Murcian@s de dinamita

Diego Marín, el librero de "mañana lo tienes aquí"

Diego Marín,  el librero de «mañana lo tienes aquí»

Diego Marín, el librero de «mañana lo tienes aquí» / Por PASCUAL VERA

Por PASCUAL VERA

Apesar de haber estado toda su vida parapetado entre libros, pocas figuras hay más reconocibles en Murcia que la de Diego Marín, dueño de las tres librerías más cercanas al Campus de la Merced de la Universidad de Murcia y de una cuarta junto al Campus de Espinardo, algunas de ellas desgraciadamente cerradas.

Su rostro de sabio despistado es diariamente desmentido en docenas de ocasiones. En concreto, cada vez que alguien le pregunta en alguna de sus librerías por algún título, por muy raro o especializado que sea. Diego cierra los ojos tras sus gruesas gafas de pasta, o de pronto se hace con algún listado y dice la frase mágica: «Mañana lo tienes aquí». Su figura es conocida por cualquier murciano que haya leído un solo libro en su vida. Desde su adolescencia en la antigua librería Biblión o en la librería de González Palencia hace medio siglo, Diego ha surtido de libros y manuales a universitarios de tres generaciones.

Diego asesora con su palabra docta e informada y hasta puede convertirse en oráculo para cualquiera que esté esperando algún título difícil o un tema novedoso.

Serían los primeros años 70 cuando lo conocí. Probablemente, 1971. Fue el curso en el que comenzaron a encargarnos la lectura de diversos libros en el instituto. Con el primero de ellos, mi padre me llevó a una librería cercana a la Gran Vía. Se llamaba Biblión, y, en ella, un entonces joven veinteañero, brioso y acelerado, que hablaba, pensaba y actuaba como a cámara rápida, igual que aquellos personajes del viejo cine cómico que se movían con una velocidad mareante por mor de la velocidad de un fotograma más por segundo que requerían aquella viejas máquinas del cine y el contraste con las nuevas. Aquel joven atendía a los clientes dándole todo tipo de datos. Títulos de libros, autores y editoriales salían de su boca como una ametralladora, respondiendo sin atisbo de dudas a cualquier cuestión que se le requiriera.

Yo no sabía entonces que aquel rincón de Murcia se convertiría pronto en uno de mis preferidos: a un lado una librería con todo tipo de libros en su interior, por raro que me pareciera lo que entonces le pedíamos a aquel chico. Aquello era como un remedio de carácter librario de aquel Mercado Negro, frente al Romea, al que acudíamos los niños en busca de algún viejo tebeo de El Capitán Trueno.

Por otro lado, el Coy, que pronto se erigiría en un templo del cine para quien esto suscribe, local de tantos programas dobles matinales y no pocos estrenos con los que disfrutaría lo indecible.

Debo decir que, en el último medio siglo, Diego ha atendido todas mis requisitorias, por raras y originales que hayan sido, y que nunca me ha fallado. Tamaña efectividad me ha llevado a pergeñar una venganza incruenta: pedirle un libro inventado, un ejemplar que no exista ni siquiera en la imaginación del Borges más imaginativo, para comprobar así su reacción. Pero hay una razón que me lo ha impedido: el hecho de que indefectiblemente, estoy seguro, me lo conseguiría. Y me hundiría definitivamente en la miseria libresca e imaginaria.