Reportaje

Plátanos, monos y políticos

Cuando el arte hizo daño (y política) a través de la sátira y el humor

'Parlamento delegado', de Banksy.

'Parlamento delegado', de Banksy.

Ridiculizar al presidente turco Erdogan colocándole un plátano en el culo seguramente no es la forma más aséptica de poner en tela de juicio su gestión, pero ya sabemos que el arte contemporáneo no tiene filtros, hace ya mucho que superó ese nivel –no así el de la censura–, y en su empeño de ser ese Pepito Grillo incómodo que no deja de molestar no hay nada más efectivo que llevar la crítica al ridículo: la sátira y el humor siempre fueron los mejores interlocutores para comunicarse con el público. Seguramente pocos recordarán que el nombre del valiente artista alemán que traspasó las líneas del ‘buen gusto’: hablamos de Thomas Baumgärtel, un osado creador que, como es normal en estos casos, tuvo que ver cómo su obra era retirada pocas horas después de presentarse en la feria internacional Art Karlsruhe. Nos referimos a su serie Déspotas, que no dejaba en buen lugar a Donald Trump y al norcoreano Kim Jong-un. Su relación con la autoridad siempre ha sido un tira y afloja, hasta que en los años ochenta fue sorprendido pintando un gran plátano en uno de los muros del Museo Ludwig y su nombre salió a la luz. Tras eliminar la pintura, recibió una carta del museo junto con los gastos de la limpieza. Es curioso cómo, con la llegada de un nuevo director, volvieron a escribirle, pero esta vez para decirle: «Elija un lugar para su plátano, ya estoy ilusionado de ver su sello en nuestro museo».

Permanecer en el anonimato tiene sus ventajas, nadie sabe dónde buscarte o escribirte, o multarte; proporciona un extra de libertad que en condiciones normales suele frenar a la mayoría de artistas. Si no, que se lo digan al polémico Banksy, el eterno desconocido que a modo de nuevo Robin Hood no duda en pasar bajo su audaz filtro todo tipo de cuestiones puntiagudas. En 2009 sorprendió al representar en un lienzo de grandes dimensiones a toda la Cámara de los Comunes retratando a los políticos británicos como monos, una visión ácida de cómo la política del país había sufrido un proceso de regresión debido a que sus últimas sesiones eran cada vez más agitadas. En el centro, con una carpeta bajo su brazo, y gran dignidad, un chimpancé hace las veces del Primer Ministro en el comienzo de su discurso, mientras que a ambos lados el resto de esta nueva clase política grita y hace gestos de protesta, una escena grotesca a la par que cómica que al principio tituló Sesión de preguntas y el propio Banksy cambió por Parlamento delegado.

Después de esto habrá quien se pregunte: ¿se puede ser más gráfico? Pues en realidad sí, siempre hay alguien que va más allá y consigue sorprender al personal, y esto es lo que sucedió en 2012, en Johannesburgo, con la exposición de Brett Murray en la Galería Goodman. Con un tono más que crítico, caminando entre el sarcasmo y la burla, una de sus obras mostraba al presidente sudafricano Jacob Zuma en una actitud que podría parecer soberbia y triunfante de no ser porque entre sus piernas colgaban desnudas las vergüenzas del protagonista, restándole así cualquier atisbo de dignidad; el título La lanza deja un amplio repertorio de libres interpretaciones según la imaginación o la inclinación política del ojo que la mire.

La obra no fue descolgada de la galería, como así pidieron muchos, pero varios partidarios de Zuma hicieron su propio happening tapando con pintura los colgajos presidenciales, y hoy todavía se sigue discutiendo si en realidad aquel retrato era una mera metáfora artística o un insulto personal del pintor hacia el político. En realidad no hay mucho que elucubrar, pues el resto de obras no hacían más que confirmar la intención de Murray al mostrar al pueblo reclamando su libertad. 

La obra mencionada y dedicada a Erdogan de Thomas Baumgärtel.

La obra mencionada y dedicada a Erdogan de Thomas Baumgärtel. / L. O.

Pero no es este un ejemplo de los más brutales. En ese rizar el rizo el estadounidense Paul McCarthy es el gran maestro de lo grotesco, artista irreverente que no tiene reparos a la hora de criticar la política de su país y sobre todo hacia el gobierno de la época de George Bush, con obras tan impactantes que a veces cuesta creer lo que uno ve. Una de sus piezas más reproducidas es la escena duplicada del gran presidente en una especie de orgía mientras sodomiza a un cerdo subido sobre una especie de estructura robótica o industrial. Al entrar, su cabeza se mueve siguiendo al espectador en un verdadero acto de autoproclamación de poder: él es quien manda, pero su manera de mostrar esta realidad es la que lo convierte en algo patético, una parodia de cómo las estructuras de poder nos controlan bajo el marco del capitalismo.

De este tipo de entresijos político-culturales sabe mucho el escultor madrileño Eugenio Merino, son ya tantas las denuncias, críticas y cuestiones similares a las que ha tenido que hacer frente que seguramente ese estado de alerta se haya convertido en una especie de cotidiana normalidad. Franco congelado en una nevera, con su correspondiente denuncia y juicio por dañar el honor del susodicho; Bush practicando meditación o, a modo de puching ball, con un ojo morado; Obama aplastado por una caja fuerte..., arte provocador pero, sobre todo, arte que invita a la reflexión, pues, como en alguna de sus obras, parece que nos hemos vuelto zombis de la era de la tecnología, perdiendo en ese camino de la evolución digital la capacidad de analizar, reflexionar y emitir juicios… En este mundo de silicona creado por el escultor hasta el Dalai Lama ha tenido que convertirse en un nuevo tipo de Rambo, con metralleta incluida, para poder combatir las injusticias. Verlo provoca risa, pero no os quedéis con lo anecdótico, mirad más allá porque, sin pretensión de ofender, la intención del artista es cuestionar la realidad de aquello que nos rodea.

Ser la voz de los que no la tienen a veces conlleva ciertos inconvenientes, nunca fue fácil vivir en el otro lado, ya sabemos que salirse de la línea tiene un precio y muchos de estos artistas han sido perseguidos, insultados o agredidos…, muchas mujeres artistas incluso asesinadas, hasta el punto que en su último informe de 2022 la Unesco proclama: «¡Debemos proteger a los artistas y defender el derecho a la libertad de expresión!». Si los gobiernos consiguen controlar esa libertad creativa toda la sociedad sale perdiendo porque ellos no sólo dejan huella de nuestro paso por la historia, sino que también nos enseñan a mirar con nuevos ojos, de una manera crítica y reflexiva, reivindicando algo que parece ya no está de moda: la capacidad de pensar.

Para acabar de una forma políticamente correcta diremos aquello de: «hoy toca jornada de reflexión», pero como ya dije el arte es ante todo incorrecto, así que no hay mejor despedida que recordar la obra Campaña electoral, que el escultor Isaac Cordal instaló de manera efímera en una plaza de Berlín y en la que un grupo de políticos discuten su estrategia ahogándose en un gran charco de agua, tratando de sobrevivir a la adversidad, pero sólo unos cuantos lo consiguen. ¿El mensaje del artista? «Hunden todo lo que tocan». Mañana iremos a votar.