Murcian@s de dinamita

JAM Albarracín: la leyenda

Cantante, bajista y compositor, los 80 supusieron para él una vorágine de febril actividad

José Ángel Martínez 'JAM' Albarracín

José Ángel Martínez 'JAM' Albarracín / L. O.

pascu

Hace algún tiempo me enteré de que ya era leyenda. Y no me extrañó: se le veía venir, pero no una leyenda dicha u opinada por alguien, no: una leyenda reconocida y autenticada públicamente en un escenario, con autoridades regionales que se rendían a su ídem en el campo de la música regional durante 40 años.

No me extrañó, porque José Ángel ya apuntaba maneras desde que ambos éramos compañeros de colegio y hacíamos salidas frecuentes a los míticos Billares Segura a jugar al billar y al ping pong. Reconozco que no sé quién ganaba a uno u otro juego, pero ninguno de los dos lo hacíamos mal.

Eran salidas iniciáticas en las que, con otros dos o tres compañeros, hablábamos de las cosas más dispares en aquella España predemocrática, que vivía expectante un momento que ella -España- y nosotros, intuíamos, esta vez sí, emocionante y plenamente histórico, algo que nos iba a poner, por fin, en el disparadero de la modernidad, las libertades y -algo que habíamos intuido, pero no disfrutado-: la democracia.

En alguna salida nocturna, mientras nos dábamos un descanso en la preparación de una Selectividad que sería el primero de los pasos a ese futuro que nos caía encima como un ciclón, bromeábamos con los eslóganes políticos de las primeras elecciones, que coincidieron con el temido examen: 15 de junio de 1977. El blanco elegido con más frecuencia eran unos carteles de UCD personalizados en Suárez en las que el expresidente -entonces prepresidente- aseguraba circunspecto algo así como: «Propugno un país libre y democrático», y que quedó para nosotros en una especie de grito de guerra escolar de este tenor: «¡Voy pallá a propugnar!», repetido con la insistencia de un adolescente recién acabado de serlo.

Con su recuerdo, me viene también el de su padre, profesor de ambos entonces, que no supimos entender y probablemente no merecimos ni celebramos lo suficiente, pero me enseñó a pensar y a contar el número de sílabas de un verso para saber su métrica y su clase.

Antes de ser leyenda oficial, JAM fue preparando el camino para serlo en una actividad que sus compañeros de colegio no conocimos en él. La música se fue convirtiendo en la madre que le protegía, en la hermana que le ayudaba a decidir y en la novia que le amaba: «Llegó el punk rock y montó una banda, aunque no sabía tocar ni había cantado nunca, pero ya no había marcha atrás», y se lanzó a imitar a sus amados Lou Reed, Patti Smith, los New York Dolls, aquellos músicos con los que entraba en trance cuando los escuchaba en su habitación.

Cantante, bajista y compositor de altura en grupos como La Guardia Roja y sobre todo Farmacia de Guardia, los 80 supusieron para él una vorágine de febril actividad, llenos de actuaciones en directo, apariciones en medios, fama y popularidad como pocas veces se había visto en nuestra región, mientras sus antiguos compañeros intentábamos acabar la carrera y nos frotábabamos los ojos incrédulos sin dejar de tararear sus canciones: «Ella es demoledora, Cazadora de cuero… hay algo en su forma de andar por las calles de la puta ciudad, voy corriendo hacia ese local, me obsesiona su mirada al pasar porque ella, ella es demoledora». 

Ha pasado toda una era y varios mundos, pero hoy, cuando nos reencontramos en nuestras periódicas comidas, sigo reconociendo en él a aquel joven, -y estoy seguro que a él le pasa igual-, mientras retumba en nuestros cerebros una música que asegura que ella, ella es demoledora…