Reportaje

El efecto Matilda: Mina Loy

Retrato de Mina Loy, por Stephen Haweis.

Retrato de Mina Loy, por Stephen Haweis. / L. O.

«Mujeres, si queréis realizaros, todas vuestras concepciones han de ser desenmascaradas –las mentiras soportadas durante siglos tienen que desaparecer–, ¿estáis preparadas para el esfuerzo?». Con estas palabras comenzaba la polifacética artista Mina Loy su llamado Manifiesto Feminista (1914), una auténtica revolución que basaba su discurso en la necesidad de llevar a cabo la demolición absoluta de todos los preceptos tradicionales para poder encontrar ese lugar que las mujeres reclamaban. Un proceso de cambio que planteaba como primer gran engaño el de la división de la mujer en dos clases, la amante y la madre, cuando su naturaleza iba mucho más allá de esas únicas facetas, infinidad de ellas componían el hecho de ser mujer. Como ya habréis adivinado, estas ideas eran demasiado revolucionarias para una sociedad todavía anclada en los preceptos victorianos, así que nunca fue publicado en vida de su creadora.

Pintora, diseñadora, dramaturga, poeta, inventora…, así era ella, Mina Loy, una descarada imprevisible que luchó toda su vida por liberarse de las barreras que esa mentalidad patriarcal se empeñaba en imponerle una y otra vez, barreras intelectuales, al tachar algunos de sus textos como pornográficos –por hablar de forma clara sobre el sexo y reivindicar la libertad de la sexualidad femenina–, y también físicas, pues fueron las que condicionaron su ir y venir convirtiéndola en una especie de viajera errante en busca de su lugar en el mundo. Tal y como la retrató Man Ray, fue una mujer extravagante que podía llevar un gran termómetro como pendiente con la mayor normalidad, que cambiaba habitualmente de nombre, que pintaba y diseñaba su propia ropa y que, además, escribía poesía con una libertad formal y conceptual que desconcertaba al tiempo que conseguía enganchar a sus lectores: sin espaciado lineal, sin normas, sin acentos..., solo al ser leídos era la voz la que los dotaba de una extraña armonía.

Aficionada al dibujo, con diecisiete años dejó la escuela en Londres y se trasladó a Múnich para estudiar pintura durante dos años. A su regreso continuó con sus clases, pero pronto se va a París con Stephen Haweis, compañero de estudios con quien se casaría en 1903. Ambos se integraron en la vida artística de la ciudad, muy especialmente en la comunidad reunida en torno al llamado Salón de los Stein: Gertrude y Leo eran un matrimonio de mecenas estadounidenses que había emigrado a la capital francesa estableciéndose en el número 27 de la rue de Fleurus, convertido en lugar de reunión de todo tipo de artistas e intelectuales donde el joven matrimonio pudo compartir experiencias con espíritus afines al suyo, como los de Guillaume Apollinaire, Picasso, Henri Rousseau, Picabia, Matisse...

'Surreal scene' (1930).

'Surreal scene' (1930). / L. O.

Un año más tarde, la alegría de su primera exposición en el Salón de Otoño se completa con el nacimiento de su hija Oda, aunque desgraciadamente ésta muere poco después de su primer cumpleaños a causa de una meningitis. Rota de dolor e incapaz de superar tan trágica pérdida comienza un tratamiento mental con el doctor Henry Joel Le Savoureaux, con quien además mantendrá una relación que terminará en un nuevo embarazo. Ante la negativa del divorcio de Haweis, éste aceptó reconocer la paternidad de su bebé a cambio de trasladarse con él a Florencia, y a Loy no le quedó otra alternativa que aceptar y, en 1907, ambos llegaron a Italia para quedarse los próximos diez años; a pesar de que hicieron vidas independientes, tuvieron otros dos hijos. 

El ambiente cultural que se respiraba era de cambio, Mina pronto entró en contacto con el nuevo movimiento futurista que estaba en plena eclosión de la mano de su líder, Filippo Marinetti, surgiendo una relación tan apasionada como complicada, ya que entre los dogmas de esta nueva corriente el papel de la mujer era inexistente, incluso proclamaban su desprecio. Justo en este contexto es cuando Mina Loy escribe su famoso Manifiesto Feminista como oposición a todas las proclamas de aquellos machistas; de hecho, abandona el movimiento y sentencia que las mujeres no tienen lugar en el futurismo italiano. Además, su talento para la poesía comenzó a desarrollarse y muchos de sus textos fueron publicados en conocidas revistas como Others: la serie titulada Love songs causó gran indignación en la sociedad americana por hablar del sexo de una manera tan explícita, y otros poemas como Alumbramiento reivindicaban la sexualidad femenina a través de la descripción de un parto.

'Christ on clothesline' (1955).

'Christ on clothesline' (1955). / L. O.

Decepcionada y con ganas de alejarse de su marido, deja a sus hijos con una niñera y en 1916 marcha a Nueva York, ciudad donde su talento creativo se diversificará en exposiciones, publicaciones, teatro, diseño y todo tipo de representaciones artísticas. Se convierte en una de las figuras más activas del barrio bohemio de Greenwich Village junto a artistas como el propio Man Ray o Duchamp, y en una de sus múltiples fiestas conoce al que sería el gran amor de su vida, el boxeador y poeta dadaísta Arthur Cravan. Juntos ponen rumbo a México pero con un nuevo embarazo de Mina deciden que Argentina será mejor lugar para su salud, así que mientras ella coge un tren, Arthur zarpa en un pequeño yate con la intención de reunirse en Buenos Aires, aunque esto nunca llegaría a pasar: él desapareció en el mar sin dejar rastro. Desesperada, vuelve a Europa para tener a su hija y reunirse con sus otros dos hijos, pero nunca sería capaz de asimilar aquel suceso. Pasó el resto de su vida inmersa en una profunda depresión, y lo buscó durante un año entero sin conseguir nada (ella siempre albergó la esperanza de verlo regresar). 

En 1923, con la ayuda de la coleccionista Peggy Guggenheim, abre una tienda de diseño de lámparas en París, una ocupación que le permitiría la libertad económica suficiente para seguir pintando y escribir, pero para ella ya nada sería igual, así que vuelve a Nueva York en 1936. Vive una temporada con su hija y de allí marcha a Bowery para apartarse de todo, encontrando consuelo solamente en la compañía de los vagabundos de la zona. En esta última fase sus pinturas se convierten en collage creados a partir de objetos encontrados en la calle.

A pesar de ironizar sobre el amor en sus poemas, es extraño cómo su propia vida estuvo dirigida por este sentimiento. En una última entrevista le preguntaron cuál había sido el momento más feliz de su vida, y dijo que cada momento que había pasado junto a Arthur Cravan. «¿Y el más desgraciado? El resto del tiempo». Considerada como el perfecto ejemplo de la mujer moderna, pasó sus últimos años refugiada en aquel recuerdo.