Entrevista | Maite Defruc Escultora

Maite Defruc, de lo morago al cielo

Defruc, frente a su taller. javier lorente

Defruc, frente a su taller. javier lorente / JAVIER LORENTE

Javier Lorente

Javier Lorente

Esta noche he dormido poco, pero me ha dado tiempo a mantener una larga conversación con María Teresa Bastida Sáez, Maite Defruc para todos los admiradores de la larga trayectoria de esta escultora cartagenera. He de deciros que llevo varias semanas que, salvo impartir mis vespertinas clases de pintura, no hago otra cosa que dedicar mi tiempo a organizar una exposición de sus obras que, a título póstumo, se inaugura el próximo jueves día 30 de marzo en la sala municipal Dora Catarineu. Hace dos años que el cáncer se llevó a esta maestra con la que aprendieron a modelar y a tallar varias generaciones de artistas, una escultora que firmó multitud de monumentos por ciudades de varios continentes y que ha expuesto su obra por todo el mundo.

Al despertar recordaba con detalle toda la conversación y, con la sensación de que no había sido un sueño, sino algo real, me he dispuesto a transcribirla. Mientras lo hacía me iba dando cuenta de que, al fin y al cabo, todo había sido un recuerdo de tantas conversaciones que, durante años, he mantenido con ella, desde mi primera exposición, en el salón de la Caja Rural de Pozo Estrecho, en la que expuse, con 14 años, mis pinturas junto a sus bronces. Recuerdo que me contó que sus inicios artísticos habían sido con el dibujo, mucho antes de sus cursos de escultura con maestros en Madrid y antes de su venida a la localidad galilea y montar su taller: «¿No recuerdas los decorados teatrales de Los Pastores? Y aquel mural en lo que hoy es el salón parroquial y que antes fue el local del TeleClub?», claro que sí maestra, le digo, como si los estuviera viendo, con esos bosques con aquellas pinceladas tan sueltas e impresionistas, que me recordaban a Cézanne. Le digo que, de haberse dedicado a la pintura, tampoco lo habría hecho mal. Lamentablemente, todo aquel magnífico material fue destruido con posteriores obras… la ignorancia, el atrevimiento y el no valorar, en tantas ocasiones, el trabajo de los creadores.

Le he preguntado que si ella considera que ha sido profeta en su tierra: «Yo he tenido momentos mejores y otros peores, he pasado épocas difíciles, sé lo que es la soledad y sé lo que es encerrarme en el taller sintiéndome incomprendida y a veces abandonada. He enjugado lágrimas en el barro o en el bronce fundido, pero también he disfrutado, como nadie, del cariño de mucha gente en mis talleres de la Universidad Popular, en la Asociación Prometeo, en la Peña Flamenca Melón de Oro de Lo Ferro, en el Club Rotary y en tantas asociaciones y colectivos culturales y de mujeres con los que he colaborado. Pero tú sabes bien, Javier, que se me han quedado muchos proyectos pendientes: me queda la espina de no haber podido hacer un monumento en mi pueblo, yo que he hecho tanto por el mundo, ya sabes que me ofrecí para el Centenario de la Banda Santa Cecilia, pero se prefirió un monolito, de piedra del Cabezo Gordo, ya ves tú…». «Bueno, maestra, -le digo- y aquella Fundación Maite Defruc para la que estabas dispuesta a donar tus obras, o aquel museo de escultura al aire libre…». «Sí, yo quería hacerlo en mi pueblo, en pleno Campo de Cartagena, y tuve alguna oferta de otros municipios. Al final todo quedó en nada y siempre tuve la esperanza que en mi vejez lo vería hecho una realidad».

Me ha preguntado sobre el destino de sus más de trescientas esculturas, ya no se acuerda si en sus últimos días, cuando su hijo Pablo la cuidaba y, por su debilidad, la cargaba para llevarla de la cama al salón, les dejó su voluntad sobre el cuidado y exposición de su legado. Yo sí recuerdo que antes de la pandemia me había encargado el comisariado de una exposición antológica que íbamos a llevar a Mazarrón y a Murcia. Por lo pronto, la próxima exposición, en Cartagena, va a ser un momento muy bonito, no solo para recordarla, sino para sentirla viva como el movimiento y el aire de sus piezas, y para ver su cariño derramado en su familia, en sus nietos y en sus hijos, Pablo David y Pedro José. Maite siempre ha sido tan afable y servicial como sencilla: «Yo respeto las maneras de cada uno y la forma de ser de cualquier artista, pero tú sabes que siempre he sido una trabajadora, que me he arremangado en la vida y en el taller y que mi mejor traje de gala ha sido el mono o la bata, para modelar o para fundir».

Le confieso que, aunque fui alumno suyo en varios talleres, me faltó aprender la fundición a la cera perdida, una técnica tan ancestral que para mí siempre fue un milagro verla, como una titana, dominar los elementos: tierra, agua, cera, aire y fuego, seguramente como ninguna otra mujer en el mundo. En algunas de sus fundiciones le hice multitud de fotos y compartimos momentos de conversación que nunca olvidaré y que reviviré, como hoy, muchas veces más. En la fachada de mi casa tengo un relieve en piedra artificial que hice en su taller: una maternidad y una paloma de la paz inspirados en Picasso y también en su obra. Para Maite el poderío femenino domina su obra: mujeres que danzan, mujeres que hacen deporte, mujeres que juegan, mujeres que sueñan, mujeres que abrazan, madres, luchadoras, mujeres libres, desnudas… pero también mujeres dolientes, mujeres rotas, mujeres solas…

He hablado muchas veces con ella, pero he de confesar que me gustaría haberla tenido esta semana a mi lado, comentar sobre la exposición, discutir sobre el montaje y sobre la selección de las obras, hablar sobre arte, sobre sus próximos proyectos y, sobre todo, sobre la vida. Se nos fue demasiado pronto y se quedó con muchas cosas por enseñarnos. A ella le gustaba mucho viajar, ver mundo, recorrerse las calles y los museos de París y, a la vez, reposar en su cueva de Guadix, con Antonio, y en su casa y taller de Lo Morago. No se nos irá de la cabeza ni de la mirada, somos su memoria que hemos de transmitir y contamos con la inmensa ayuda de su legado artístico. Contemplar sus bronces es un regalo casi tan grande como haber conocido a esta artista y ser humano excepcional, siempre transmitiendo positividad. Le debería poner por escrito un pedazo de nuestras conversaciones, esto es solo el comienzo. Nos vemos.