Situar una novela de intrigas bibliófilas en Venecia es casi una redundancia. Aquí ejerció en sus mejores años el impresor Aldo Manucio, el Miguel Ángel de los libros y la figura que acuñó, allá por el 1500, la figura del editor moderno. Aquí se inventó el formato de bolsillo y se imprimieron el primer Corán y el primer Talmud. Venecia destila humedad pero también pasión por la letra impresa y eso ha hecho que la escritora de best-sellers y premio Planeta Eva García Sáenz de Urturi (Vitoria, 1972) -la tarjeta de visita debe de ser grande para que quepa el nombre- haya trasladado a la ciudad italiana la intriga de su nuevo libro, ‘El ángel de la ciudad’ (Planeta y principios de abril, Columna), una trama que inició en ‘El Libro Negro de las Horas’, que fue el título más vendido en castellano el pasado año y el que dio comienzo a la nueva saga del Kraken y aunque ambas novelas sean autoconclusivas, algunas de aquellas circunstancias se resuelven aquí. 

Aunque los lectores de Urturi ya lo saben, el Kraken no es un tremebundo monstruo marino sino un antiguo inspector especialista en perfiles criminales dedicado en los últimos años a la docencia empecinado ahora en ahondar en las circunstancias en las que murió su padre librero mientras es torturado por el recuerdo de una madre ausente, que atiende por el improbable nombre de Ítaca, experta falsificadora de obras de arte y joya bibliográficas.

La hora bruja

“El libro se desarrolla a través de dos tramas criminales -explica la autora acomodada en una góndola con la mirada perdida en el sobrecogedor atardecer sobre la laguna veneciana, cortesía de Planeta que ha organizado un masivo lanzamiento con visita a la ciudad incluida-. Sucede en dos ciudades milenarias, Vitoria y Venecia, que funcionan como espejos. Ambas no son muy grandes, situadas en el norte de un país europeo con un núcleo callejero especial. El de Vitoria tiene forma de almendra y el veneciano, de pez. Ambas tienen un energía emocional especial”.

La trama de la novela ensarta secretos e leyendas, reales e inventados, que dan intensidad a una Venecia contemplada muy noveleramente. Ahí están las maldiciones que acompañan a los múltiples puentes de la ciudad y en especial al de Rialto, asociado a una de esas tramposas retas del diablo para captar afiliados -spoiler, la cosa acaba en el llanto de un niño mientras lo cruzas a medianoche- o la ‘vendetta traversa’ -no la busquen en los libros de historia- una oblicua revancha que implica el asesinato de los seres queridos. 

Pero también hay historias reales, utilizadas para sazonar la ficción. La evocadora sobre ‘El Angelus’ de Millet, pintura que obsesionó a Dalí, quien sostenía que en realidad los campesinos velaban a su hijo muerto, lo que permite a Urturi proponer una exposición en el Museo Peggy Guggenheim de la ciudad que reuniría la obra del artista francés y las ocho versiones surrealistas que el de Figueras hizo sobre aquel lienzo. El Peggy Gugenheim encierra además en esta novela una particular significación: en el jardín de ese magnífico ‘palazzo’ inacabado de una sola planta se exhibe la escultura ‘El ángel de la ciudad’, un tanto contradictoria puesto que ya sabemos que la Iglesia dedicó fortunas y sus mejores mentes a debatir si los ángeles tenían sexo y este, obra de Marino Marini, exhibe una importante verga, de quita y pon -aunque hace años que ya no se emascula al jinete-para asombro de quienes lo pueden ver en todo su esplendor desde el Gran Canal. 

La autora vitoriana, en la librería Acqua Alta. Sole Hafner

Ángeles y diablos

Sea como sea, la idea de los diablos destructores y los ángeles protectores marca una trama plagada de giros revelados, inexplicados y reexplicados con mucho pormenor. En una de las paradas de la visita promocional, Urturi se detiene en Acqua Alta, hermosa trampa para turistas, una librería de libro nuevo y de viejo en la que se construyó una escalera con los volúmenes dañados por el agua y solidificados después donde proliferan los selfies. Entre esos libros que la mayoría contempla sin afán de posesión, Urturi recuerda el volumen más preciado de su librería personal, una pequeña edición de las 'Rimas y leyendas' de Becquer encuadernado en piel roja que perteneció a su padre, fallecido justo antes del despegue editorial de la hija. “Ese libro guarda el olor de su biblioteca y de su despacho y lo mantiene, he probado a ponerlo entre mis libros y sigue manteniendo ese olor que me hace recuperarlo con tan solo acercarlo a mi nariz”.