Viajes a ninguna parte

Cronología de una bicicleta

Además de ostentar la categoría de mejor vehículo veraniego, las bicicletas también se han ganado un lugar propio en la gran pantalla. Vía de escape de jóvenes y seres de otros mundos, sus ruedas giran como la cinta en un proyector.

Ladrón de bicicletas (Vittorio de Sica, 1948)

Ladrón de bicicletas (Vittorio de Sica, 1948)

Primavera de 1899, en algún rincón de Wyoming. Butch Cassidy y Sundance Kid son dos atracadores de largo recorrido. Todo el Estado anda tras sus huellas. Atrás quedan asaltos a bancos y trenes, huidas a caballo por ríos y montañas rocosas. Sus vidas frenéticas solamente encuentran algo de sosiego en casa de Etta, la novia de Sundance. Una de esas mañanas luminosas en la que los dos bandidos miran al futuro y divisan una escapada hacia Bolivia, surge Butch en bicicleta y comienza a dar vueltas por los alrededores con una alegría desconocida, una especie de euforia controlada, como si viajase por las nubes y no le hiciesen falta los pedales.

Verano de 1936, Madrid. España está a punto de saltar por los aires. Luisito es ajeno a todo esto y ocupa su mente fantaseando con películas, partidos de fútbol y los brazos de Charito. Cuando se cruza en su camino, el tiempo se detiene y se imagina la vida como un paseo en bicicleta por los laberintos del Retiro. Su padre le ha prometido una de esas bicicletas si aprueba física, pero Luisito sabe que todas esas palabras se las llevará el viento. La radio anuncia el comienzo inminente de una guerra y los veranos de ese pobre chico se esfuman junto a Charito con la cadencia de unas tristes pedaleadas, tal vez las últimas de esos años felices.

Otoño de 1948, Roma. Antonio Ricci camina desesperado con su hijo por los alrededores del estadio de fútbol. Le han robado la bicicleta y eso, en esta Italia hambrienta, significa que se ha quedado sin trabajo. Llegado a un punto descubre un centenar de bicicletas al otro lado de la calle. La solución pasa, quién lo diría tratándose de un hombre honrado, por el ojo por ojo. Antes de cometer el pecado, manda a su pequeño a casa en tranvía. No sería un buen ejemplo para el chico. Tras una batalla mental termina decidiéndose por una y se lanza a por ella. Dios sabe que pedalea con todas sus fuerzas, que ha puesto su alma ciclista al completo en el saqueo, pero este es un oficio que requiere de una templanza a prueba de bombas y no hay lugar para la duda. Los aficionados al fútbol, el estadio entero, lo descubren en el lugar del crimen y comienzan a lincharlo. Lo peor parte se la lleva su hijo. Nunca cogió ese tranvía y ha sido testigo de la escena.

Invierno de 1955, afueras de Madrid. María José y Juan regresan en coche a la ciudad. Llevan un tiempo atrapados en una historia de amor prohibida. La niebla esa mañana se ha abrazado con fuerza a la carretera. De pronto, en ese trayecto tantas veces cubierto, un ciclista se cruza y es arrollado. Los amantes se bajan del automóvil y acuden a socorrer al hombre que yace junto al asfalto. Aún respira. Tal vez, si se apuran, podrían salvar su vida. Pero por encima de ese tipo anónimo está su secreto mortal. No necesitan decirse nada. Se miran y regresan al coche. Para cuando se pierden en la carretera, la rueda trasera de la bicicleta completa sus últimas vueltas.

Alfred Hitchcock

Alfred Hitchcock

Primavera de 1960, Greenbow (Alabama). Forrest Gump puede parecer tonto, o algo parecido, pero ese chico con aparatos en las piernas ha nacido para cambiar el rumbo de la historia. Su madre regenta un hotel en su propia casa y por sus habitaciones ha pasado un extenso muestrario de personajes incapaces de resistirse a la compañía del chico. Sus biógrafos creen que hasta el mismísimo Elvis Presley pudo ser uno de aquellos inquilinos, y que sería el propio Forrest el que le habría enseñado ese golpe de caderas que hizo enloquecer a media humanidad. Fuera del abrazo de su madre, la vida no es del todo fácil. Desde que se subió al autobús del colegio aquella primera mañana con la señora Dorothy Harris al volante, todos se burlan de él. Todos, a excepción de Jenny, un ángel del cielo que le ofrece su compañía y su total protección. Un día, de vuelta a casa, unos chicos en bicicleta le persiguen. En ese momento, Forrest comienza a correr hasta romper los aparatos. A las bicicletas solo les resta rendirse y perderse en la nube de polvo de esa especie de relámpago humano.

Invierno de 1980, Colorado. El pequeño Danny está pasando una temporada con su familia en un hotel de montaña. Son los únicos habitantes del lugar. Su papá es escritor y a cambio de habitar el edificio tiene todo el tiempo del mundo para su siguiente novela, un chollo que le ha conseguido la editorial. El lugar ha sido sepultado por una gran nevada y están incomunicados. Sin embargo, el pequeño Danny tiene todo cuanto necesita. Le gusta andar de una habitación a otra, y pedalear por los pasillos con su triciclo, pero algo extraño comienza a suceder. Es como si el hotel hubiese cobrado vida y el pequeño Danny parece que no está tan solo como pensaba.

Otoño de 1982, en algún lugar de California. Una unidad especial del gobierno de Estados Unidos persigue a unos críos por los bosques del condado del Norte. Los chicos huyen en bicicleta con una precisión nunca vista: suben por terraplenes, se anticipan en los cruces y, si es necesario, se dividen como lo haría un grupo militar en pleno combate. Pero no tardan en llegar los problemas y los federales terminan por bloquearles la salida. Entonces sucede un milagro. Las bicicletas comienzan a volar por el cielo californiano con un sol gigantesco a punto de esconderse en el horizonte y consiguen burlar al enemigo. Allá arriba se recorta la silueta de un ser de otro mundo y mira el universo como quien mira a casa.