A la creciente oferta cultural y artística de los pabellones del Parque de Artillería de Murcia podemos añadir ahora el estudio, en la misma plaza, de un gran artista yeclano: Rafael Picó, músico, pintor, escultor, fotógrafo y profesor de Bachillerato de Arte que hace tres años se trasladó a la capital de la Región. Su estudio es amplio, con dos plantas y un gran escaparate que da a la calle y que congrega numerosos espectadores que pueden disfrutar de verlo trabajar sus coloristas obras de gran formato.

Rafael Conrado Picó Gómez nació y ha vivido en Yecla, exceptuando sus estancias en Valencia, donde hizo un Ciclo de Diseño, en su amada Granada, donde estudió Bellas Artes, y en Albacete, donde tuvo su primer destino como profesor. Su familia ha conjugado el trabajo en la hostelería con la pasión por el Arte: su padre, de familia de carpinteros, pintaba, esculpía y realizaba instalaciones artísticas en el hotel y restaurante familiar; su madre, a la que perdió de muy niño, también pintaba, y entre sus hermanas mayores hay una profesora de cerámica, una experta en carpintería y otra que, a la vez que regenta el hotel, es una gran cartelista. No es de extrañar esa creatividad desbordante y dominio del oficio que se observa nada más asomarse a su estudio, repleto de sugestivas obras.

«Desde pequeño -me dice- me recuerdo pintando y enamorado de las cosas que hacía mi padre, un hombre lleno de talento que si hubiese podido estudiar habría sido un gran artista o un gran arquitecto». Rafael me cuenta que enseguida que terminó la carrera empezó a trabajar: «a los 25 años ya daba clases y hasta hoy que estoy en el Ramón y Cajal de Murcia. Ciertamente me considero un afortunado por trabajar en lo que me gusta, disfruto de las clases, me gusta la enseñanza tanto como crear mi propia obra o tocar en mi grupo», y me señala su batería, en un rincón del estudio, mientras me acerca un vinilo de Lebowsky, su grupo, que después, cuando lo oigo, descubro que suena de maravilla y hasta me recuerda lejanamente a U2. Y me confiesa: «siempre me ha costado estar en primera fila y hablar en público, por eso creo que me ha venido bien ser batería y estar detrás…», «pero marcando el ritmo a todos -le digo-», y me reconoce que ha ido superándolo poco a poco y que a ello le han ayudado mucho sus alumnos. Por mi parte, la conversación me lo va descubriendo como una persona increíblemente afable, comunicativa y sincera hasta la emoción, como la que le hace un nudo en la garganta cuando habla de su madre o de su padre, al que también le dedicó Sístole, Diástole, exposición en torno a su dolencia cardiaca.

Hablamos de su trayectoria, de que siempre ha disfrutado con el dibujo muy realista, que hizo la especialidad de escultura pero que luego ha practicado más la pintura, que con los años ha ido aparcando la figuración y volcándose en la abstracción... «Antes de que se hablase de pintura fluida, yo decía que practicaba una especie de dripping controlado, pero como siempre me ha atraído también el surrealismo, empecé a introducir unos personajes que habitan ese paisaje abstracto y que le dan un nuevo significado a todo y cambia la proporción de lo que se ve», y añade: «A mí me gusta dejar la obra abierta, dejar que el observador la termine, la complete, la reinterprete. Me interesa que la obra siga viva y creciendo, no me gustan las evidencias ni lo cerrado». Me cuenta algunos de sus proyectos realizados en los últimos años, de sus series en la Galería Romea 3, de su muestra Habita mi mente en el Museo Siyasa de Cieza, de su sorprendente instalación en la plaza del Ayuntamiento de Yecla, con motivo de CREAACCION 22, o de algunos proyectos reivindicativos como Terreno urbanizable, o Ciudadanos por m2 y otras muchas en ciudades como Vitoria, Oviedo, Granada, Almería o París. 

Me inquietan esas obras suyas cuya parte superior es un ángulo, como de tejado: «la casa es un sinónimo de mi mente, con un montón de cosas dentro, incluido ese personaje que me ronda, que indaga dentro y que ahora tiene también cabeza de casa porque me trae sus propios pensamientos que afectan a los míos, y unas veces los expulso y otras los acepto y me cambian…». Le pregunto sobre la interpretación de una de sus obras en la que aparece la cabeza de su padre, hueca, con una escalera dentro: «el arte tiene para mí mucho de juego, de intriga y de reto, es como un montón de arena que está minado por muchas galerías por las que se puede deambular, unas veces nos perdemos y otras descubrimos cosas». Como ya me imaginaba yo, me dice que uno de sus referentes pictóricos es Magritte. 

Me cuenta sus experiencias con los alumnos, sus técnicas para potenciar la destreza y fomentar la creatividad: pintar con la mano izquierda o, incluso, con los ojos cerrados, para no tener el control total y dar rienda suelta a cosas inesperadas… Pero se nos va el tiempo, como en la vida, Rafael tiene que pasar por la guardería a recoger a su niña que se llama Alicia, nombre muy sugerente para la madre, profesora de literatura, y para él: «Alicia en el país de las maravillas es una historia llena de imágenes, colores y ciencia que tanto impresionó a los surrealistas». Antes de irme, en el piso superior, Rafael me muestra una selección de los catálogos de sus exposiciones y veo algunos de muestras fotográficas: «No te he dicho que yo quise ser fotógrafo, que he hecho muchas series con la cámara, mira, ahora que es un tema muy candente, este es de La ambigüedad del género, una expo que hice hace veinte años».

Me quedo prendado de unas pinturas de manos en movimiento sobre el lenguaje de signos y me detengo en el cartel que hizo para las Fiestas de la Virgen de Yecla, con la misma forma de casa de sus obras y con un recuerdo a un dibujo que hizo de pequeño cuando su padre lo llevó en brazos a ver la procesión. Me emociono cuando veo que lo firmó como «el hijo de Roberto y Aurora».