Entrevista | Ignacio Borgoñós Escritor

Ignacio Borgoñós, el hombre que escribe

Ignacio Borgoñós.

Ignacio Borgoñós. / Javier Lorente

Javier Lorente

Javier Lorente

Estos días está presentando su última novela, El hombre desnudo, así que es buena ocasión para mi encuentro con el escritor José Ignacio Borgoñós Martínez. Quedamos en lo que eran las puertas de Murcia y nos encaminamos a su casa, que está en un callejón cercano. Me imagino que para un cinéfilo como él y, además, forofo de las películas de Woody Allen, no deja de tener un punto agridulce el hecho de vivir en lo que fue el mítico cine Mariola. Subimos y veo que lo que fue el patio de butacas es ahora un luminoso y amplio patio de luces, con algunos sillones, que usa la comunidad del edificio. Su apartamento es un loft, con cierto aire neoyorquino: todo a la vista, sin tabiques divisorios, con una zona de biblioteca, un rincón con sofá y sillones, otro rincón con un escritorio clásico y zona de trabajo, la cocina y mesa de comedor y una cama de matrimonio. En las paredes hay bastantes pinturas originales de grandes artistas cartageneros, alguna de ellas que heredó de su padre, conocido médico de El Valle de Escombreras y gran humanista y amante de la cultura.

Me sorprende la gran cantidad de carteles, esculturas y muñecos relacionados con el personaje de Tintín y, como he dicho, una gran estantería llena de DVDs de grandes obras cinematográficas, entre ellas las obras completas del cineasta de Días de radio. «Ya ves que aparento ser un señor serio pero tengo un lado un poco friki», me dice. En realidad, su casa me acerca a una persona muy ordenada, tal vez como su propia cabeza creativa y, para que se hagan una idea, quédense con la anécdota de que sus obras de arte, pinturas, fotografías y alguna escultura, todas tienen su propia cartela con los datos del autor, título y técnica. Palabras mayores para un concienzudo escritor que emprendió su carrera siendo un adolescente y pronto empezó a cosechar premios y reconocimientos que lo han situado entre lo más interesante que se puede leer en nuestra Región. 

Nuestra conversación, en torno a una tónica, empieza por lo los libros de Hergé y las películas del genio de Nueva York hasta que, en mi intento de poner orden, le pregunto sobre su infancia: «Mi niñez fue muy feliz. La recuerdo jugando en la calle del Valle de Escombreras, disfrutando con mis 6 hermanos de aquel lugar idílico que Repsol cerró, con los años. Salí de allí para estudiar COU y entonces fue cuando me acerqué a la literatura, siempre hay un profesor que te contagia el veneno. En mi caso fue la lectura de El árbol de la ciencia de Pío Baroja, que marcó en mí un antes y un después, lo que hizo que tomase la decisión vital de ser escritor. Así que a los 17 años empecé a escribir y no he parado de juntar palabras hasta hace un rato, para recibirte».

Ignacio estudió Filosofía y Letras en la UMU, tiene un Máster en Periodismo e hizo sus prácticas en Bilbao, en el Correo Español. Tuvo una empresa de gestión de relaciones con la prensa y trabajó en la Red de Centros Tecnológicos de nuestra Región. En la actualidad trabaja en el Ayuntamiento de Cartagena, en la Secretaría de Movimiento Ciudadano: «Es verdad que los premios me han ayudado a seguir escribiendo, pero siempre he trabajado en el área del periodismo, lo que me permite la independencia y la estabilidad necesaria para escribir», y en cuanto a sus publicaciones, me cuenta que nunca ha tenido que recurrir a la autoedición y que tiene suerte con buenas editoriales que gustan de su escritura. 

Su primer premio literario lo ganó a los 18 años y, desde entonces, ha ganado casi una treintena, entre ellos el Castillo Puche de Novela, el Antonio Segado del Olmo, el Murcia Joven, premios en Reinosa, Santa Pola, el CreaMurcia, etc. «Siempre he intentado mejorar y hacer literatura de calidad, en esa tarea estoy, pero lo que tengo claro es que no caeré en la moda de los caballeros templarios ni los zombies, eso no es lo mío, aunque venda menos» y mientras me cuenta, veo que tiene en un mismo estante un libro de Luis Landero con otro de Mario Vaquerizo y me lo justifica: «Aparte de la fama y la farándula, que no me interesa, hay gentes, como Vaquerizo, que como periodistas y escritores han hecho cosas que merecen mi atención», así que le pregunto sobre sus referentes y me habla de Paco Umbral, Saramago, Pedro García Montalvo, Manuel Vilas o Miguel Sánchez Robles, a quien La Opinión le otorgó el Premio Meteorito en noviembre de 2022 y me confiesa: «Me gusta mucho la narrativa, pero soy un gran lector de poesía» y me señala, sobre la mesa, un ejemplar de Saltaré sobre el fuego / Canción negra, de Wistawa Szynborska, con ilustraciones de Kike de la Rubia.

Seguimos hablando de libros y me cuenta de su amor por los libros raros, comprados en ferias y librerías de viejo, y su gusto por coleccionar firmas de autores y otros tesoros. Como muestra me alcanza una primera edición de Pantaleón y las Visitadoras firmada por Vargas Llosa, y una preciosa edición de El palacio de los sueños del albanés Ismail Kadare. Y me dice: «Soy un enamorado de los libros de los grandes artistas y sueño con ese aprecio hacia los míos”» me dice e insiste: «Tal vez soy un poco clásico, pero nunca pagaría para que me editaran un libro, la autoedición no va conmigo. Coincido con Julio Llamazares cuando dice que hay dos tipos de escritores, unos que escriben si le garantizan que lo van a publicar y otros que escriben, publiquen o no», y le digo que eso también pasa con los artistas plásticos y los demás creadores, que las exposiciones no deben ser el motor del trabajo.

«Un hombre desnudo, mi última novela, sigue la estela de la anterior, Un hombre analógico. Tiene una estructura compleja con muchas historias paralelas con un hilo conductor. En la primera página, un hombre se desnuda al salir de los juzgados y durante toda la novela descubrimos cómo era cuando estaba vestido». Hay como un algo de Camus y otras cosas que me interesan mucho en Ignacio Borgoñós, como cuando me dice: «¿Tiene sentido todo esto? Viajamos al espacio y no podemos erradicar el hambre. No puede ser que la vida se reduzca a trabajar, comer, ver Netflix y a la cama».