Murcianos de dinamita

Ángel Martínez Requiel: el fotógrafo de la vida murciana

Ángel Martínez Requiel, quien falleció ayer, es la parte intermedia de la mejor saga de fotoperiodistas regional, y sin duda las más importante de cuántos fotógrafos han trabajado para la Universidad de Murcia en su más que centenaria historia.

Ángel Martínez Requiel

Ángel Martínez Requiel / Marcial Guillén

Pascual Vera

Pascual Vera

Las relaciones profesionales que he tenido siempre con el fotógrafo Ángel Martínez han ido siempre indisolublemente asociadas a mi amistad con él. Su profesionalidad, absolutamente contrastada durante muchos años, venía siempre de la mano de una afabilidad y una entrañable forma de ser que hacía siempre del todo imposible cualquier atisbo de discusión, por mínima que fuese. Estaba acostumbrado a recibir instrucciones y a cumplirlas sin la menor puesta en duda. Y no sólo eso, sino que, a pesar de poseer una sabiduría sobre su trabajo que lo situaban entre los más reputados fotoperiodistas de la Región, admitía todo tipo de sugerencias. Y cumplía invariablemente su cometido superando las expectativas que nos habíamos puesto.

Ángel Martínez Requiel, quien falleció ayer, es la parte intermedia de la mejor saga de fotoperiodistas regional, y sin duda las más importante de cuántos fotógrafos han trabajado para la Universidad de Murcia en su más que centenaria historia. Este cronista ha visto fotos de los años treinta para la UMU de su suegro, Juan López, en un sobre con la minuta de su precio: seis pesetas para un reportaje sobre la inauguración del edificio de la Merced, en plena República, a la que acudieron dos ministros y un batallón del ejército hizo los honores en la puerta.

A López le sucedió en tareas fotográficas para la Universidad de Murcia Ángel Martínez, que fotografió con maestría y precisión obras de arte para ejercer la docencia en el departamento del mismo nombre. Durante dos décadas fue nuestro fotógrafo titular en la revista Campus y en el Gabinete de Prensa, para los que realizaba fotografías de cada acto relevante. Y a finales de la primera década del siglo XXI le sucedió su hijo, Juanchi López, conformando entre los tres un trabajo en la UMU que se ha desarrollado durante ochenta años.

En sus inicios, Ángel se curtió en todas las etapas y procesos por los que puede atravesar un fotógrafo hasta convertirse en un maestro del fotoperiodismo, cuyas fotos eran reclamadas por los medios regionales y nacionales. Comenzó en los cincuneta, en la tienda-laboratorio donde desarrollaba su trabajo Juan López y su hermano Gabriel, en el número 3 de la calle Trapería. En ella, con tan solo 12 años, ejercía labores de ayuda y limpieza, y enseguida, como dependiente. Más tarde pudo pasar ya al laboratorio, ese lugar que él intuía mágico y en el que las imágenes cobraban una rutilancia que al joven Ángel siempre sorprendía, para, finalmente, formar parte de lo más alto de la cadena de la tienda, revelando él solo las imágenes. En la oscuridad de aquel cuarto de luces rojas fue donde el joven Ángel fue aprendiendo el arte de la composición y el encuadre, observando y estudiando las fotografías de su maestro.

Fue el principio para que el joven Ángel comenzara a ejecutar las órdenes de Juan cumpliendo encargo sencillos para la prensa, fundamentalmente Línea y Hoja del Lunes, fotografiando en el hotel Victoria, donde se alojaban, a cantantes, toreros y actores y actrices. Después vendrían otros encargos de mayor enjundia: corridas de toros, encuentros de fútbol, fiestas, reuniones… y esas postales de Escudo de Oro, con las que Murcia mostraba sus mejores encantos a toda España.

Sus cámaras han recogido lo más interesante de la Transición y sus principales protagonistas, convirtiéndose en un privilegiado narrador visual, y también en un fotógrafo social, como muestran muchas de sus fotos, sabiendo recoger con dignidad, precisión, integridad y claridad, como mandan los cánones del fotoperiodismo, el acontecer de nuestra tierra y sus personajes.