonda y la American Captain con el tanque de gasolina diseñado con los colores nacionales con la que se movía en Easy Rider. Pese a aquellas ensoñaciones, tengo que reconocer que nunca me ha terminado de convencer la película. Creo que la idea inicial de Dennis Hopper se desvanece en el momento en el que sus personajes empiezan a experimentar con las drogas. En cualquier caso, pocas veces el cine ha transmitido una sensación de libertad tan apabullante como cuando esos chicos conducen bajo los acordes de Born to Be Wild. A mí, al menos, me dan ganas de dejarlo todo por unas cuantas de esas rectas interminables que componen el mapa norteamericano.

Woody Allen

Woody Allen / Terminator 2 (James Cameron, 1991)

A lomos de otra mítica moto también apareció Marlon Brando en Salvaje. Nadie mejor en Hollywood para convertir un objeto de dos ruedas en icono inmortal. En la obra de Laszlo Benedek se presentaba como líder de una banda de moteros que recorría el interior de Estados Unidos sembrando el caos a su paso hasta que se enamora de una buena chica y todo cambia radicalmente. Seguro que no se trata de uno de los primeros títulos que le vienen a la cabeza si hablamos de la filmografía de Brando, pero dejó en el imaginario popular a un joven abrazado a su radiante Truimph con camiseta y chupa de cuero e hizo más grande si cabe su leyenda de chico indomable. Hace unos meses vi esa misma chaqueta en una exposición organizada por Jean Paul Gaultier en el Caixa Forum de Sevilla y fue como estar frente a un mito viviente. Las cremalleras, el cuero y las motos cruzaron sus caminos en Salvaje y, desde entonces, siguen devorando kilómetros de metraje a ojos de unos cuantos nostálgicos.

Aunque, si pienso en el mundo de las motocicletas, sin menospreciar a ninguno de los personajes mencionados arriba, mis ínsulas cinematográficas me mandan directamente hasta Roma y a aquel encuentro de fantasía que tuvo lugar entre la princesa Anna y Joe Bradley, ese corresponsal sediento de exclusivas con las que poder llenar las páginas de su periódico norteamericano. Como sabrán, aquellas vacaciones reúnen una buena colección de momentos que han pasado a la historia de esta disciplina artística. Cada vez me inclino más por la secuencia en la que ambos atraviesan el centro de la ciudad en vespa y todo comienza a saltar por los aires. Es espontánea y tremendamente divertida, y es imposible no querer compartir asiento con Audrey Hepburn y creerse, aunque sea por unos pocos segundos, en el cielo del imperio romano.

El mundo es una buena telaraña de carreteras entrelazadas. Depende de ustedes decidir si desean atravesarlo con un grupo de moteros descerebrados o en compañía de una princesa.

Moteros imprescindibles

John Rambo en Acorralado (Ted Kotcheff, 1982). La guerra de Vietnam se llevó por delante todo lo que tenía John Rambo en el mundo. No hay espacio para él en su vuelta a la civilización. El sheriff de un condado se ha empeñado en hacerle la vida imposible, pero Rambo es un hombre entrenado en el infierno. En el momento en el que una moto se pone en sus manos comienza el verdadero espectáculo.

Billy y Wait, alias Capitán América, en Easy Rider (Dennis Hopper, 1969). Si les apasionan las motos, si siguen soñando como sueñan los niños, no se olviden de viajar con este par de pirados. Tienen ante sí el mapa de Estados Unidos abierto como un atlas, y alguna que otra sorpresa que seguro no lamentarán. Está en juego su destino.

Dr. Jones en Indiana Jones y la última cruzada (Steven Spielberg, 1989). El honorable Dr. Jones es un experimentado motero. Sin embargo, en esta ocasión, viaja con su padre. De alguna manera se hace con un sidecar y todo un ejército de soldados nazis le pisan los talones. Si creen haberlo visto todo en cuestiones motociclísticas, no renuncien a estos fuegos artificiales.