Murcian@s de dinamita

José Mariano González Vidal, Murcia en el horizonte literario

José Mariano González Vidal, Murcia en el horizonte literario

José Mariano González Vidal, Murcia en el horizonte literario / Por PASCUAL VERA

Pascual Vera

Pascual Vera

Quien esto suscribe ha viajado más de una vez con José Mariano González Vidal en el bolsillo. Y no es que José Mariano, genio, figura y buen escribir, posea un tamaño escaso o breve (más bien al contrario: es largo cual varal), sino que ha viajado en diversas ocasiones con algún libro suyo en el bolsillo. José Mariano –sus escritos, se entiende– tiene la virtud de abstraerme de todo, sea cual sea el lugar en el que abro sus páginas, ya se trate de un puerto pesquero, un aeropuerto en tránsito o una pensión de dudosa reputación en Tijuana, caso de que yo hubiese ido a Tijuana alguna vez en mi dilatada y a menudo delatada vida.

Una de ellas fue en París, cuando, diariamente, exhausto de museos y parajes de cuento, esperaba la parte final del día para hojear y ojear su obra Murcia desde lejos, en cuyas páginas me perdía, hermanándome canallescamente con quienes otrora fueron visitantes esporádicos de la Murcia de otros tiempos que inevitablemente se nos marchó.

Gracias a González Vidal he disfrutado lo indecible de una Murcia añorada y casi ajena por lo distinta. No hay otro escritor que haya sabido sacar a nuestro pasado un sabor tan real, tan presente y tan actual de nuestro paisaje y nuestro paisanaje añejos, de nuestros edificios actuales y los desaparecidos, de nuestras calles, de nuestras plazas y hasta de nuestros balcones. Sabe convencernos siempre para que nos calcemos los zapatos de sus protagonistas y nos marchemos a recorrer junto a ellos todas esas gozosas aventuras (que no son más que evocaciones de otras vidas) que él compone como nadie en las páginas que crea.

Si me paro a pensar en su estilo, José Mariano –invariablemente– se me marcha a componer otra obra. Su estilo es tan inaprehensible –por único e intransferible– que no queda otra que dejarse atrapar y disfrutar con él. Pero si el amable lector me la pide –hagamos como si así fuera, lector cómplice–, intentaré satisfacerlo: en primer lugar la amenidad. Los escritos de González Vidal son invariablemente divertidos. Si os encontráis con algo suyo soporífero, tened la seguridad de que es apócrifo. En segundo lugar son rigurosos, aplicando a cada frase o afirmación una cita que la fortalece y certifica, y a ésta una tercera, y a la tercera una cuarta, componiéndose así cada historia como un abigarrado mosaico de citas, opiniones y pareceres que nos hacen inevitablemente pensar que nuestra educación no ha pasado de primaria, por muchos clásicos y modernos que hayamos leído. Todo ello entronca con una tercera característica: la del escritor cultísimo que, en realidad, es, por cuyas frases, juicios, sentencias, comparaciones y leyendas nos dejamos llevar sabiendo que estamos en las mejores manos.

Nadie como él sabe hablar de la Murcia que se nos fue y lo que la actual debe a aquella, ni de las personas que él conoció por sus calles, o en las aulas de la universidad de Murcia, por donde durante cinco años de los 40 deambuló y estudió, vestido –como mandaban entonces los cánones– con las inevitables chaqueta y corbata, como lo hacía don Pedro de Alcántara y Hernández de Claramonte, autotitulado portero mayor de ministerios civiles según su tarjeta de visita, vestido de uniforme gris, galones dorados y corbata negra, adicto al Machaquito, que daba la hora cada día en el aula con un halo de carajillos y picadura de tabaco negro.

Son muchos –quizás mayoría– los que naciendo en una pequeña ciudad de provincias marchan ulteriormente buscando otros horizontes y dejando desabastecidos los originarios, pero no le ocurrió esto a José Mariano González Vidal, cómo demuestran sus obras Murcia andanza y mudanza y Murcia bus stop, y que porfío con Pregón de ciegos, Murcia Camp, Papeles murcianos…