Rock Imperium: Cartagena, rock city (Día 3)

Tercera jornada. El Rock Imperium Festival se despidió el domingo por todo lo alto, con el plato fuerte de esta segunda edición: los legendarios Kiss, en su último concierto en nuestro país

El programa nos dejó también la actitud de Skid Row, el virtuosismo de The Winery Dogs y las tablas de los murcianos 91 Suite, que respondieron ante la baja de última hora de Nestor

Gene Simmons, Paul Stanley y Tommy Thayer durante un momento del concierto de Kiss, que no defraudó.

Gene Simmons, Paul Stanley y Tommy Thayer durante un momento del concierto de Kiss, que no defraudó. / Iván J. Urquizar

Es el día. En el calendario, una silueta con forma de estrella rodea el número 25 de junio. El domingo de la mascarada ha llegado al Rock Imperium

Las había de tirantes y de manga corta; negras y blancas; del mercadillo y de la tienda oficial; de siete euros y de cincuenta… Las camisetas de Kiss invadían de manera inaudita el césped ya maltrecho de la cuesta del Batel. Los más valientes retaban al sol abrasador habiéndose pintado al completo el rostro con los colores de los superhéroes del beso americano. Pero el aquelarre final tardaría unas horas en llegar, así que de momento nos fuimos distrayendo con los simpáticos italianos Siska. Hay que decir que ganan en las distancias cortas; su hard rock con tintes alternativos irrumpía con buenos riffs, aunque las canciones se desarmaban cuando iban entrando en ebullición. Sus compatriotas, Frozen Crown, no tienen nada que ver con ellos. Podían haber tocado perfectamente el primer día de festival, rodeados de power metal como el suyo. La voz de Giada Etro se quedaba algo corta y no ayudaron demasiado los teclados y arreglos orquestales pregrabados. Presentaron alguna canción de su reciente trabajo, Call of the North y dijeron arrivederci

Pocas horas antes del inicio de la jornada, se confirmaba la baja en el cartel de los escandinavos Nestor, aduciendo problemas de salud de su cantante, Tobias Gustavsson, aquejado de una sinusitis. Nestor eran una de las atracciones del día, por eso reemplazarlos iba a convertirse en una ardua tarea. La difícil papeleta les fue encargada a los murcianos 91 Suite –era la mejor solución– un grupo cercano, bregado en mil batallas, con una formación en la que los unos conocen a los otros sin necesidad si quiera de mirarse. Los hard melódicos lucharon contra el síndrome de la banda sustituta: «Estos quiénes son y qué hacen aquí». Ellos lo sabían. Pusieron toda la carne en el asador. Fueron parte del cartel de la primera edición del festival e intentaron repetir ese éxito con temazos propios como Wings of time e incluso con la versión del Animal de Def Leppard. Lo hicieron bien, tirando de profesionalidad, aunque lamentablemente el público no terminó de responder. La gente se había tomado un pequeño respiro, buscando el refugio de las zonas sombreadas, hasta que Elegant Weapons saludaron desde el escenario Cartagena. Había interés por observar en vivo las evoluciones de la banda del guitarrista de Judas Priest, bien flanqueado por el poderoso cantante chileno Ronnie Romero. Todos sabíamos que alguien lo iba a hacer en algún momento a lo largo de los tres días de festival. Ronnie fue el culpable de gritar al viento de Cartagena: «¿Cómo están los máquinas?», lo hizo con la potencia vocal con la que acometió temas como Dead man walking o Dirty pig. Si eres el guitarrista de Judas y tienes una banda en la que haces versiones de U.F.O (Lights out) y Black Sabbath (War pigs), sobran más explicaciones, buen concierto de hard & heavy de corte clásico y excelente sección rítmica.

De todos los fans de Kiss que pululaban por el recinto, probablemente Lordi era uno de los más insignes. Resulta que él tiene una banda con su mismo nombre, Lordi, y empezó a hacer música inspirado en el grupo de Nueva York. Monstruos, orcos, zombies… El espectáculo de lo burlesco estaba en marcha. This is heavy metal es su homenaje al heavy de los ochenta, del que Lordi se nutre reconocidamente. Su pesado disfraz de monstruo se lo estaba haciendo pasar muy mal con el sol cayendo de plano, sus rayos no son buenos para las criaturas de ultratumba, por eso cantan Devil is a loser (‘El diablo es un perdedor’) mientras la bestia desplegaba sus alas de pega. Pero en Lordi también hay musicalidad y músicos como demuestran con Scarecrow. ¿He dicho que ganaron Eurovisión en el año 2006? Siempre hay que decirlo. Para despedirse tocaron Hard rock hallelujah con la que vencieron en aquel certamen televisivo. Belcebú en tacones los bendiga. 

