Entrevista | Ana Bernal Fotógrafa

Ana Bernal, la luz de la huerta

Bernal, en la huerta.

Bernal, en la huerta. / Javier Lorente

Javier Lorente

Javier Lorente

Hace día magnífico para acercarme a la huerta de Murcia y quedar, en su pueblo de la infancia, con una mujer de luz: la fotógrafa Ana María Bernal Sánchez. Desde que se casó ya no vive en Los Dolores, pero viene casi a diario a ver a su madre, una señora encantadora que nos acompaña por la senda que va de su casa hasta el colegio en que Ana estudió. La senda atraviesa un huerto alfombrado de vinagrillo, Ana se ha traído una silla y una de sus cámaras, al fondo se ve el colegio y ella se sienta a la sombra de un frutal que siempre le pareció mágico: un híbrido, injertado de naranjo y también de limonero. Mira por dónde, este árbol me recuerda a ella: una perfecta conjunción entre su gusto por la cultura tradicional de la huerta y su amor cosmopolita por la moda, la modernidad y ese cierto atrevimiento que se le nota hasta en los cortes de pelo que siempre ha gastado.

Hace años que sigo el trabajo de Ana Bernal con su cámara, siempre atenta a multitud de eventos sociales y culturales de su Murcia querida, con una mirada especial del mundo del folclore, de las Fiestas de Primavera, de la Feria, de las Peñas o de la Semana Santa, a la vez que cubre desfiles de moda o eventos gastronómicos. En estos tiempos en que la fotografía profesional ha caído en una importante crisis, con la competencia de los teléfonos móviles, Ana se ha mantenido a flote, reinventándose. No es de extrañar que sus trabajos sean demandados por empresas, familias o colectivos, a la vez que por organizadores de todo tipo de eventos y, a la vez, que haya expuesto sus trabajos en muestras individuales y colectivas en varias salas de la Región, como el Casino de Murcia o el Palacio Consistorial de Cartagena.

Nuestro encuentro no puede ser más agradable. Ana me agasaja con su amistad, con una conversación entrañable y con unas viandas en el bar Los cazadores a las que uno no podría resistirse ni aunque ella no insistiera casi tanto como mi madre. Mientras hablamos en la terraza, pasan vecinos y parejas que la saludan con tanto afecto que le digo que es evidente que ella es profeta en su tierra: «La verdad es que así lo siento y es impagable. El septiembre pasado me eligieron pregonera de las Fiestas y siempre me encargan carteles para los eventos más importantes, como la Semana Santa. Me siento muy querida en mi pueblo, la verdad».

Me cuenta que su madre era envasadora en las conservas y su padre camionero, pero teniendo ella 12 años, «él tuvo un grave accidente con una grúa que le cayó en la cabeza y perdió el habla y la movilidad. Yo estaba muy unida a él, pero en casa todo cambió y me tuve que dejar los estudios y ponerme a trabajar» y Ana me cuenta el sinfín de oficios que ha tenido: confitera, dependienta de videoclub, cartera, vendedora, limpiadora, azafata de eventos en El Corte Inglés, asistente social del hogar de mayores de La Unión, ayudante de farmacia… «Pero nada me gustaba más que hacer fotos. Mis tíos, Los Loinos, eran los fotógrafos de la huerta, trabajaron en Fotos Orga y luego pusieron un estudio en Orihuela, donde yo iba de vacaciones y los veía hacer fotos de estudio y de bodas y retocar negativos con un pincelico de un pelo. Con el tiempo empecé a ayudarles y a aprender esta pasión que cada día me gusta más», Cuenta que en 2002 empezó a trabajar en el periódico Vecinos, fotografiando eventos, fiestas y actos culturales. Con el tiempo también hizo fotografía arquitectónica para algunas empresas de construcción, pero con la crisis todo aquello se acabó.

Durante un tiempo utilizó las redes sociales para continuar con el trabajo que hacía en Vecinos, fotografiando eventos, etiquetando a la gente y a los colectivos: «Me lo tomé con la dedicación de un trabajo y poco a poco me sirvió para que me salieran trabajos remunerados otra vez, hasta que finalmente pude volver a ser una profesional que no debe ni puede regalar su trabajo, evidentemente». De sus exposiciones señala el impulso que supuso Murcianísima, en el Casino de Murcia, comisariada en 2013 por la fotógrafa María Manzanera, donde expuso una selección de sus trabajos sobre tradiciones y fiestas.

La fotografía y la cultura le han abierto la mente, le han hecho madurar y liberarse como mujer: «He aprendido que una cosa es querer a tu familia y otra estar permanentemente al servicio de tu marido y tus hijos, sin tener vida», pero añade: «Aunque tengo la suerte de que él es un compañero que siempre me apoya y me deja volar y que me vaya a fotografiar la floración o la nieve o cualquiera de mis proyectos. La verdad es que la fotografía me da la felicidad y la libertad que necesito y, en cierta manera, da sentido a mi vida». Y mientras nos ponen otra cerveza, Ana va recordando cosas que aún no me ha contado: «Con el tiempo, también pude hacer unos estudios de sanitario, quería ser útil para curar a la gente y, en la Universidad Miguel Hernández, también hice Fotografía de Autor», que me ha ayudado a crecer en mi oficio.

«Ahora me encuentro muy bien, pero he de reconocer que he pasado momentos muy difíciles. Tuve una época en que caí en picado por estrés, fui al psicólogo y me ayudó a aprender a decir no», y me cuenta su alegría por sus últimos éxitos, como la selección de sus retratos de gentes de la huerta para PhotoEspaña. Está trabajando en próximos proyectos y en una exposición en Murcia. Mientras tanto, sigue con la cuadrilla de Patiño, «la más huertana» y en La Zaranda de San Antón, bailando, bordando y conviviendo con sus amigos.

Se nos han hecho las mil, pero me sigue hablando de sus amigos, de Carmen Ramil, de su preocupación por el Mar Menor y por que no entuben las acequias… Y no me deja irme: me sube en su coche y me hace un recorrido enseñándome los carriles que, de zagala, recorría en bicicleta. Doy fe de que es cierto que lo que más le gusta es hacer feliz a la gente.

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