El efecto Matilda

Jeanne Modigliani

Durante años le fue ocultada su verdadera identidad, pero cuando descubrió que era la hija de Modigliani convirtió su vida en una especie de reivindicación continua de su propia persona y, por supuesto, de la memoria de su padre

Autorretrato (1916), de Jeanne Hébuterne; a la derecha, un bodegón de Jeanne Modigliani

Autorretrato (1916), de Jeanne Hébuterne; a la derecha, un bodegón de Jeanne Modigliani

Eva Hernández

En ocasiones me han preguntado cómo se me ocurre escribir sobre esta o aquella artista y siempre respondo lo mismo, aunque tengo una larga lista preparada y previamente organizada nunca consigo seguir ese orden marcado. No sé muy bien cómo explicarlo, es como si ellas me buscaran, sé que suena raro pero es totalmente cierto, de algún modo me encuentran, surgen de repente desde el más inesperado momento. Hace ya unos meses que tenía en mente hablar sobre Jeanne Modigliani –para los que estéis pensando en Amedeo Modigliani no vais desencaminados, pues se trata de su hija–, su nombre estaba ahí, parado, en ese lugar de cosas pendientes que nunca encuentran el momento de salir. Hoy, sin saber por qué, ha surgido sin más, no deja de sorprenderme que el día de su fallecimiento fuera justamente un 28 de julio de 1984, si a esto sumamos que nació, igual que yo, un 29 de noviembre, las señales parecen obvias y pienso que su historia debe ser contada.

Aunque hoy es uno de los artistas más cotizados del mercado, la vida de Modigliani siempre estuvo deambulando entre la pobreza y la indigencia, como le ocurrió a tantos otros artistas de su generación, que estaban más preocupados por su arte que por comer. Pintura, tertulias, bebida y mujeres formaban el día a día de este artista hasta que conoció a una jovencísima Jeanne Hébuterne, quien vino a sumarse a esa peligrosa ecuación. Su familia, de fuertes convicciones católicas, nunca aprobó aquella relación con un tipo alcohólico, mucho mayor que ella, y además judío, pero la joven artista se dejó deslumbrar por la figura del pintor y decidió seguirle en esa maltrecha vida de carencias y necesidad; para una chica de 16 años el primer amor es más poderoso que todo el dinero del mundo.

Su vida era un ir y venir, cambiaban frecuentemente de domicilio y conseguían subsistir gracias a la ayuda económica del marchante Léopold Zborowski.

Debido a su educación cristiana, para Jeanne era fundamental estar casada, así que cuando dio a luz a su primera hija aquella promesa de matrimonio resonó con más fuerza en la pareja, aunque Amedeo nunca llegó a formalizar su relación, por este motivo tuvo que inscribir a su pequeña como Giovanna Hébuterne. La recién nacida requería de los cuidados lógicos de cualquier bebé, lo que impedía a Jeanne acompañar al pintor a cafés y reuniones como antes solía hacer, así que la sombra de los celos y las infidelidades comenzaron a surgir en la pareja. Llegó un punto en el que la situación era casi insostenible, sin dinero, él enfermo de tuberculosis y alcoholizado, y ella nuevamente embarazada y sumida en una gran depresión. En 1920 el desenlace fue terrible: Amedeo murió de enfermedad y dos días más tarde Jeanne, desolada, decidía quitarse la vida al arrojarse por una ventana, estaba embarazada de nueve meses.

Ese trágico instante fue el que marcó el resto de la vida de la pequeña Giovanna. Con tan sólo catorce meses quedó sola en el mundo, pasó a un hogar de acogida hasta que su tío la llevó a Livorno, lugar de nacimiento de su progenitor, para ser primero cuidada por su abuela y después adoptada legalmente por su tía Margherita Modigliani, dándole así el apellido familiar. En 1923 le fue reconocida a Jeanne la legitimidad sobre el legado de su padre gracias a un documento firmado por este en 1909 en el que expresaba la intención de casarse con su madre; como heredera, obtendría una quinta parte de todas las ganancias derivadas de la venta de sus pinturas.

Se licenció en Historia del Arte por la Universidad de Florencia, pero con la llegada al poder de Mussolini la persecución de los fascistas se hizo cada vez más peligrosa y en 1926 obligó a casi toda su familia a exiliarse a París, ya que estaban identificados como judíos. Es en la década de los años treinta cuando Jeanne conoce por primera vez la verdadera historia de sus padres –creció sin saber quiénes eran en un intento de sus tutores de protegerla–, su tía la lleva a Venecia a ver una exposición de Modigliani y le cuenta toda la verdad.

Cuando las tropas nazis entraron en Francia se unió a la resistencia francesa, los maquis rurales, y fue encarcelada por motivos políticos en 1943, pero gracias a unos documentos falsos pudo ser liberada. Es en esos años de lucha cuando conoce a Valdemar Nechtschein, con el que tuvo dos hijas, Anne y Laure, una relación que duraría más de treinta años.

Al terminar la guerra decide centrarse en la figura de su padre y comienza una particular batalla en busca de su verdadera historia. Convirtió su vida en una especie de reivindicación continua de su propia identidad y de la memoria de Modigliani, era casi una obsesión para Jeanne despejar todas aquellas historias sobre el mal carácter del pintor, su afición a la absenta, y esa fama de mala persona que en general tenía, una reputación que no hacía sino enturbiar su prestigio como artista. Como historiadora del arte escribió su biografía, Modigliani, el hombre y el mito, pero no es hasta 1981 que Jeanne consigue el reconocimiento oficial para su padre con la organización de la mayor exposición dedicada al gran artista en París formada por más de 250 obras; aquella exposición fue determinante en la revalorización de su obra.

Como sus padres, no solo tuvo una gran pasión por la pintura, sino también cualidades para ello, y en los años sesenta hace sus primeras incursiones pictóricas. Aunque en algunos momentos coqueteó con la figuración, la mayor parte de su producción se engloba en un expresionismo abstracto, el lenguaje de los sentimientos y las emociones, de la pura expresión de la materia.

Os voy a contar un pequeño secreto, la primera vez que oí hablar de Jeanne Modigliani fue en una subasta, por alguna razón un bodegón de colores azules llamó mi atención, cuando leí quién era su autora lo tuve claro, y desde aquel momento forma parte de mi colección. Cada vez que lo miro no puedo evitar pensar en la vida de madre e hija, ambas marcadas por el mismo hombre, aunque de diferente manera. Esos tonos azules son los mismos que su madre usó en algunos de sus retratos, me gusta pensar que aunque no tuvieron la oportunidad de vivir una vida en común, el arte de algún modo las unió. Es imposible no reconocer a Jeanne Hébuterne en los cuadros de Modigliani, todos saben quién fue la musa y la amante, su trágica historia de amor, pero pocos conocen que ella también pintaba, nadie habla de su talento, murió muy joven, con tan sólo 21 años, y apenas quedan una veintena de sus obras, del mismo modo que casi nadie sabe que su única hija Givoanna, Jeanne en francés, también pintó.

A la izquierda, Autorretrato (1916), de Jeanne Hébuterne; a la derecha, un bodegón de Jeanne Modigliani