Juego de contrastes. Ante la puesta en escena teatralizada de Lordi, la decoración escénica minimalista de The Winery Dogs, a base de los clásicos amplificadores Marshall y demás. Quieren aparentar simplicidad, decir somos tres tíos sencillos que tocamos rock and roll. Pero eso con ellos es imposible, porque son unos músicos asombrosos y no pueden evitar demostrarlo, y ¿qué más da? ¡A su público le encanta! El peso del show lo lleva sobre su voz y guitarra Richie Kotzen, posiblemente el mejor guitarrista de los tres días de festival. Fascinante la manera de tocar sin púa y maravillosa su voz desgarrada. Kotzen es rock, es soul, es blues y es funky, groove al servicio de canciones que son puro derroche como Stars, o como Desire y su desmesurada jam, en la que el extraordinario bajista Billy Sheehan y el influyente batería Mike Portnoy parecen más felices que nunca. No demasiada gente conocía sus canciones, pero dio igual, porque todos nos rendimos ante la evidencia.

Mientras The Winery Dogs andaban enfrascados en su virtuoso concierto camuflado de simpleza, en el escenario aledaño, unos hinchables de unos quince metros de altura representando las figuras de los miembros de Kiss se habían desplegado flanqueando el escenario. Un tupido telón negro con el logotipo del grupo escondía los últimos retoques del montaje. Poco después de la hora prevista sonó por megafonía la sintonía que todos esperaban: «You want the best, you got the best. The hottest band in the world… Kiss!» (‘Tú quieres lo mejor, aquí tienes lo mejor. La banda más caliente del mundo… ¡Kiss!’). El telón cayó. Del cielo del escenario, subidos sobre unas plataformas hexagonales, descendieron los miembros de la banda enmascarada más mítica de la historia, interpretando a todo gas la hímnica Detroit Rock City. No estábamos en Detroit, estábamos en Cartagena, pero ese himno está dedicado a todas las ciudades. La enardecida multitud se volvió loca. Explosiones, fuego y la rompedora versión de la canción causaron el efecto deseado. De cero a cien en solo unos segundos. Esto es el circo, de una sola pista, pero capaz de seducir al más escéptico. El escenario parecía un catálogo de atracciones, había de todo, y todo bueno, todo espectáculo. Con Shout it out loud gritamos muy fuerte, el sonido era claro y potente. Las exhibiciones más obvias cesaron por un instante, pero volverían con la tribal I love it loud en la que Gene Simmons escupió fuego como un dragón; a la salida de Cold gin, Tommy Thayer disparó salvas de honor con el mástil de su guitarra; como mandan los manuales, God of thunder fue la elegida para que Simmons volviera a la carga, vomitando sangre y elevándose en su plataforma para interpretar la canción; el delirio vendría con Love gun, durante la cual Paul Stanley sobrevoló al personal, sostenido por un cable y un estribo que le condujeron hasta una plataforma situada sobre la torre de luces frontal al escenario… Puro espectáculo, pura diversión. El show estaba tocando a su fin. El tiempo había pasado rápidamente, llegaba la hora de los bises. El beso americano se marchaba para volver con el batería Eric Singer cantando al piano Beth, antesala del frenesí con I was made for lovin’ you y Rock and roll all nite, coreadas en masa. Era el momento del adiós. Sin demasiada pantomima, los neoyorkinos salieron de escena con el maquillaje ya deteriorado, subidos en esos tacones imposibles, aún más para alguien de su edad. Pero el espíritu del rock and roll te mantiene vivo por dentro y por fuera, y si esto último no es así, puedes disimularlo con unas cuantas capas de cosméticos faciales y disfraces de fantasía. Espectaculares. Después de esto ya no hay nada.

Afortunadamente Skid Row no pensaron lo mismo. Se dijeron «nosotros no tenemos fuegos artificiales, pero sí actitud a raudales». Tenía mis dudas sobre ellos. No sabía cómo funcionaría su unión con el ex cantante de H.e.a.t, Erik Grönwall. Pero no sé por qué dudé. El cantante sueco es una bestia escénica y Skid Row parece haberse hecho a su medida. Nunca volverán sus inicios con Sebastian Bach, pero Erik mantiene el pulso con actitud y voz en clásicos como Slave to the grind, en temas nuevos como la fantástica Time bomb y en himnos de rebeldía como la final e indispensable Youth gone wild. Millares de personas los vieron, mucha gente aún no se había ido. 

El último día del Rock Imperium siguió los parámetros habituales en el escenario tres (Escenario Festivales Región de Murcia), ese de las felices minorías. Abrieron la jornada los cartageneros Elure, con su rock honesto de filosofía post-grunge. Siguió el encanto de los murcianos Rainover, que arrancaron con su estupendo single Lobo, aullando metal gótico de primera categoría, con la estupenda vocalista Andrea Casanova como guía espiritual. Death and Legacy son aparentemente menos espirituales, o acaso de alma extrema, como su música ultradura y bien ejecutada. Los vascos Rise to fall se despacharon con su clase metalera, treinta minutos de férrea lírica y estupendas melodías demolidas a guitarrazos.

Han sido tres días intensos para un Rock Imperium que de nuevo ha salido vencedor, tan solo dos años y ya incrustado en la lista de acontecimientos musicales y sociales de la región. La tercera edición del festival empieza su gestación hoy mismo. Tic, tac… ya queda menos.